Capítulo 1: Habitación 3520

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4:56 am

Era muy molesto, por decirlo de algún modo, cada vez que alguien entraba a despertarla de su mini siesta para atender a sus pacientes que se recuperaban en la UCI. Natalia era una cirujana cardiopulmonar ejemplar, aunque era la única que estaba disponible a esas horas de la mañana en todo el hospital, así que, claro, acabó levantándose con un gruñido de desaprobración. Se enjuago la boca con el enjuague bucal que había en el baño y se arreglo su bata para salir un poco más presentable. 

Era noviembre, y la tasa de accidentes siempre había sido bastante elevada durante esa época del año. Todo el mundo estaba demasiado atareado intentando hacer horas extra para permitirse unas vacaciones de calidad con sus seres queridos durante la Navidad. 

Luego, estaba el encantador clima que empezaba a ceñirse sobre la agitada ciudad de Madrid. Nieve, nieve y más nieve por donde fuera que fijara sus ojos. 

Llegó al quirófano y se encontró con su amiga y compañera Marta, trabajando en un trauma que había acabado de entrar hacía poco menos de diez minutos. Era una de las mejores neurocirujanas de toda España y siempre era un honor trabajar con ella. 

- ¿Qué tenemos por aquí? - preguntó la morena en general a todo el equipo de médicos que se encontraban dentro de la sala, mientras una enfermera iba terminando los preparativos para la cirugía. 

- Una chica de unos veintinueve años, atropellada por un coche cuando iba en bicicleta. Ha tenido suerte de que la hayan traído a tiempo. Tiene una contusión bastante grave en el pecho, la cabeza y en las extremidades. Ya han avisado a Orto, pero te necesito aquí por si su corazón se detiene de pronto - acabó de decir Marta. 

- Haré lo que pueda - respondió Natalia mientras se ponía los guantes estériles que la enfermera le estaba ofreciendo. 

Pasaron dos horas en ese quirófano hasta que la chica allí tumbada en la camilla se estabilizó. Su corazón se había detenido dos veces en esa mesa, había hecho lo que había podido para mantenerla con vida. Literalmente tuvo su corazón entre sus manos en algún punto de esas dos horas, estrujándolo con su mano enguantada hasta que el desfibrilador estuvo preparado para hacerse cargo de ese trabajo. 

Decidió que más adelante, si la chica no acaba como un vegetal, se lo diría. Sería una conversación graciosa, al fin y al cabo eran esas charlas las que la mantenían cuerda en este punto de su vida. 

Después de todo lo que había pasado. 

Esos momentos en los que la trataban como si fuera una diosa hacían que su corazón resucitara de entre los muertos. Y sí, tal vez ser una gran cirujana cardiovascular no le había ayudado mucho a superar su increíble arrogancia, pero no era su culpa que la gente pensara justo así. 

Su ex solía decírselo. Siempre acababa echándole en cara lo engreída que era. Que se comportaba como si fuera mucho mejor que cualquier otra persona y que era una adicta al trabajo, y a la necesidad de sentirse necesitada por los demás. Irónicamente, ella siempre había sido la única persona que la había hecho sentir como si no fuera necesaria. 

El día que la dejó todavía seguía presente en su mente. Aunque empezaba a llevarlo mejor ahora después de tanto tiempo. Sin embargo, sus palabras seguían clavadas en su pecho como si de un aguijón se tratara. 

"No me case con una persona fría que no tiene tiempo para su mujer. No puedo seguir con esto. No puedo más. No puedo llevar el peso de una relación yo sola. Lo siento mucho, Nat"

Y entonces paso lo que más había temido. 

Se fue. 

Había sido su culpa. 

Entre mis manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora