Capítulo 58. La última.

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- Me dejo invitar a mojitos en la fiesta de después -le guiñó un ojo. 

- Podrías pasar de tu novia -dijo como idea. 

- La Lari va como tu invitada si Alba va como la mía. 

- Bueno, vale, lo capto -se rió y le dio un enorme abrazo-. Muchísimas gracias por todo, Anna, me has salvado la vida, de verdad -murmuró en su cuello. 

- Solo he estado presente mientras tú sola llegabas a tus conclusiones. Estoy muy orgullosa de ti, gigantona. 


La estrujó, le dio un último beso en la mejilla y se despidió. 

Natalia cogió su libreta, se encaminó hacia el estudio y encendió el ordenador. Fue pasando las hojas hasta que llegó a aquel poema que había escrito hacía ya un par de meses, después de haber besado a Alba la primera vez. Parecía que había pasado media vida desde aquel día. Sonrió recordando lo idiotas que habían sido al no hablarse por el miedo puro al rechazo, sin saber, aún, la cantidad de besos que les quedaba por darse. Aquel día no sabía qué iba a pasar, ni qué sentía, ni siquiera si Alba sentía lo mismo que ella. Viendo las cosas con cierta perspectiva se dio una bofetada mental por no haber corrido aquel domingo hasta el piso de la rubia, mirarla a los ojos y decirle que aún no estaba enamorada de ella, pero que lo estaría, que le tuviera paciencia, porque una noche cualquiera bailando en la playa le entregaría entero su corazón. Le hubiera gustado entrar en ese piso que aún no conocía y con el que, en el presente momento, ya estaba tan familiarizada, cerrar la puerta tras ella, coger en brazos a su pequeña fisio y besarla hasta dormirse. 

En el poema hablaba de la idea de hacer con alguien todas las cosas que hace la gente enamorada, pero sin llegar a estarlo, pues no había dado tiempo. Quizá era hora de cambiar ese concepto, ahora sí: estaba enamorada de Alba Reche como una loca. 

Lo leyó una y otra vez, viéndose mucho más reflejada en esa letra que en las que tenía que cantar en apenas tres días. Era fácil empatizar con alguien que quiere morrearse con Alba Reche a todas horas. 


Y besar uno a uno tus labios,

no pensar ni siquiera en dormir.

Hablarte muy sucio y muy bajo. 

Tu pelo y mi ropa tirados,

sedientas por sobrevivir,

bebiendo de nuestros pecados

como si estuviera enamorada de ti. 


Se echó a reír tras escribir aquello. 

Uy, qué atrevida, Lacunza. 

La verdad era que no estaba quedando mal. Probó varios acordes, intentando encajar lo que ya tenía con la nueva estrofa. Estaba muy emocionada, era lo primero que había sido capaz de sacar adelante tras la nefasta lesión. Nada, no le salía ninguna melodía decente. 

Después de media hora, y conteniendo un par de veces el amago de tirar la guitarra por la ventana, decidió que era el momento de dejarlo. Anna tenía razón, no había que desesperarse, tenía todo el tiempo del mundo, pues la única que le exigía más era ella. ¿Se podría silenciar a sí misma? Ojalá. 

Hizo algo que siempre conseguía sacarle una sonrisa y desvanecer sus insistentes demonios. 


*Natalia*

Cómo está la más guapa de España? 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora