17. El juramento

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—No debería estar aquí

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—No debería estar aquí... —murmuró Wendy sin moverse.

Brigitte resopló frustrada, pero no salió sonido de su boca. Flotó hasta ella y su silueta traslúcida opacó ligeramente la estatua de la difunta reina.

Ven, decían sus labios y Wendy sintió como si una cuerda invisible tirara de ella.

Pensó que el fantasma la llevaría hasta el dormitorio de Anghelika cuando vislumbró una puerta repleta de imágenes suyas, pero pasó de largo y la condujo por debajo de una gran arcada de piedra. La recibió el viento helado que soplaba en el que fue el jardín privado de la reina. Con la llegada del invierno, y sin los cuidados necesarios, la vegetación se había marchitado. La nieve lo cubría todo y crujía bajo sus pasos. Era tal el frío, que había estalactitas de hielo colgando de las ramas esqueléticas de los árboles.

La corriente revolvió los mechones sueltos de Wendolyn y zarandeó su falda, pero la melena del espíritu y su vestido permanecieron inmóviles. El mundo físico no podía tocar a Brigitte y sintió lástima por ella.

Ya no quería simplemente demostrar que podía ser algo más que una cara bonita y descubrir por qué la vida de William se truncó como lo hizo; también quería ayudar a Brigitte. Se identificaba con ella porque si Wendy hubiera muerto el día en que Lovelace la atacó, tal vez habría quedado atrapada como ella, condenada a vagar durante siglos sin encontrar descanso.

La cuerda que tiraba de su cintura para que siguiera al fantasma, se esfumó cuando decidió acompañarla por voluntad propia.

Se internaron en la maleza congelada hasta llegar al otro extremo del jardín y se detuvieron al toparse con tres lápidas. Wendy se arrodilló frente a ellas y retiró la nieve con los dedos para leer los nombres.

Dominik Anghel

Ruslana de Irzatia

Brigitte Anghel

—Es tu tumba... —susurró—. Y estos... ¿Estos son tus padres? —murmuró, recordando el árbol genealógico de los Anghel que tanto había estudiado. Brigitte asintió—. Pero, ¿qué hacéis aquí? ¿Por qué no estáis en el mausoleo de la familia real? —Le parecía un lugar apartado, escondido de las miradas de todos. Como si los hubieran condenado al exilio incluso después de muertos. ¿Tan grave fue lo que hicieron?

El espíritu no contestó y se limitó a señalar la lápida. Wendy siguió el gesto con la mirada, pero no vio nada extraño. Se volvió de nuevo hacia ella y enarcó una ceja. Brigitte soltó un mudo suspiro. Con un fuerte aspaviento, estiró el dedo índice hacia ella y de nuevo a su lápida.

—¿Deseas que la toque? —preguntó vacilante.

Brigitte asintió y ella se acercó más. Temblaba y no estaba segura de si se debía al frío, al miedo de ser descubierta o a encontrarse sobre la tierra que cubría el cuerpo de Brigitte Anghel.

La locura de la bestia ✔️[el canto de la calavera 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora