7. La deuda de Elliot

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Elliot deslizó los dedos por la piel aterciopelada de su cadera y fue recompensado con una sonrisa de Milena

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Elliot deslizó los dedos por la piel aterciopelada de su cadera y fue recompensado con una sonrisa de Milena. Sus ojos castaños se abrieron, empequeñecidos por el sueño.

—¿Ya es la hora?

Él asintió.

—Está atardeciendo. Pronto te reclamarán en La Dama Costera.

Milena suspiró y se pasó los dedos por su melena enredada.

—Desearía seguir durmiendo para siempre... —dijo con un murmullo perezoso.

El vampiro sonrió y se inclinó sobre ella. La besó con pasión mientras trazaba sus curvas con las manos.

—¿Estás segura? —dijo sobre sus labios.

Ella rio.

—Eres bueno, pero no tan bueno.

—Puedo aprender —dijo frunciendo el ceño.

—Eso seguro, tienes la eternidad por delante —contestó guiñándole un ojo.

Elliot resopló.

—No voy a tardar tanto en aprender.

Para demostrárselo, la besó de una forma que le arrancó suspiros mientras sus dedos la seducían con movimientos lentos y circulares en su intimidad. En respuesta, Milena jadeó y arqueó la espalda. Cuando introdujo dos dedos, vio sus ojos nublarse de placer.

Elliot se permitió una sonrisa petulante. Se sentía bien complaciéndola y el tiempo que pasaba con ella, lo ayudaba a olvidar que seguía plantado en Trebana, sin nada que hacer más que esperar a que William se dignara a contestarle algún día.

Después de la primera noche que pasaron juntos, Elliot no volvió a visitarla. Se sentía miserable, patético, avergonzado... una mierda. Permaneció encerrado en la habitación de la posada y solo salía durante las comidas para escuchar rumores o preguntar si había llegado alguna misiva dirigida a él. La respuesta siempre era negativa y los piratas, unos borrachos que lo único que hacían era alardear de botines y mujeres, siempre en ese orden.

Pero una mañana de insomnio, Milena llamó a su puerta y él la invitó a pasar. Cuando lo besó, la correspondió sin dudarlo.

—¿Por qué has venido? —preguntó, jadeante.

—Porque te deseo —contestó ella.

—¿Nada más?

Milena sonrió. Fue una sonrisa sencilla... pura.

—¿Te parece poco? ¿Qué hay más poderoso que un deseo?

Elliot no contestó, pues no conocía la respuesta. En su lugar, la desprendió de su ropa y se tomó el tiempo de acariciarla como no lo había hecho la primera vez que se acostaron.

Puede que entonces no hubiera obtenido de ella lo que deseaba, porque no había buscado lo que debía.

A diferencia de la otra noche, Milena lo guio, pero le cedió el control varias veces, algo que Elliot agradeció. Sin embargo, esa noche descubrió que aquello que verdaderamente ansiaba era querer lo mismo que la otra persona y no verse arrastrado y socavado por los anhelos del otro, como sucedió con Gabriela.

La locura de la bestia ✔️[el canto de la calavera 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora