Capítulo 27

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Una o dos líneas de coca ayudan a eliminar la resaca y todos los malestares que estarlo conllevan. Lo sabíamos bastante bien.

Cuando dejó caer la droga sobre la mesa, no pude apartarle la vista. Me sudaron las manos, se me resecó la boca, mi corazón se aceleró. Moon-jae observaba la escena con mucha inexpresividad, esperando a que cediera ante algo que creí dejar tiempo atrás.

Encontrarme cara a cara con lo que pudo haberme matado lentamente en el pasado, fue aterrador y estresante. Mi ansiedad incrementó en tiempo récord y el alcohol casi se me bajó de golpe por culpa de la situación tan desgastante para mi mente.

Pensé con mi poca cordura acerca de eso, de mis años universitarios, de lo que sentía y pasaba cada vez que la consumía. El dolor temporal en las fosas nasales, la garganta irritada, la repentina euforia y los bajones ya cuando los efectos cesaban. Y claro, las mañanas posteriores con una falsa energía que se cobraba más tarde con líneas extra.

Al verme sumergido en dudas, Moon-jae se encargó de separarla por mí. Trazó cuatro líneas y las dividió a la perfección con su identificación, que sacó de su bolsillo.

—¿Tienes un billete? —Fue lo que dijo.

La ebriedad me consumía más de lo que hubiese querido. Podía pensar, moverme casi a voluntad, recordar todo lo que acontecía a mi alrededor y al pasado, pero obedecer a la razón era una de las tantas cosas que no podía hacer por más que lo intentara. Estaba completamente idiotizado.

—Teníamos un acuerdo —contesté, todavía mirando hacia la mesa.

Supo que cedería con facilidad, aunque me esforzara por aparentar lo contrario. Por eso se levantó a buscar uno entre los cajones de su tocador sin añadir nada a mi rechazo. Volvió casi tan rápido como se fue, se sentó, comenzó a enrollar el papel verde.

—Tú primero. —Me extendió el billete, evadiendo el contacto visual.

Me volví a negar, pero no me moví ni un centímetro para huir. Me sentí atrapado, sofocado, aturdido. Mi vecino solo bajó el brazo un poco, sin dejar de apuntarlo en mi dirección. No sonreía, no parecía ansioso, tampoco me presionaba con miradas o palabras para que finalmente accediera.

Yo me repetí en silencio que dijera que no a todo lo que me preguntase, que podía aguantar con esta y muchas más tentaciones, que no quebrantara nuestro acuerdo para empeorar la situación. Sin embargo, mi cerebro no trabajaba en su máxima capacidad y por ese motivo me sentía débil y tentado.

—Moon-jae...

El nudo en mi garganta casi impidió que hablara. El sudor humedeció mi frente y nuca, demostrando que ni el frío exterior podría calmar mis nervios. Quería decir que no una vez más, pero de mi boca no emergió una palabra tan simple y corta como esa.

De repente, sentí una de las manos de Moon deslizándose por mi espalda, bajo la camiseta. Recordé que aún estaba —como yo— alcoholizado. Tardó en calentarse, comparado con otras ocasiones.

—Te despedirán si no estás bien mañana —insistió—. Eso hará que no te recomienden y que, por ese motivo, nunca puedas salir de aquí.

Eso era cierto, al menos en un porcentaje. El Señor Yamada me recomendó porque mi trabajo era bueno, eficiente, porque tenía disposición, ganas y gusto por la fotografía. Si al día siguiente no podía hacer las cosas por culpa de la intensa resaca, no sería el único en fallarle a alguien. Me sentiría más que culpable por eso.

Tuve miedo de estropear las cosas, de no recuperar el dinero que ya tenía de vuelta casi en su totalidad, pero que por culpa del Makgeolli no recordaba. Yo mismo me impuse una gran presión encima gracias al temor.

El balcón vecino [BL-COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora