TDA: Final alternativo de QoAD [pt. 1]

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Emma y Jules se alzaban como dos gigantes bíblicos en los Campos Imperecederos. A sus pies, cazadores de sombras y subterráneos observaban expectantes cuál sería el próximo movimiento de los nefilim.

Julian estaba a punto de atrapar a Horace con su mano cuando Zara se interpuso, quedando atrapada en la gigantesca mano del Blackthorn de ojos azules verdosos. Zara Dearborn pataleaba y gritaba en la mano de Jules. Tal vez todos esperaban que Julian la matara, la destrozara en pedacitos, pero en cambio, se la pasó como cual pieza de dominó a Emma. Emma la tomó en sus manos y ni siquiera miró cuando le partió la columna y la dejó caer. Zara había muerto.

Tanto cazadores de sombras como subterráneos pensaban que tal vez Horace recogería el cuerpo de su hija del verde pasto de Idris, pero en vez de eso, salió corriendo a la ciudad de Alacante, presa del pánico, como un cobarde.

Emma y Jules se miraron a los ojos, cuencas blancas vacías de vida.

Cristina temía por el próximo movimiento, miraba a Emma. Rezaba para que no corrieran hacia la ciudad. Sería el caos. Tal vez derramarían mucha sangre, tal vez ellos podrían morir. Tenía pánico. Miró por todos lados, buscando a los Blackthorn. Divisó a Helen, junto a Mark. Dru y Tavvy. Buscó a Ty. e incluso a Kit. No los veía.

Iba a comenzar a hablar cuando el cielo se tiñó de rojo sangre y oscuridad. Miró hacia todos lados, y más allá de las montañas. El círculo de sangre y oscuridad solo tenía lugar sobre sus cabezas, sobre Alacante y los Campos Imperecederos. No. ¿Emma y Julian podían hacer esto? ¿Eran tan poderosos?

No tuvo tiempo de meditarlo porque entonces negras criaturas aladas emergieron del hoyo de oscuridad formado sobre los Campos. Cristina casi grita cuando un hombre de cabello blanco en una capa roja, montado en su particular criatura de grandes y espesas alas negras, aterrizó en los Campos Imperecederos. Desmontó y, espada en mano, se dirigió a una chica pelirroja, pequeña. Era... No. Todos se habían quedado en silencio, incluidos Julian y Emma, que miraban al extraño y al círculo en el cielo y viceversa.

Apenas le dio tiempo a mirar cuando la espada se clavó limpiamente en el vientre de Clary. Ella no gritó. Cayó como una pequeña rosa seca, en silencio. Acto seguido, se escucharon gritos.

Sus mejillas rosadas se estaban tornando pálidas, su pequeño cuerpo en sus manos y su cabello pelirrojo como fuego en sus dedos. Jace Herondale miró el charco de sangre que se extendía por el vientre de su novia y... No. También había sangre en sus muslos, pero estaba por dentro. Se atrevió a mirar mejor. Le tomó una milésima de segundo darse cuenta de lo que estaba pasando. Clary estaba embarazada. Clary iba a tener un bebé suyo. Iba a ser padre. Ella iba a ser madre. De su hijo.

Clary había muerto cuando esa hoja había atravesado su vientre. Cuando él llegó, ya estaba muerta.

Ni siquiera se habían comprometido.

Simon corrió hacia Clary cuando Sebastian llegó. Pero cuando llegó a ella... ya había muerto. Lo sabía. Él había sentido el vínculo parabatai cortarse. Tuvo que obligarse a pararse un par de segundos. Gritaba de dolor.

Jace aún sostenía su cuerpo cuando cayó en la hierba a acunar a su mejor amiga.

La Parca los había visitado, vestida de rojo y blanco. El hombre que había asesinado a su hermano pequeño hacía cinco años se encontraba justo delante de ella en este instante, sus dientes, filosos de crueldad y maldad, a la vista, sus labios tirando en una feroz y despiadada sonrisa, sus ojos fijos en ella, como un depredador disfrutando de los últimos momentos de angustia y desesperación de su presa. Pero Isabelle Lightwood no le tenía miedo. Nunca se lo había tenido. Irguió la espalda y levantó la barbilla. No pensaba doblegarse. Mucho menos después de lo que él le acababa de hacer a Clary, su amiga y confidente estos últimos cinco años. Clary, a quien consideraba una hermana. Clary, su Clary. Le había arrebatado tantas personas que amaba en la Batalla del Burren y en la Guerra Oscura... Ahora había regresado de la muerte para seguir arrebatando más pedazos de su corazón. Ya no tenía nada que perder. Levantó la espada y arremetió contra él con todas sus fuerzas.

Apenas interceptó, debido a esa espiral de dolor y venganza que corría en sus venas, cuando un chico de cabellos dorados se interpuso entre esa corta distancia que la separaba de la persona que más odiaba y le asestó un golpe mortal con una daga en el corazón. Ella abrió mucho los ojos y miró a la cara a su agresor. No podía asimilar quién le había hecho eso. Su... su hermano. Jace, con una sonrisa en los labios, aún tenía hundida la daga en su corazón. Pero ese... ese no era Jace. Se veía más adulto. Era Jace de Thule. Y este era el Sebastian de Thule.

La daga salió lentamente, lo que le causó más agonía y dolor, de su corazón. Le costaba respirar con dificultad. Empezó a oír voces que la llamaban. Su padre Robert. Su hermano Max. Una chica idéntica a ella físicamente, con su colgante de rubí enroscado en el cuello, apareció frente a ella, tendiéndole la mano. Sus respiraciones se hacían cada vez más débiles. Ya no podía mantener los ojos abiertos. Dejó que se cerrasen.

-Izzy, Izzy, Izzy. Por favor, no cierres los ojos, por favor, Izzy, por favor, no los cierres. Por favor, por favor. Por favor.

Esa voz... Alec. Intentó abrir los ojos pero era incapaz.

-S...S... Si... Sim... -balbuceó. Quería que estuviera aquí, quería tocar sus manos una última vez, sentir su piel, sentir que estaba con ella.

Alec llamó a Simon.

Para cuando Simon llegó, Isabelle Lightwood ya había muerto. 

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