Alzó la mirada. Para su sorpresa, en el salón estaba cada una de ellas: José, Verónica, Carlos y Elisa. Palideció. «Definitivamente tengo que salir de aquí». Se puso de pie, pero al hacerlo le dolió la parte baja del abdomen. Se paralizó cuando sintió húmeda la entrepierna.

—Ah, ya te bajó —dijo Francisco.

«Para esto bien que sí hablas, maldito». Cielo salió del salón en dirección al baño sin importarle que todos la vieran. Le preguntó a una chica si tenía una toalla sanitaria que le pudiese regalar y afortunadamente la chica le dio una. Los cólicos fueron espantosos. En la vida real nunca había tenido cólicos tan fuertes.

Al salir del baño se recargó en la pared del pasillo, exhausta. «¿Dónde estás, Mía? Y ahora ¿qué se supone que haga?».

Buscó la puerta principal para irse de la Casa de la Cultura, pero al caminar por el pasillo, siempre regresaba al salón de pintura. «Lo mismo una y otra vez. Tengo que romper el ciclo... de nuevo».

La culpa regresó con mayor fuerza. Aquellos cinco sí que le habían atraído físicamente; de hecho, había tenido relaciones sexuales con todos, pero nunca llegó a tomar en serio a ninguno, ni siquiera a Verónica ni a Carlos, quienes le llegaron a gustar bastante. No solía iniciar la conversación, se tardaba mucho en contestar los mensajes, no les preguntaba cómo estaban y, cuando le contaban algo importante, no les respondía con suficiente interés.

Había sido novia de todos menos de Francisco, con quien solo salía casualmente. Ella terminó con José y Elisa porque se aburrió de ellos, pero fueron Verónica y Carlos quienes terminaron con ella debido a que no soportaron que los tratara tan mal.

«De acuerdo. Supongo que simplemente debo disculparme».

Atormentada por el dolor de los cólicos, uno a uno les pidió que salieran al pasillo un momento. Todos accedieron tranquilamente.

Se puso nerviosa ante ellos, pero saber que no eran los reales le permitió expresarse con mayor facilidad.

—Bueno, hay algo que quiero decirles... Sé que cuando estuve con ustedes me porté muy mal. No me involucré como tuve que haberlo hecho, solo pensé en mis intereses, y lo peor es que, para que no se alejaran de mí, llegué a aparentar que de verdad los quería. —Bajó la vista, avergonzada—. No fui una buena pareja, lo sé, y por eso les pido que me perdonen.

Ellos intercambiaron miradas.

—Efectivamente la llegamos a pasar terrible contigo —respondió Carlos—. Fueron relaciones enfermizas, pero no todo fue responsabilidad tuya; si sufrimos fue porque nosotros decidimos permanecer a tu lado. Tuvimos que habernos alejado de ti antes, pero no lo hicimos.

—Así es —concordó Verónica—. Es cierto, fuiste una muy mala pareja, pero a pesar de todo, te quisimos. Y es por eso que te podemos perdonar.

Cielo estaba sorprendida.

—¿En serio me perdonan? ¿Todos me perdonan?

Los cinco asintieron.

—Sí, Cielo —dijo José.

—Te perdonamos —afirmó Elisa,

—Bueno, no es que yo haya sido o sea tu novio —agregó Francisco, juguetón como solía ser en la realidad—, pero también te perdono.

—Vaya, gracias, chicos. Gracias por perdonarme.

Pero en el fondo no se sentía satisfecha. Le parecía inusual que todo hubiese resultado tan sencillo.

Los tonos del cieloWhere stories live. Discover now