El milagro

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Bueno, hola! Sé que me demoré un poco esta vez, pero se me había quemado la compu y tuve que dejar un riñón por parte de pago, para que me la arreglaran. En serio, no tenía forma de escribir y casi muero de aburrimiento. Pero en fin, tenemos el segundo cap. Espero les guste y gracias a todos los que se pasaron por acá ;)

Capítulo II:

                                                        El milagro

He escuchado hablar tanto sobre el milagro de la vida que, a decir verdad, llegado el momento pensaba que podría manejar todo el asunto como una profesional. Obviamente no me refiero al nacimiento de un hijo propio, sino al acontecimiento en sí. Daba por descontado que habría una larga espera, ansiedad, nervios, pero todo esto seguido por el consecuente estallido de felicidad al ver el resultado de tremenda puesta en escena ¿no?

Bien, no creo que haya un modo delicado de decir esto, pero el asunto del milagro de la vida está bastante retocado por Hollywood y los malditos programas que anuncian un bebé por minuto. La verdad es que no hay ni una puta cosa milagrosa en todo el tema, al menos que nos estuviesen timando y nuestro bebé hubiese perdido el efecto deslumbrante con la eterna espera. Y les puedo asegurar que Marc estaría completamente de acuerdo conmigo, es decir si fuera capaz de expresar una frase coherente. Algo que no hacía desde un largo rato.

Así que la situación estaba más o menos así: 

Al llegar al hospital todo marchaba sobre ruedas, Audrey se mostraba tranquila, burlona y bueno… básicamente a lo Audrey. Pero entonces el tiempo comenzó a correr y lo que al principio fue sólo el regular monitoreo de la mamá y el pequeño, se convirtió en algo más. Durante las horas que siguieron al ingreso de Aud, las enfermeras no dejaron de revisar el aparato que medía la frecuencia cardíaca del bebé y susurrarse cosas sobre qué tan activo estaba. Hasta ese momento no tenía idea que los bebés podían ser activos desde tan temprana edad. En fin, cuando la obstetra se hizo presente nos corrió de la habitación sin mediar explicación, y nos dejó en ascuas en la sala de espera: esperando.

Marc observaba, ausente, el pasillo por donde se encontraba la habitación de Aud como si estuviese aguardando el momento exacto para ponerse en acción, mientras tanto Sarah sacudía sus piecitos en los asientos de plásticos en completa calma. El ambiente estaba tan cargado de incertidumbre, que incluso la niña parecía saber que debía comportarse.

Suspiré de forma audible, captando la atención de ambos al instante, pero ninguno rompió el silencio y rápidamente volvieron a la contemplación de sus respectivos espacios mentales. Yo me sentía tan inútil aguardando por alguien que nos informara de la situación, que a esas alturas hasta agradecería una señal de humo en forma de bebé. Algo, lo que fuera, para confirmar que todo seguía bien y que tanta espera y mutismo era lo usual durante los nacimientos. Pero al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en los partos que veía en televisión. Todo eso pasaba en un abrir y cerrar de ojos; mamá entraba con la fuente rota, gritaba un poco, maldecía, pujaba y salía con su pequeño en brazos. Simple, ¿verdad? Entonces, ¿dónde rayos estaban Audrey y mi ahijado? ¿Cuánto tiempo más debíamos esperar por ellos? ¿Por qué no podíamos acompañarla? ¿Ese era el momento en que debía comenzar a plantearme la posibilidad de que algo estuviese marchando mal?

—Basta… —me susurré, procurando controlar el torrente de pensamientos negativos que invadían mi cabeza. Lo que menos necesitábamos allí era ese tipo de ideas de mierda.

—¿Marc?

Miré a Sarah que se había movido de mi lado para plantarse frente a Marc, en algún instante que mi cerebro no había registrado. Él apartó la vista del infinito, obsequiándole una corta sonrisa a la niña.

Lo que aprendí de Cameron Brüner. (Bitácora 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora