Capítulo 52. Trascendente.

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- A veces me da miedo. 

- Todo lo bueno conlleva un peligro, pero es un riesgo que merece la pena correr. Ya estoy mirando vestidos de boda. 

- Si rompemos no sé yo quién lo va a pasar peor, si tú o yo. 

- Eso no va a pasar. Yo me voy a quedar aquí, tranquilita, relajada, esperando mi invitación. Yo te aconsejo una boda de día, la resaca se pasa mejor -lo decía tan en serio que no le quedó más remedio que reír-. Ahí viene la novia, chan chan cha chaaaaaan. 

- Cállate -susurró dándole un codazo. 


Se quedaron mirando la imponente figura de Natalia, que avanzaba hacia ellas. Las miraba con una mueca de desconcierto y una sonrisa divertida. Qué las pasa. 


- Buenos días -dijo con el ceño fruncido. 

- Buenos días -contestaron las dos pavas a la vez. 

- ¿Todo bien por aquí? -rió por la nariz. 

- Todo perfecto. Aunque muy triste, Lacunza. ¿Sabes que al principio te llamaba Natalia Penumbras? -dijo Marta con nostalgia. 

- No merezco -soltó una risotada. 

- Al principio sí, hija, estabas siempre más seria que una estaca. 

- Pero ya no, ¿a que no? -dijo con voz infantil. 

- Ahora eres Natalia Jolgorio -y las tres rieron. 

- Toma, Martuka, te he traído esto -sacó de su bolsa un sobre y se lo tendió-. Es una tontería, pero quería agradecerte lo maja que siempre has sido conmigo, sobre todo cuando era Natalia Penumbras -sonrió, azorada-. Me lo has puesto muy fácil y... bueno... era importante para mí llegar a un sitio que me ponía nerviosa y encontrarme siempre con tu simpatía. Gracias -se miró los pies y Alba pensó que no era posible quererla más. 

- Te voy a comer los morros -se secó las lágrimas de las comisuras de los ojos antes de que cayeran-. Joder, yo no te he traído nada. 

- No hace falta, tonta. 

- Sí hace, soy un desastre -se tapó la cara con las manos-. Joe, yo te quiero agradecer lo amable que has sido siempre pa ser una estrella. También me lo has puesto fácil a mí, que yo me ponía de los nervios cuando venías. 

- No llores Marta, por favor, que voy a llorar yo también -le temblaban los labios a la morena, que se metió en la recepción y le dio un abrazo de esos que curan hasta la gripe. Le cogió la cara con las manos y le dio un pico, haciendo que el grifo de lágrimas de Marta se cortara de golpe. 

- ¡Pero que me ha dao un beso Natalia Lacunza! 

- Ese es tu regalo para mí -le guiñó el ojo y se separó de ella. 

- Cómo estamos hoy, madre mía -rió Alba, que miraba todo con un gesto triste en la cara. 

- Si nos vamos a seguir viendo, Martuka, los miércoles de Malasaña no se negocian. 

- Te apuntaré en mi lista del rencor si te olvidas de mí, que lo sepas. Filtraré a la prensa que eres tonta del culo, avisada estás. 


Natalia cabeceó y miró a su rubia con media sonrisa. Tenía la garganta apretadita, ya daba por sentado que no se iría de allí sin llorar. Se acercó a su cuadro favorito e hizo como que también le daba un abrazo. Dos cuadros había allí, dos. 


- Gracias a ti también -y le dio un beso al marco. Notó la mano de la fisio en su hombro y se giró. Allí estaba, con su uniforme y su sonrisa de postal, por última vez. Sacó el labio inferior y parpadeó muy rápido para absorber las lágrimas. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now