2. Mi Funeral

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Siempre me pregunté cómo sería mi funeral, quiénes estarían llorándome, quiénes llevarían flores, quiénes escribirían en el libro de condolencias, quiénes darían algún discurso emotivo frente al resto de los presentes o simplemente, si a alguien le importaría estar ahí. No es que haya sido una gran persona, no dejaba de ser parte del montón de los que trabajan de manera mecánica cumpliendo siempre al ritmo del tictac del reloj de pared las funciones de aquello que debía hacer. Jamás había alzado la voz contra un jefe y aún ahora tengo serias dudas de si alguna vez alguno de ellos llegó a saber siquiera mi nombre. En muchas oportunidades tuve que ir a funerales, la única función que cumplían era de reunir a las familias. Recuerdo que algún primo siempre decía "Deberíamos hacer algo, juntarnos más seguido", otro decía "Si, podríamos celebrar todos los cumpleaños haciendo un asado al mes" y quizás fuera real el deseo de hacer algo en conjunto, pero terminado el entierro, llorado todo lo que había que llorar y abandonado el cementerio todas aquellas ideas que se habían construido se caían bajo su propio peso. La verdad, es que éramos el familia, pero nunca habíamos forjado el mismo tipo de lazos que existen entre los amigos, supongo que por lo mismo no me sorprendía que hubieran pasado un par de años y me los encontrara nuevamente en alguno de los funerales de algún ser querido que no recordaba que quería hasta oír por el teléfono que había fallecido.

En esta ocasión la persona que había fallecido era yo, bueno... no yo, pero si la versión de mi que residía en esta otra dimensión. Como parte de los refugiados dimensionales debía tener especial cuidado de no revelar mi existencia pues el menor de los indicios podía ser capaz de exponernos a todos y no era un riesgo que quisiéramos correr, de manera que no debería haber ido aquél día a mi funeral, si mis compañeros hubieran sabido lo que haría ese día sería probable que me hubieran encerrado en el sótano hasta que reprimiera los deseos que me empujaban a salir a la luz. Sin embargo, la tentación fue mucho mayor, combinado al deseo irresistible de poder volver a ver a mi amada hija que con pesar quedó atrás en el escape. El tiempo me había distanciado parcialmente de mi versión fallecida, en esta realidad mi otro yo tenía ciertos antojos constantes de fritura, el cabello diferente, razones por la cuales hubiéramos pasado fácilmente por el antes y después en un comercial de algún producto que buscaba vender la idea de que se era capaz de bajar más de 30 kilos en pocos meses. Fue también esta diferencia la causa que precipitó su muerte, el sobrepeso terminó llevando a mi otro yo a sufrir un paro cardiaco que puso fin a su vida un 30 de septiembre a las 5:00 am.

Allí estaban muchos más de los familiares que hubiera creído poder reunir, muchas de mis amistades que jamás me había dado el tiempo o ganas de presentar estaban por primera vez en un mismo lugar, pero entre ellos también vi gente que no conocía y parecían conocer a mí otro yo, aunque lo que más me sorprendió fue ver aquél hombre, sus rasgos toscos me eran inconfundibles pues durante toda mi vida había visto su foto en blanco y negro colgada en la pared del comedor, era el padre de mi madre, aquél hombre que jamás había conocido pues falleció algunos años antes de que yo naciera. ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Cuán diferente hubiera sido mi vida con su presencia en ella? ¿Era ese el motivo de los más de 30 kilos que nos diferenciaban? Pero lo que más me intrigaba, era el hecho de que a pesar de lo mucho que hubieran podido cambiar las cosas, gran parte de mis amigos eran los mismos, mi pareja era la misma, mi hija era la misma. Hubo algunas personas que me sorprendió ver pues en mi vida nunca me había acercado a alguno de ellos, eran parte de las personas que en más de un ocasión me lamenté no haber podido conocer y aquí parecían haber formado una parte importante de mis días. Sin embargo, también hubo muchas personas que pensé que estarían y no dieron señales de vida.

Durante la misa me senté atrás sin poder evitar prestar atención a todos los reunidos, sentía que en cualquier momento podían descubrir mi fachada y en el conflicto que generaría un ataúd con una versión mía con más de 120 kilos. ¿Cómo podía explicar la situación? La verdad es que no lograba pensar en una forma en que pudiera hacerlo. Así que simplemente renuncié a cualquier clase de contacto humano mientras esperaba el término de la misa, fueron varios los discursos de las personas más cercanas que tuve, mis ojos se llenaron de lágrimas al notar en cada uno de ellos que la única distancia entre mi otro yo y yo eran aquellos kilos, algunas amistades, estar con vida y mi viaje a esta dimensión.

Finalmente mi hija se subió al podio y comenzó a hablar acerca de cómo había sido tener a alguien como yo en su vida, la importancia y el dolor que crecía en su pecho al imaginar una vida sin mí, fue entonces que sentí sus ojos posarse en mi y quedarme mirando con cara de estupefacción, la idea de que me hubiera descubierto se me hizo fatal, así que de inmediato me levanté y avancé hacia la entrada. Por el micrófono mi hija terminaba el discurso con palabras de lo mucho que me quería y agradeciendo a todos los presentes estar allí con nosotros.

Me apresuré en ocultarme temiendo que ella fuera tras de mí y no poder escapar. Fue entonces que sentí pasos apresurados al interior de la iglesia y la voz de mi hija gritando mi nombre a penas abrió la puerta. Sentí que no podía moverme, el deseo de ir por ella y abrazarla con fuerza no era fácil de combatir. Tras ella salió un joven un poco mayor quien pensé que se trataba de su actual pareja pues los había visto juntos durante todo el funeral. La oí romper en llanto cayendo de rodillas, se acercó a abrazarla, sin embargo oí que ella le decía "Hermano, estaba aquí, lo sé". Fue entonces que mi corazón se apretó con fuerza, lo vi y no podía evitar recordar aquella difícil etapa en que un aborto espontáneo puso fin al sueño conjunto de ser padres, ese fue el momento más difícil de mi vida, sin embargo dos años más tarde llegaría a mi vida mi hija y... Los dos ingresaron de nuevo a la iglesia, suspiré y me puse a caminar lejos de allí. Lo más doloroso de ir a mi propio funeral fue no haber podido decir adiós. 

TransdimensiónWhere stories live. Discover now