Él no me miró, tenía la vista fija en la carretera. Vi que la calle de mi departamento está inundada de agua. Diego empezó a refunfuñar y a decir cosas en voz baja. Dobló a la izquierda y se alejó de mi departamento.

—Déjame bajar—repetí.

Puso el seguro y volvió a fijar la visita en la carretera. Me callé, ya que sabía que estaba concentrado. Me quité el pelo de la cara y miré por la ventanilla y veía que cada vez estaba empeorando más la lluvia. Diego entró en un subterráneo y estacionó su todoterreno.

—Tendrás que quedarte hoy día en mi departamento. —Dice lo más calmado del mundo.

— ¡No, ni loca! —Exclame.

—Vamos, Anastasia, somos amigos y tu calle está inundada no se puede entrar, ven —. Él se bajó del todoterreno. Me quedé sentada adentro.

Él me abrió la puerta y me dio su mano para bajar, pero yo la rechacé. Diego caminó hacia el ascensor, esperamos en un silencio incomodo y aparte un mechón de mi cara, las puerta se abrieron y ambos entramos en el ascensor. Un escalofrío frío recorrió mi cuerpo y me abracé a mí misma para transmitir un poco de calor. Se acercó a mí y puso su mano en mi mejilla, me quedé quieta mirándolo.

—Estás muy helada, puedes darte un baño, te prestaré ropa y te haré una sopa para que entres en calor.

Me quede callada...en estos momentos me gustaría estar sola. Las puertas del ascensor se abrieron, me dejaron ver un pasillo café claro muy lujoso con alguna mesilla de noche con lámpara y flores. Se paró en una puerta y la abrió.

—Ohh...—Fue lo único que salió de mi boca.

El departamento Diego era enorme y su salón era todo blanco, con también algunas mesitas de noche con lámparas. Pasó por mi lado y se metió a su cocina. Me acerqué a los ventanales enormes y pude observar Barcelona, era una vista increíble.

Sentí ruido atrás mío y vi que Diego estaba sacando unas ollas. Miré más detenidamente su departamento y vi que tenía un piano en medio y tenía dos enormes sillones, uno negro y otro blanco. Al otro lado tenía un comedor que era una mesa excesivamente grande para una sola persona y al lado derecho había una escalera.

Diego se acercó a mí y me pasó su polerón. Negué con la cabeza.

—Póntelo por mientras.

Solté un suspiro y lo tomé, me saqué mi polerón delgado del deporte y me puse su polerón. Diego volvió a posar su mano en mi mejilla y me miró fijamente.

—Ya estás mejor. Ven, te mostraré la habitación para que puedas bañarte y cambiarte.

Subimos la escalera en completo en silencio y sus paredes eran todas blancas. Se paró en la puerta y entramos a una habitación oscura. Solo se escuchaba la lluvia caer.

—Espero que no estés tramando nada Don Juan —bromeo con él.

 —Muy graciosa, Anastasia —puso los ojos en blanco y luego me observó detenidamente y mire mi ropa estaba goteando —. Tendré que secar mi suelo porque una chica rebelde no quiso subir de inmediato mi coche y no solo mojo el asiento de mi todoterreno ahora lo hace por todo mi departamento.

—Ups...

—Si, ups, Anastasia —negó con su cabeza y dejo mi bolso en el suelo. Me quedé quieta porque quería causar más daño. Diego frunció el ceño y tomó mi mano —. Puedes caminar Anastasia, no me enojo.

—Eres tan raro, Diego —solté de repente —. Sigo pensando que está tramando algo.

—No soy como tú crees que yo soy, Anastasia, no te dejes llevar por los comentarios de la gente—camino a la puerta y me miró un momento—. Te traeré ropa, espera un momento aquí.

Hermosa RendiciónWhere stories live. Discover now