Crónicas de Counterville

El especial

Hace unos años atrás...

—¡Nate! ¡¡Te dije que no molestes a esa llama!! —lo reté luego de terminar la llamada con Theo. El pobre y sus dramas adolescentes.

—¡Sé que lo dijiste! —habló limpiándose la chaqueta mientras James se reía y Sky lloraba porque una llama había atacado a su papi.

—¡Papi, mira! —señaló James interrumpiendo la situación anterior. Era un señor que vendía algodón de azúcar.

Estábamos en una provincia en Perú de vacaciones, a Nate le había escupido una llama porque él la había provocado a pesar de que se lo advertí.

Los negocios iban viento en popa y el contrato con Perú ya estaba listo, así que estábamos paseando el par de días que quedaban libres porque luego iríamos a Bolivia, Paraguay, Chile y Uruguay a terminar con los últimos contratos de latinoamérica.

—Mi amor, ¿quieres uno? —preguntó Nate a Sky, que automáticamente asintió enérgica.

—Bueno, los pido yo —sonreí acercándome al señor— «Buenas tardes, cuatro algodones de azúcar por favor».

Mi español había mejorado mucho. Él de Nate...

Bueno, él era guapo.

—«Son cuatro soles» —contestó el señor y yo estaba por traducirlo, pero Nate se adelantó.

—Dijo que son cuatro soles, soy todo un experto en el español. —entonces sacó las monedas para entregárselas al amable y bajito hombre— «Gracias señor».

—«A ustedes, que tengan un buen día» —sonrió asintiendo y se fue. Nate asintió también y me miró con una sonrisa tonta.

—¿Qué dijo?

Me eché a reír y seguimos caminando. Él no cambiaba.

Estuvimos varias horas en un refugio de animales donde cuidaban a todo tipo de especies y las ayudaban a reintegrarse a su hábitat natural. Los niños estaban emocionados.

Los niños: Sky, James y Nate.

Cuando llegó la hora de comer, el primero en reclamar fue alguien que ni siquiera debo mencionar.

—Tengo hambre —habló Nate mirándome.

—¿Y qué hago? —pregunté esperando una respuesta rápida de las suyas, así era siempre. Lo molestaba y él lo hacía de vuelta.