Capítulo 41. Obediente.

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- Nat... -intentaba recuperar el aliento-. Tengo que ser profesional -susurraba como una autómata dando picos en su boca-. En el trabajo, trabajamos -le lamió la boca, desdiciéndose en apenas medio segundo. 

- Me encantan los retos, Albi -la apretó contra sí, besándole el cuello-. Además, has dicho que con dos días a la semana sería suficiente, puedo seguir viniendo tres y dejar un ratito cada día para... entrenar -el tono ronco con el que lo dijo hizo que la fisio gimiera como un quejido. No era fácil negarse ante esa proposición. 

- Natalia, por favor... -jadeó. 

- Vale, vale, seré buena... de momento -le dio un beso en la nariz y la liberó de sus brazos. 

- ¿De dónde coño has salido tú? -le dio un último pico y comenzó a tratarla. 


Hacía años que nadie le ponía tan terriblemente cachonda. Lo conseguía con apenas tres besos y cuatro palabras. Pero qué palabras. La desgraciada lo hacía todo bien, todo a su gusto. Ni era excesivamente explícita, lo cual le generaría bastante rechazo, ni callada, justo el punto medio. Era sutil pero sugerente, y no había nada que le pusiera más que los dobles sentidos. Esto había sido así con ella desde el principio, y en el tema sexual no había cambiado en nada. 

Pensó, como le había dicho la cantante hacía unos días, en lo fácil que era encontrar algo insalvable en otra persona, una característica de su carácter, o de su comportamiento, que nos resultara imposible de obviar y, por tanto, de perder el interés. Natalia podría haber sido una insufrible diva, podría haber sido una tía con las manos largas cuando no procedía, una seta en la cama o una depravada con gustos extraños. Pero no, Natalia Lacunza parecía hecha para ella, como si un ángel la hubiera conocido y hubiese tomado la decisión de moldearle a una diosa, hacerle una personalidad a su medida, ponerle un lazo y mandarla a rehabilitación. No salía de su asombro. 


- Bueno, ¿y cuál es la buena noticia? -la sacó de sus pensamientos. 

- A lo mejor la semana que viene empiezo a dejarte tocar un poco. 

- ¿SIIIII? -el grito que pegó hizo reír a la rubia. Mi pequeña emocionada. 

- Pero solo un poco, por lo que me cuentas ya no te duele cuando haces los ejercicios que te mando y estaría bien ver cómo responde a tu vida normal. 

- Ven, dame un abrazo -y la estrechó, levantándola un palmo del suelo, como si pensara asfixiarla. 

- He dicho que solo un poco, máximo media hora al día y si te duele, paras. Cuando termines quiero que te pongas hielo durante veinte minutos. 

- Te prometo por mi vida que no más de media hora al día, no quiero alargar esto más. Me gusta muchísimo verte, pero con tus normas prefiero que sea fuera de aquí -y le guiñó un ojo. A eso se refería la rubia: no le había dicho absolutamente nada pero se lo había dicho todo. 

- Así me gusta -continuó con la sesión. 

- ¿Y cuándo puedo empezar? -preguntó con una sonrisa que no le cabía en la cara. 

- El lunes. Y de verdad, Nat, si te duele no toques. 

- Te lo prometo. ¿Y por qué reducimos a dos sesiones a la semana? -puso carita de pena. 

- Porque ya estás mucho mejor, no es necesario que vengas tan a menudo. 

- Pero yo quiero verte. 

- Y yo. Estamos a punto de entrar en julio y muchos de los pacientes se van de vacaciones. Nos quedamos cuatro gatos. Suelo tener las tardes libres. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now