《 Te acepto 》

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Tarde se dio cuenta del gran amor que sentía por ella o más bien aceptarlo.

Y cuando la observo tan cerca de ese hombre, el enojo lo consumió por completo sin olvidar que el miedo también ocupo una parte, ya que al ver que le daba la misma sonrisa que ella le regalaba a él, le aterro ser remplazado y dios quien no caería en la gracia de aquella mujer, es hermosa y con un gran corazón, es sencillamente maravillosa. Era claro que no quería perderla pero al final eso fue lo que sucedio...y fue su culpa.

Lastimo a la mujer que había dado todo por él.

— Te amo... — musito.









[...]





— Señor Adrien, ¿Se siente bien? —pregunta preocupada ante el notorio cansancio.

—Sí, ya vete — dice sin más, sintiendo como su cuerpo temblaba y el dolor de cabeza parecía no tener fin.

La azabache inconforme con la respuesta, deja las carpeta en el escritorio y con la valentía de todo el mundo se acerca a su jefe, colocando sus manos al rostro pálido del Rubio, conectando ambos mirada.

—Esta enfermo — asegura la azabache, siento ternura ante la expresión de su jefe gruñón.

—Y tu loca — musito, sintiéndose bien ante la calidez que le brindaban aquellas manos.

— Debe irse a descansar, empeorará si sigue aquí — dijo preocupada, tocando la frente del Rubio — El trabajo es suficiente por hoy, y si tiene pendientes yo puedo resolverlo, así que no se preocupe — sonríe, transmitiendo una agradable paz a Adrien.

Sin saber como, la azabache se encontraba dejando leves caricias en los cabellos rubios, mientras que unos brazos rodeaban su cintura.

— No quiero estar solo...— murmura, sintiéndose mal ante la enfermedad que estaba albergando en su cuerpo.

— ¿Quiere que le llame a su padre? — pregunta, recibiendo una respuesta negativa — Señor Adrien....

— Llévame a mi casa — ordena ya sin fuerza.













El Rubio ya hacía postrado en su cama, enredado como si de un sushi se tratase, siendo alimentado por la azabache.

— ¿Qué tal sabe el caldo?, ¿Le gusto? — pregunta nerviosa, limpiando con un pañuelo el boca manchada del Rubio.

—Sabe horrible — miente, sintiéndose feliz ante la atención de la mujer.

— Oh, ¿De verdad? Puedo jurar que me quedo muy bien.

— Pues no paso

— Pues ya no le doy — le quita la cuchara y hace como si se fuera a levantar.

— ¡Dame! — ordena.

— ¡No que no le gusto!

— ¡Puedo soportarlo!
















La noche hizo acto de presencia y la luz nocturna que brindaba la luna se coloco por el ventanal, en donde se encontraba la azabache dejando caricias en la cabellera Rubia, mientras tarareaba una melodía.

— Gracias por quedarte — musito con sueño.

— Descanse señor Adrien — susurrro, sin detener las caricias que arrullaban al Rubio.

— No me dejes....

—No lo haré...









[...]



—Necesito decirte que te amo, que correspondo a tus sentimientos Marinette...

Sin perder más el tiempo, se puso sus zapatos y agarro una chaqueta para luego salir de aquella fría habitación, caminando con pasos rápidos por la gran mansión, llegando a la puerta principal para agarrar la llaves y salir.

El sonido de un coche despertó al señor Agreste, quien se levanto para dirigirse la gran ventanal, la cual dejaba a la vista el carro de su hijo arrancando con prisa, hasta perderse entre la calles.

— Adrien...






La velocidad del carro estaba al límite, pasando semáforos en rojo, restandole importancia el tener un accidente, teniendo como único objetivo llegar a la casa de su azabache.

Cuando por fin llego a su destino, inmediatamente bajo de auto, tocando una y otra vez la puerta con sus nudillos, más sin embargo nadie atendía a sus llamado. El nudo en su garganta se hacía cada vez más fuerte.
Tal vez la azabache ya se encontraba dormida o simplemente no lo quería ver, la entendía perfectamente.
Estaba apunto de irse hasta que escucho un grito provenir de adentro.

— ¡Ayuda por favor!

Hiro Agreste.

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