Capítulo 10

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Abrí la puerta con cuidado para que no me escucharan. Ni siquiera sabía si habían informado a mis padres de que no había ido a clase. Ni rastro de mi madre. Escuché la voz de Dylan en el despacho de mi padre y, tras darle varias vueltas, no pude evitar apoyar mi oreja en la puerta.

-Dylan, creo que deberías de buscar alguna forma de alejar esos pensamientos... No sé, quizá alguna actividad, algún hobbie que te haga centrarte en otras cosas.

-Creo que tengo una.

-¿Si? ¡Eso es genial, Dylan!

-Pensar en su hija. -Escuché cómo mi padre tosía. Sonreí un poco al escuchar eso, me encantaba que Dylan le hubiera plantado cara al igual que lo hacía yo, pero por otro lado pensé que se la estaba jugando demasiado. No era consciente de cómo era mi padre.

-No vuelvas a decir eso. Mi hija no tiene nada que ver aquí, Dylan. -Contestó mi padre con seriedad.

-No le entiendo, Doctor. Me dice que tengo miedo al rechazo pero ¿quiere que pierda a la única persona que no me rechaza? ¿Por qué?

-Mi hija no te rechazó porque no sabe nada de ti, no te equivoques.

-Claro, pero entonces nunca podré tener una vida normal, ¿no? Quizá su hija hace que me sienta menos rechazado y eso haga que mis pensamientos cambien, ¿no lo cree?

-Si, ¡pero no con mi hija! -Contestó mi padre enfadado.

-Debería de pensar sus contradicciones, doctor. Creo que le iría bien.

-Mira, chaval. No te lo voy a volver a repetir. No quiero que te acerques a mi hija. Ni se te ocurra.

-Claro, doctor. A sus órdenes.

-Se ha acabado el tiempo. Mañana más. Quiero que busques algún otro pasatiempo o alguna forma de mantenerte ocupado que haga que no pienses en eso.

-De acuerdo.

Me metí rápidamente en la cocina e hice como si acabara de llegar. Mi mirada se cruzó con Dylan cuando salió del despacho pero no se paró a hablar conmigo. Se dirigió directamente hacia la puerta de mi casa, me dedicó una sonrisa, me guiñó un ojo y se fue. Mi padre me vió al salir del despacho y se acercó malhumorado hacia mí.

-Luna, creía que llegarías algo más tarde. ¿Qué haces aquí? -Me tranquilizó saber que el instituto no había llamado a mis padres.

-Hemos salido antes. ¿Qué pasa? ¿Que no quieres que me cruce con él cuando sale de tu consulta?

-Pues no, no quiero y si es necesario adelantaré las citas para que no os crucéis. Ese chico es peligroso y no quiero que te acerques a él, ¿entendido?

-Sí, súper papá.

-No va en broma, Luna. Espero que me hagas caso por una vez en tu vida. -Puse los ojos en blanco.

-Que sí, lo que tú digas. Oye, ¿dónde está mamá?

-Está en la cama acostada. No se encontraba bien.

-Pero, ¿está bien? ¿Le has dado algún medicamento?

-Sí, tranquila. Se recuperará enseguida. Oye come cualquier cosa, tengo cosas que hacer y tu madre no está en condiciones de cocinar.

-Vale.

Cogí una manzana y esperé a que mi padre subiera las escaleras en dirección a su habitación. Vi que el despacho estaba todavía abierto y entré rápidamente sin hacer ruido. Busqué sobre la mesa del escritorio y encontré la grabadora de mi padre. Lo pensé durante unos segundos, la cogí y subí a mi cuarto. Dios, cómo se diera cuenta estaba muerta.

Mi padre tenía la costumbre de grabar sus conversaciones. En parte tenía la curiosidad de saber que pasaba pero por otra parte me frenaba saber la verdad. ¿Y si mi padre no exageraba? ¿Y si realmente a Dylan le ocurría algo malo?

Lo pensé un rato y le di al play de la grabadora.

-No lo sé. Llego al instituto lleno de rabia, abro la puerta de la clase y ahí están todos. Miro a la profesora y noto en mi bolsillo el arma. La cojo y le disparo en la cabeza. Luego me giro hacia los demás y empiezo a disparar a todos. Luego salgo al pasillo y busco a más gente... Se repite siempre así. Una y otra vez.

-¿Desde cuándo tienes esos sueños?

-No lo sé, desde hace un año.

-¿Y por qué crees que ocurre eso en el sueño?

-Porque la gente da asco, realmente se merecen morir.

-Tienes que dejar de pensar eso, Dylan. No todo el mundo es malo.

-¿Usted nunca ha matado a nadie? ¿Nunca le han entrado ganas? Algunos se merecen algo peor que la muerte, son todos escoria.

-Bien, cuéntame algo de tu infancia, por favor...

-¿Qué quiere que le cuente?

-Empecemos con tu padre... ¿Cómo era tu relación con él?

-No sé... Cuando yo llegaba del colegio él estaba borracho. No podía molestarle porque sino se ponía de mal humor y me pegaba.

-¿Y qué hay de tu madre? ¿Por qué aguantaba esa situación?

-Mi madre se pasaba el día con otros hombres. A veces incluso los traía a casa. Le gustaba ser el centro de atención. Ahora ha envejecido y está enfadada con el mundo. Siempre ha sido así.

-Quizá sientes... rechazo por el mundo debido a lo que pasó en tu infancia, como te faltó el cariño de tus padres crees que todo el mundo es igual ¿no lo crees?

-¿Rechazo? Sí, quizá.

-Bien, Dylan. Tal y como veo las cosas deberías de buscar la forma de aceptar al menos a una persona. Eso hará que empieces a distinguir entre lo bueno y lo malo. Si veo que puedes ser un peligro tendré que avisar a la policía y no quiero eso. Espero poder solucionar todo sin llegar a ese punto. ¿Lo entiendes? Necesito que te tomes estas sesiones en serio.

Paré la grabadora. Estaba temblando sin darme cuenta. No podía creérmelo. Realmente Dylan parecía otro en esos audios. No sabía qué pensar. ¿Acaso se había acercado a mí sólo por las recomendaciones de mi padre? ¿Acaso era yo una simple prueba para que dejara de ser un... psicópata? Había ido a una cabaña lejos de todos con él, ¿y si había pensado en hacerme daño? ¿Y si lo hubiera hecho? Quizá era yo la que sentía rechazo por la gente. Había confiado en una sola persona, en él. Y así era como acababa todo... Todo era una mentira, una simple cercanía recomendada por un médico. Por eso no era capaz de abrirse a mí, porque yo era su cura.

Morir por él, matar por ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora