7. Quedarse

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Capítulo 7

Corría y corría hasta que sus piernas empezaban a fatigarse.

Estaban por todos lados.

Así que optó por algo que nunca había hecho.

Lanzó una telaraña a uno de los edificios y usó el efecto péndulo para evitar ser atrapado por la barrera de policías corruptos.

Dispararon.

Y una de las balas se incrustó en su pierna y otra en su antebrazo, o al menos así lo sintió, dejando a ambos casi completamente inútiles.

Pero no se detuvo.

Siguió escapando, logrando desviar a muchos. Y terminó llegando a las zonas de peligro y apartadas del centro de la ciudad.

Jadeó, su cuerpo ya no daba más para escapar. Lo iban a alcanzar.

Pero unas manos lo rodearon, cubriéndole la boca.

Sorpresivamente, su instinto le dijo que estaba a salvo. Así que se quedó quieto y dejó que aquella figura misteriosa lo escondiera junto a él dentro de unos basureros.

El ruido afuera empezaba a disiparse, se estaban alejando.

–¿Estás bien?

–Soldat...

Nadie podría describir el alivio de escuchar su voz raspada y áspera.

Salieron del basurero, y el mayor pareció molestarse o sorprenderse al ver el cuerpo herido del pequeño.

–No es nada. No duele mucho —mintió.

–¿Puedes caminar? —el niño asintió, pero el mayor no le creyó ni un poco. Le dio la espalda y se arrodilló inclinando su espalda hacia delante un poco—. Sube.

El niño tardó, pero terminó entendiendo y obedeciendo.

Se subió a la espalda y el soldado le sujetó las piernas para acomodarlo en esta. El menor se sujetó a sus hombros.

Se dirigieron en silencio hacia uno de los edificios. El mayor abrió la puerta y subió la desgastada escalera aún con el niño en su espalda.

El departamento era pequeño, de dos habitaciones. Una donde estaba un colchón, lavaplatos y cocina, y la otra había un pequeño baño.

El pequeño se bajó de su espalda y fue sentado en una silla.

–Quédate aquí —indicó el soldado y fue hacia la cocina. Sacó dos paños, uno de esos lo remojó en una pequeña fuente con agua, y el otro lo dobló. Acercó éste último a su boca—. Debo sacar las balas.

Peter entonces entendió que no debía gritar. Así que mordió el paño y dejó que revisara el antebrazo.

La bala estaba enterrada al medio de éste, y la herida se estaba cerrando por su factor curativo. Levantó la manga y observó largamente.

Peter aguantó la respiración al momento en que el soldado metió los dedos en la herida. Apretó los dientes fuertemente, mordiendo el paño y ahogando sus quejidos. Pasaron unos pocos segundos antes de poder sacar el pedazo de metal.

Tomó el paño mojado y limpió la sangre. Lo dobló y apretó la herida con este.

–Presiona —indicó nuevamente y el niño obedeció, apretando el paño mojado contra su herida.

Revisó ahora la herida de la pierna, pero no había bala.

El soldado se dirigió a la cama y tomó la manta entre sus manos, cortando dos pedazos de tela.

ᏞᎾsᏆ ᏟhᎥᏞᎠWhere stories live. Discover now