Capítulo 10

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Esta vez no hay nada excesivamente dulce. Es una fiera. Nos tenemos ganas. Nos hemos besado en el taburete del piano, y a trompicones, hemos llegado delante del chaise-longue que es el sofá cama del estudio, cubierto de una piel rosada un poco cursi. Pero es bonito.

Sus labios son suaves, como su lengua, y su boca me marca con mucha intensidad. Sé que besar así no es potestad de las mujeres, no es que nosotras besemos diferente ni mejor, sé que esto es solo cosa de Natalia.

Así es cómo ella lo hace y tengo la sensación de que podría ser adicta a estos besos toda mi vida. Porque hay deseo, hay un lenguaje único entre nosotras, y hay una pasión contagiosa ineludible.

Ella me quita la parte de arriba de la ropa. Pero no voy a permitir que me haga lo mismo del otro día. Esta vez quiero que se desnude también. Así que le quito la suya antes de que continúe con su telar meloso.

Yo le doy la vuelta y le quito el sujetador. Ella se da la vuelta, pasa un brazo por detrás de mi espalda y con solo una mano desabrocha el mío.

—Esto tiene que ser cosa de brujería —digo aún impresionada por su agilidad.

—Solo te falta práctica —contesta burlona. Entonces me empuja y hace que me siente en el brazo del sofá. Me quita las deportivas y el pantalón del chandal con cuidado de no hacerme daño en el muslo y me deja en braguitas.

Yo me incorporo y le desabrocho el tejano y se lo bajo. Ella se lo acaba de quitar.

Esta vez no quiero ser pasiva. Quiero ser activa. Tengo que demostrarme que me atrevo, que me gusta tocarla y besarla y no solo imaginármelo. Es hacer el amor. Es tocar, acariciar... y ella es una mujer como yo. Sé cómo tengo que tocarla. Solo tengo que pensar en lo que me gusta que me hagan a mí. Y si eso no le gusta, ya me lo dirá.

Así que la agarro de las caderas, la atraigo y le beso el ombligo, la cintura.

Ella se muerde el labio inferior y me mira como si lo que le hago le encantase.

—Alba... ¿segura? —dice con voz débil, sujetándome el pelo encima de la cabeza con una mano—. No quiero que te arrepientas de esto.

—No hago cosas de las que suela arrepentirme, Natalia.

—¿Te duele la pierna? Casi te acaban de atropellar.

—Que te calles —La agarro, y me estiro en el sofá para echarla encima mío. Sus tetas están en mi cara. Así que abro la boca y le succiono un pezón. Su gemido es tan elocuente que me pongo contenta. Así que seguiré mi propio instinto.

Primero uno. Y luego el otro.

—Madre mía —La oigo murmurar.

Tiene unos pechos perfectos. Pensaba que se los había operado, como muchas de las artistas y de las mujeres en la actualidad. Pero no. Son así.

Tienen el tamaño perfecto y las areolas rosadas. Y no están duros. Están blanditos, como los míos.

Me paso un rato besándolos y lamiéndolos. Me guío por cómo frota su entrepierna contra mi muslo levantado. Sí, no hay duda de que disfruta de lo que le hago.

Me siento muy poderosa. Ella es un símbolo de fuerza, de empoderamiento, de ascendencia. Y ahora mismo está entre mis brazos, gimoteando.

De repente, ella me agarra del pelo y me aparta de sus pechos.

Se coloca a mi altura y me besa de nuevo en la boca. Esta vez es un morreo ilegal.

Pero más ilegal es lo que hace entre mis piernas. Cuela la mano por debajo de mis braguitas, y me empieza a acariciar. Pero no son solo caricias.

Lo que nunca te canté. Cara B - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora