Capítulo 9

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—Estás muy callada desde que hemos salido de casa de tus padres.

Es lo que me acaba de decir Natalia al llegar a mi calle. Estoy bajando la velocidad para aparcar la moto en el parquin que hay para eso justo delante de mi portería. Y sí, parece que esté hecho a mi medida. A veces, la suerte me sonríe.

Pienso en lo que me ha dicho Natalia y no puedo no darle la razón.

Estoy pensativa. Interiorizando mis verdades. Asumiéndolas. Y valorando lo que es mejor para mí.

—¿Te he hecho sentirte incómoda por algo? —me pregunta inquieta tras de mí.

—No. Claro que no.

—¿Entonces?

Dejo la moto en su plaza correspondiente. Me quito el casco y la miro por encima de mi hombro con insistencia.

—No me pasa nada.

—Lo siento —contesta refunfuñando—. Pero no te creo. Sé cuándo estás preocupada. Ahora sí lo sé. Si es porque voy a pasar esta noche en tu casa, ya te he dicho que no soy de esas chicas que al cabo de un día se traen el pijama y el cepillo. No voy a agobiarte —me explica algo intranquila—. Será solo por hoy y ya está. Además, ya sabes que tengo que hacer muchas cosas esta semana. Las últimas entrevistas y promociones antes de irme a Ámsterdam...

—Natalia —La corto—. Solo estaba pensando que Eurovisión está a la vuelta de la esquina. Que ya no queda nada —le vuelvo a mentir y me vuelvo a sentir como el culo. Me bajo de la moto y ella también—. Y que...

—Oliver, ven aquí ahora mismo —La vecina de la casa de al lado sale a la calle con su crío pequeño que tiene cuatro años. Es morenito y tiene unos ojos negros súper bonitos. Va vestido con chándal y lleva una pelota de plástico amarilla en sus manos.

El niño me suele saludar siempre que me ve porque le encanta mi moto, así que cuando me saco el casco, el pequeño viene hacia mí corriendo.

Y en ese instante fugaz, algo sucede.

Veo una moto eléctrica de estas que hay por Barcelona y cuyo piloto, que es una mujer, toma la recta de mi casa totalmente descontrolada.

Se sube a la acera con la moto a la máxima velocidad permitida, no más de cincuenta kilómetros por hora.

Y entonces lo veo todo a cámara lenta y me da por actuar como una superheroína.

Empujo a Natalia para apartarla de su camino.

Oliver corre hacia mí con los brazos extendidos y la pelota entre sus manos, no ve la moto y se pone en su trayectoria, que también es la mía. Normal que no la vea, porque va descarrilada por la acera y por ahí no debe ir.

La madre de Oliver empieza a gritar histérica.

Lo que nunca te canté. Cara B - AlbaliaWhere stories live. Discover now