El corazón de un caballero

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— ¿Eres Yuri? –Preguntó Ray de dieciséis años, vestida con botas de piel, un vestido café con varios pliegues en la falda, con una capa roja con capucha que bajó para que pudiese verla. El aludido era un niño de diez años aproximadamente, de mirada fiera, de un rosa venenoso, al igual que su cabello que tenía tonalidades del mismo color. De cejas gruesas que no dudaron en mostrar su molestia.

—No hablo con desconocidos –Habló tajante. Vestía con botas de piel que llegaban casi a la rodilla, con un dobladillo, de color café. Su pantalón oscuro lo cubría su camisa del mismo color, acompañado de una capa un tanto raída. Siguió recogiendo hierbas que metía en un saco.

Ray sonrió comprensiva, se hincó a su lado para tocar la tierra y susurrar palabras ininteligibles, haciendo brotar hierba alrededor de ellos. Yuri volteó a verle, sorprendido, dejó caer el saco al suelo.

— ¿Cómo? ... ¿Eres? –Tartamudeó extasiado.

—Soy un mago como tú –Chasqueó los dedos para regresar la hierba a la normalidad. –Quiero que vengas conmigo.

—Puede ser un mago, pero no me voy con extraños –Recuperó su postura, tomando el saco en sus manos.

— ¿Aún si vives solo? –Entrecerró los ojos, desconfiado.

— Ni así confiaría en usted, creo que es una desagradable y maldita como todos los demás. –Como todos, siempre querían aprovecharse de él. No iba a aceptar, aunque le quitasen la vida en ello.

— Talvez un poco, pero busco proteger a todos los magos que lo deseen –Aclaró con media sonrisa.

—Pierde su tiempo conmigo, señora –Aclaró, no quería intrusos en su vida, gracias. –Lárguese de aquí.

—Si me necesitaras alguna vez, puedes gritar mi nombre, soy Ray de Remstler, vendré en un instante por ti – Le sonrió comprensiva.

—Ya dije que se largue –habló mordaz.

Ese día no intentó nada más. Sabía que en su momento le llamaría, hubiese preferido en mejores circunstancias, de ante mano sabía que no sería así.

Porque como cualquier persona, aprendería a la mala. Era una ley natural al final.

Los magos que había buscado eran huérfanos y odiados por sus comunidades, no era un don común. No era por casualidad su actuar, seguía las estrellas, quienes la guiaban hacia sus pequeños, aquellos con los que debía entrelazar su destino, de alguna u otra forma, siempre era así. Aún si era cruel.

Pocas eran las veces en las que la vida era un tanto normal. Aún se preguntaba que pagaban al ser elegidos como magos, ya que, aún con ese hermoso poder, era una maldición también.

Continuó su viaje luego de ese encuentro, buscando y encontrando a más. Cada vez que los veía no podía evitar sentir esa calidez, como si fuera una madre. Un ridículo complejo de mamá gallina, le decían siempre. Siempre se preguntó el por qué los apreciaba desde que los encontraba, por qué los buscaba con tanto afán que olvidaba sus propias metas, si es que tuvo alguna en vez de perseguir a las estrellas.

No le importó en su momento, no lo entendió hasta ese día. Un día que lamentaría con su alma.

Suspiró pesadamente, intentando ahogar su propio dolor. Era tiempo de ajustar cuentas.

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—¡Estoy aburrido! –Exclamó Zarc desde la orilla. Su cabello blanco en puntas con líneas verde menta definidas junto a su capa blanca se perdía entre la nieve. Un viento ligero se arremolinó a su lado; Kaito apareció tras el remolino de nieve. Su capa de un azul profundo, y el resto de sus ropas y botas negras le daba un aspecto intimidante y espectral.

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⏰ Last updated: Feb 06, 2022 ⏰

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