La ironía de la existencia

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Al día siguiente, Yuya se encontraba sentado frente a la chimenea, con el fuego ya consumido. Se talló los ojos, acomodándose la camisa negra, pantalón y botas dejadas a un lado.

—Supongo que me cargaste de nuevo ¿No? –Volteó a ver a Yuri quien en otro extremo de la habitación, una segunda chimenea crepitaba entre fuego, olla colgada con fierros de buen grosor, dejando que el contenido hirviera, movía la mezcla como si una sopa se tratara.

—Tienes la mala costumbre de quedarte tirado por ahí —ironizó mientras tomaba el cucharón para probar el contenido, soplando suavemente para enfriarlo y probarlo. Yuya rodó los ojos, sin ponerle sentimiento al comentario de su compañero –En serio, trata de caer en algún lugar decente de donde no tenga que moverte nunca –Le pasó un cuenco con sopa caliente.

—Intentaré caer en tu espalda, así me arrastrarás a todos lados –Bromeó, recibiendo un golpe con el cucharón. Rio a pesar del dolor.

—Sé que es parte de tu maldición pero intenta al menos avisarme, idiota.

—No prometo nada –Dio un sorbo al cuenco, teniendo cuidado de no quemarse. –Delicioso –Yuri resopló, ya era un caso perdido. Se sentó en la silla para limpiar las pequeñas ramas de hojas azules.

—¿Estarás fuera de lo que dijo Ray?

—Por supuesto –Partió en dos una de las ramas, ya sin hojas, para lanzarla a la chimenea. —¿Y tú?

—Igual –Vio su sopa antes de seguir comiendo. –Será mejor apartarse.

—Tengo mis razones –Aclaró mordaz –pero ¿Será igual contigo? O ¿Solo huyes?

—Siempre tienes que ser un bastardo ¿No?

—No sé qué te sorprende –Razonó.

—Igual es mi problema ¿No?

—Lo sería si no te desmayaras, si no tuvieras un idiota por hermano que te sigue a todas partes, si no evadieras...

—No quiero oírte –Dejó el cuenco en el suelo, para colocarse una camisa amplia blanca, con detalles negros junto a su capa, sujeta debajo del cuello por un broche en forma de flor.

—No me cansaré de recriminártelo, además "todos" cargamos con ello.

—Si lo tuviste fácil, es tu problema, yo viviré como me dé la gana.

—Vuelve si te sientes mal –Cambió de tema, afilando su mirada hacia él, mientras veía como se iba. –Al menos, eso puedo hacer por ti. –Le lanzó una pequeña bolsa de cuero, con una especie de preparado. –La dosis de la semana –Yuya asintió para desaparecer al invocar un portal.

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¿Cómo ellos no pueden sentir culpa al tomar la vida de otros? ¿Realmente estarán bien al hacerlo? O ¿Su ideal les permite verlo como algo bueno?

Sentado en lo alto de la pared amurallada de un castillo semi destruido, abandonado hace siglos, cuestionaba el corazón de los humanos con esas preguntas que apenas podía darles forma, uno que parecía hecho de piedra, una raza a la que dejó de pertenecer desde que su sangre se impregnó en su conciencia, desde que perdió su humanidad.

Posiblemente, nunca fue humano. O por lo menos, desde hace mucho lo veía así. Habían eliminado a su gente y ellos accionaron de la misma forma, tan brutal que había dejado una huella imborrable en su alma.

—Ojalá pudiese regresar y evitarlo –Susurró.

Y bien sabía que era algo que no podía evitarse, pero eran ellos o todo se perdería. De hecho, perdieron más de lo que salvaron. ¿A quién realmente salvaron? Divagó entre sus decepciones, su dolor y la culpa que día a adía seguía creciendo.

Magos del InfinitoWhere stories live. Discover now