Capítulo 7

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Después de la sincera conversación que había sostenido con Hilda sobre los sentimientos que ésta albergaba hacia Kirk Albertson y la posibilidad de convertirse en su esposa, Henry se sintió bastante sorprendido cuando, a pesar de todo y por volunt...

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Después de la sincera conversación que había sostenido con Hilda sobre los sentimientos que ésta albergaba hacia Kirk Albertson y la posibilidad de convertirse en su esposa, Henry se sintió bastante sorprendido cuando, a pesar de todo y por voluntad propia, su hermana comenzó a pasar más tiempo con el hombre.

Parecía que algo había cambiado la forma en la que Hilda veía a Kirk, y Henry era incapaz de comprender el qué era aquello que había producido tal transformación. Antes era Kirk quien buscaba a Hida, sin embargo, luego de un paseo a solas que compartieron por el pueblo, ella sufrió un radical cambio de actitud para con su pelirrojo pretendiente.

Todos los días se mostraba ansiosa por la llegada del apreciado visitante y, cuando la desesperación le ganaba y pensaba que él faltaría a su encuentro, Hilda era capaz de hacer el viaje en coche hasta la propiedad de Kirk.

Henry contempló a su hermana mientras ésta se encargaba de revisar que nada faltara en la canasta que había preparado para su paseo con Kirk. Una vez que se aseguró de que había allí todo cuanto requería, Hilda se asomó por la ventana y dejó escapar un sonidito de exaltación al vislumbrar al amigo que esperaba atravesando el campo a caballo.

Se apresuró a ponerse el sombrero en la cabeza y luego se detuvo al encontrar miradas con su hermano. Parpadeó y la sonrisa se desdibujó en sus labios.

—¿Qué ocurre, querido hermano? —inquirió con el ceño fruncido mientras se acercaba a él.

Henry sacudió la cabeza y suspiró. No había reparado en la forma en que se había quedado viendo a Hilda mientras se perdía en sus cavilaciones.

—Nada —aseguro—. ¿Ya llega Kirk?

—Así es —el asomo de una sonrisa apareció en el rostro jovial de Hilda, la menor de los Mainwater era un encanto con sus mejillas sonrosadas y piel de durazno—. Lo he visto desde la ventana.

—¿Adónde irán hoy? —prosiguió Henry.

Hilda vaciló.

—Pues... a dar un paseo, por supuesto. Planeamos recorrer el lado Este, quizá nos aventuremos a subir la cumbre más pequeña. Encontraremos algún espacio tranquilo para comer los bocadillos que preparé, tomar el té y leer un poco.

—Veo que han encontrado una afición en común, ¿no es cierto?

—¿Leer? —Hilda sonrió—. Por supuesto. Kirk es un ávido lector, ¿cómo no lo sería? Es médico, después de todo. No podría haberse convertido en uno sin apreciar la lectura.

—¿Disfrutas de su compañía, Hilda?

Henry no quería ser impertinente, pero le angustiaba el futuro de su hermana. No hacía mucho que ella le había dicho con tristeza, en pocas palabras, que un matrimonio con Kirk Albertson no le entusiasmaba. ¿Cómo podía permanecer tranquilo si ahora, ante los ojos de todos, daba la impresión de que ese par ya se había comprometido? No es que menospreciara a Kirk, ni mucho menos; en realidad le parecía un hombre respetable y digno, pero no deseaba que su hermana contrajera nupcias con él solo para complacer a la madre de ambos, que esperaba en Lowndes la noticia de una próxima boda.

Los Marcados de CantemburgoWhere stories live. Discover now