Capítulo 3

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El mes pasado llegó a Robles Rumorosos una carta que tenía como destinataria a la señora Carice Mainwater, madre de Henry, y estaba firmada por la señorita Haggard

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El mes pasado llegó a Robles Rumorosos una carta que tenía como destinataria a la señora Carice Mainwater, madre de Henry, y estaba firmada por la señorita Haggard. La señorita Haggard era una vieja amiga de la juventud de Carice y en la carta le anunciaba sus intenciones de pasar el verano Lowndes. Por supuesto, Carice Mainwater no dudó en ofrecerle hospedaje en su casa. Ese es el motivo por el que se quedaba en Robles Rumorosos mientras que sus hijos marcharían a Massacott a pasar el verano.

El lunes por la mañana, cuando el carruaje estuvo listo, Henry e Hilda se despidieron de su madre. La mujer no se contuvo de repetirles tantas veces como pudo que le escribieran y ellos prometieron que así lo harían antes de marcharse.

Harían falta seis horas de viaje para llegar a Massacott desde Lowndes, pero a Henry eso no le preocupaba. Él disfrutaba de los paisajes rurales que ofrecía el trayecto y, además, la satisfacción de llegar a la casa de campo le impedía abrumarse por la distancia.

Mientras él contemplaba las vistas por la ventana del coche, Hilda se hallaba con la nariz metida en un libro, inmersa en la lectura. A Henry le causó curiosidad verla tan ensimismada.

—¿Qué libro es ese que te tiene tan atrapada, Hilda? —se atrevió a interrumpirla para preguntarle lo anterior. Después de todo, discutir sobre los libros que leían era algo que ya tenían por costumbre.

La pelinegra respingó y miró a Henry con los ojos muy abiertos, como si la hubiese atrapado hurtando algún objeto de gran valor. Apretó contra su pecho el libro, que estaba cubierto con un pañuelo de seda rosa como para protegerlo, y respiró hondo.

—Si te lo digo, ¿prometes no enojarte?

—¿Por qué habría de enojarme? —su curiosidad aumentó.

Hilda se mordió los labios.

—Hermano querido, por favor —le suplicó—. Promete que no te enojarás conmigo por tener la necesidad de satisfacer mi desgraciada curiosidad. Y, sobre todo, promete que no le contarás a nuestra madre.

Henry ladeó el rostro y entornó los ojos con sospecha.

—Bien —accedió—. Te lo prometo, Hilda. ¿Puedo saber ahora cuál es el gran misterio?

Hilda echó un vistazo alrededor, como si pudiera haber alguien espiando, pero solo el chofer se encontraba en un perímetro relativamente cercano y el hombre estaba demasiado ocupado al otro lado de la cabina llevando las riendas del carruaje por el camino correcto como para preocuparse por escuchar la conversación. La muchacha miró entonces a Henry con ese par de ojos verdes idénticos a los de él.

—Es un libro sobre... sobre Los Marcados —le confesó.

Henry la miró con cautela, cuidadoso de las reacciones que demostraba.

—¿De dónde lo has sacado?

—No es ningún crimen informarse sobre el tema —dijo Hilda a la defensiva—. Lo encontré en la biblioteca pública y lo tomé prestado. Mi curiosidad despertó debido a lo que sucedió con Rupert Stone... ¿vas a reprenderme?

Los Marcados de CantemburgoWhere stories live. Discover now