Capítulo 6

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Hilda y Henry llegaron puntuales al baile en el hogar de los Cranston

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Hilda y Henry llegaron puntuales al baile en el hogar de los Cranston. Conversaron con los anfitriones, que se encargaron de enviar sus respetuosos saludos a la Señora Mainwater, y luego prosiguieron a convivir con sus viejos amigos del pueblo.

Kirk Albertson apareció cuando los hermanos conversaban con la viuda Morrison y, poco más tarde, William también llegó. Estaba muy guapo con su ropa de gala y Henry no fue el único en notarlo. Varias señoritas se alegraron de que llegara con la esperanza de bailar con él, puesto que Henry, que era la otra opción que les entusiasmaba, no daba señales de tener intención de pedirle un baile a ninguna.

La gente bebía, comía y bailaba con alegría. Los Cranston nunca escatimaban a la hora de agasajar a sus invitados, por algo eran reconocidos como los mejores anfitriones de Massacott.

Henry no pudo evitar echar miradas furtivas a William cuando comenzó a sonar la canción que habían bailado unos días antes en la biblioteca de éste último. Sonrió con melancolía al pensar en la reacción de los presentes si repitieran ese baile delante de todos ellos. No solo se escandalizarían, sino que se encargarían de entregarlos a los agentes de la Concordia.

—Tu hermana sigue mirándome con ojos de cordero en el matadero mientras baila con Kirk —susurró William con una copa en la mano.

Henry asintió.

—Lo he notado.

Es probable que todos los invitados lo notaran también. Todos excepto Kirk Albertson, claro, que se hallaba flotando en su propia ensoñación mientras bailaba con Hilda. La señora Mainwater reprendería a su hija por tal comportamiento si pudiera verla.

—¿Empeoraré las cosas si le pido un baile para que deje de verme de esa manera?

Henry titubeó.

—Creo que eso alimentaría sus esperanzas del compromiso —respondió con honestidad.

Will chasqueó la lengua.

—En ese caso creo que tendré que bailar con alguna otra señorita para conseguir el efecto contrario.

Henry asintió con algo de pesar por su pobre hermana. Él de verdad creía que Hilda merecía un hombre que la contemplara como si fuera la criatura más divina de la existencia. Como él miraba a William y William a él. Tal vez, incluso, como Kirk Albertson la miraba a ella. Era una pena que Hilda no contemplara a Kirk de la misma manera.

Henry suspiró y vislumbró acercándosele al señor Sowards, un viejo hombre con mala memoria que tenía la costumbre de repetir las cosas una y otra vez. Sin tener más remedio, lo saludó y luego pasó la siguiente media hora escuchándolo hablar, hasta que otro anciano del pueblo invitó al señor Sowards a unirse a una partida de naipes.

No mucho después, Hilda se acercó a Henry. Tenía mala cara.

—¿Podemos ir a casa, hermano? Estoy agotada.

Los Marcados de CantemburgoWhere stories live. Discover now