Reencuentro

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Si el viento hablará...

En susurros contaria la historia, de aquel pequeño niño que en brazos llevaba.

Envuelto en una manta para ocultarlo de las manos furiosas de la muchedumbre que le perseguía.

La iglesia. El único en que podía encomendarse era a dios, pero no estaba muy seguro que el perdón se le fuera otorgado después de la barbaridad que planeaba cometer.

Subió al último piso de la última torre del campanario. Sus pasos se aceleraron y trataba de no pensar en que aquellos eran los últimos que volvería a dar.

¿Que estaba haciendo? Se preguntó. Cuál era el sentido de huir con el niño en brazos si al final lo iba a abandonar, total, todo aquello que le importaba ya no estaba. Tampoco sentía amor, ni culpa, ni odio por aquella criatura.

Entonces porque molestarse en armar ese gran show.

- Abuelito no me dejes.- Escucho salir de la boca de aquel niño.

Ah... Era por eso. Pese a todo lo que había hecho, pese a todo. El niño aún le quería, y nada sospechaba del tumultuoso engaño que lo había llevado hasta esa situación.

Él era inocente, completamente ignorante del mundo exterior, pues sólo conocía el mundo que De La Cruz le había enseñado.

Mientras esos pequeños ojos lo vieran; mientras esa pequeña alma brillará. Mientras el último espectador quedara de pie, el show debía continuar.

Fue ahí que razonó sobre su legado y como había quedado manchado para siempre. Pero eso...

Eso era problema de él.

Y de repente se precipitó al vacío.

Las campanas marcaron la hora del fatídico final de Ernesto, y también el comienzo de la historia del legado maldito.

...

Marco despertó de un golpe, sintiéndose sofocado por un mal sueño.

Se sentó en la cama mientras aferraba sus manos al pecho, esforzándose por calmar su respiración. Tenía la mirada perdida clavada en el piso e incluso podía decirse que sus ojos se veían muertos, dejados de brillo.

Volteo a todos lados en un intento por desvanecer los recuerdos de aquella pesadilla. Y fue cuando notó la charola de plata que se encontraba junto a su cama.

En ella estaba su desayuno, un par de huevos estrellados con tocino y un jugo de naranja. Centrándose en la comida pudo reconciliarse gradualmente con la realidad.

"es de día", se formuló y recordó el lugar y situación en la que se encontraba.

Arrastró un profundo suspiro, que a la vez fue rápidamente interrumpido por un súbito recuerdo en su mente cuando vio la hora.

Habían acordado de reunirse con el organizador del evento de charreria y ya era tarde, muy muy tarde.

Los huevos aún estaban tibios, lo que advertía la presencia de sus primos no hacía mucho tiempo. No pudo apreciar el gesto, pues su loco sopor había sido remplazado por enojo.

Empezó a vestirse y en el proceso sintió un punzante dolor de cabeza, pues aun estaba bajo los efectos de la resaca que le provocó su monólogo nocturno.

Maldita sea, aveces necesitaba ser tan dramático. Pensó de sí mismo...

Bajo las escaleras hecho furia, poniéndole más peso a cada paso que daba de manera en que su desagrado tomara forma auditiva.

Charro Herrante: Las mil y una lunas de MielDove le storie prendono vita. Scoprilo ora