XV: Nena, te tengo que dejar

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Así, entre buenos momentos, intenté llevar mis últimos días contigo, que sentí que me eran arrebatados, todo de una manera tan brusca, tan de la nada, pero no podía hacer nada para ir en contra del flujo, solo observarlo, e intentar llevarlo lo mejor posible.

Entre ayudarte podía descubrir los rincones de la casa, hurgar entre los platos de fina cerámica que había que vender porque no podían llevárselos, entre los estantes llenos e libros, entre el cuarto de tu madre recogiendo su ropa, y maravillándonos con su joyería, todo cargaba cierto aire melancólico, todo lleno de tantas memorias, que se podía ver la daga que se calvaba en ti en tu madre cuando recogían las cosas.

-Elijó este- te hice saber, mientras estábamos en nuestro momento de descanso en la sala, y te pase el disco que había elegido, en aquella semana había vuelto a mi vicio de Led zeppelin, y te estaba pasando el IV, que también me habías pedido poner desde ayer.

Mientras tu lo hacías, la mirada se me perdió en ver el ajetreo de la pobre señora, que corría de un lado a otro con cosas, cajas de aquí pa' allá, contestando llamadas de improviso, y anotando cosas en papeles para que no se le olvidaran, pero terminaba perdiendo los papeles. La vi en un momento, detenerse en el umbral de la sala, y vernos, mientras el disco ya empezaba a girar, tenía la cara pintada de un rojo intenso, y el pelo todo desordenado.

-Si quieres, te los puedes llevar- dijo.

-¿Qué?- le pregunté arqueando una ceja.

-Los discos, no hay muchas cosas que podamos llevarnos la vedad, sería mejor regalarlos a alguien que si los disfrute que solo venderlos y ya.

Me vi un poco incomoda ante el comentario, y a pesar de la insistencia, preferí decir que no, no negaré que mi espíritu infantil se emocionó, pero no me veía capaz de aceptarlos, era algo suyo, y no quería parecer un parasito aprovechándome de las cosas que podrían llevarse en el camino, también, quitando mis ganas de ayudar y dar apoyo, aquellos discos eran mí única excusa para ir a tu casa, para estar contigo y escuchar algo nuevo, sentía que si me los llevaba yo, era arrebatar le único lazo que me aferraba a ti y a tu hogar, y a pesar de todo esto, a ti se te ocurrió una gran idea.

Y te levantaste de la sala y te desapareciste entre los misteriosos pasillos.

-Gracias- me dijo la señora cuando Arabella ya no se encontraba, estábamos completamente solas, yo no entendía que me agradecía, y fruncí el ceño ante esa palabra que se me hacía tan extraña, gracias por qué- Te agradezco por estar con mi hija- explicó ella.

-Ah- sería bonito que me dieran una moneda por cada vez que me tardó en entender las cosas.

-Siempre ha sido una chica muy reservada que le ha costado adaptarse a la gente, pero llegaste tú y se veía más alegre al regresar del colegio, se expresaba más libremente, nunca la había visto reír así con un desconocido, o intentar fijarse tanto en el arte, aunque fuera solo para alegrarte, nunca la vi jugar así, ser tan libre y expresiva, y solo lo logra contigo, en verdad te agradezco mucho por darle la confianza de que se abra a otros, gracias por ser la primera persona desconocida con quien lo hizo.

Fueron palabras duras, en su momento, y lo siguen siendo ahora, nunca créi que escucharía esa confesión de parte de la señora, nunca créi merecer que se me agradeciera por aportarte algo, pensaba que todo lo dabas tú, y fue una fría verdad, cuando aquellas palabras fueron pronunciadas por sus labios carmín. Me preguntaba, si fui la primera persona con la que habías formada un lazo así, cuánto tiempo pasó en soledad mi pobre diosa, una diosa abandonada a la cual nadie le rezaba, ¿seré yo la única que le siga rezando?.

Luego de unos eternos segundos de silencio, llegaste, con una caja mediana entre tus brazos, y la dejaste en la mesa, cuando llego la hora de irme, me la entregaste, por esos últimos días ya no me acompañabas a la parada, no tenías tiempo, nadie tenía tiempo de nada, y las horas se nos escurrían como agua a todos, dios, como asusta. Yo me negué a aceptar la caja, pero tú prácticamente me obligaste a aceptarla.

Y así, conforme los días pasaban, iban rodando, me llenaba de cajas, se acumulaban en el pasillo de entrada en mi casa, cada día me llevaba una nueva caja, porque como había dicho Frau Paula, era más fácil regalar que vender, y quitando el cariño que ambas pudieran sentir por mí, me utilizaron para ir deshaciéndose de lo que no podían vender, regalaron casi todo entre yo y los vecinos.

Con cada caja, yo solo le escribía con marcador la fecha en que me fue entregada de tus manos, no pensaba abrirlas hasta que te fueras. Cajas, discos, bailes, te dedicaba canciones, te hacía pasar por la reina de Mayo, mis diosa de la primavera, la dama misteriosa que buscaba su escalerita que la llevará al cielo, la olvidada Arabella con galaxias en unas atrevidas botas de cuero de cocodrilo, la chica misteriosa de california con amor en los ojos y flores en el pelo, entre cajas y más, llevar esto de aquí para allá, joyas y ropa vendida, papel de periódico y horas que volaban cruelmente, cinta adhesiva para sella las cajas y segundos que corrían con más rapidez de la habitual

Dios, por qué dos meses tuvieron que ser tan cortos.

...

Cuando el día llegó, no quería admitir que al fin lo que tanto evitaba estaba a punto de cumplirse, ¿Por qué tú? ¿Por qué me quitaban todo lo que quería?.

En la entrada de una casa increíblemente vacía, tan desnuda que daba miedo, la pobre casa lloraba con nosotras. Ya no habían galletas, ni café dulce, ni mariposas revoloteando, ni macetas con pétalos regados, se habían acabado los discos de música por descubrir, y ya no había juegos que jugar en un viejo y gastado piso de madera. Nosotras esperábamos a tu madre a que terminará de sacar las maletas, sentadas en las escaleritas de la puerta, con los pies en a grama, sujetadas de las manos, comiéndonos nuestros últimos anillos de caramelos.

Cuando ella salió por la puerta, nos levantamos, y nos terminamos de encajar los zapatos. Todo era pesado.

Las acompañé a esperar en la parada que las llevaría al aeropuerto, ¿De verdad esto estaba pasando? ¿De verdad iba a ocurrir?, quería alargar lo inevitable, pero yo no podía hacer más de todo lo que intenté, ¿De verdad tenía que ver como te tenías que ir?, como me eras arrancada del corazón tan brusco, siempre me dijiste que iba a ver un día en que nuestros caminos se iban a separar, pero creo que nunca imaginaste que iba a ser de esta manera, yo tampoco me lo imaginaba.

Esperábamos sentadas en los banquitos, tomadas de las manos, vigilando las maletas que tenían entre las piernas. Me dolía el corazón.

-Perdón por esto- empezaste a hablar, las tres, comprensiblemente, habíamos pasado calladas y sin intercambiar palabras por lo que llevaba transcurrido el día- Pero tú sabes, que realmente te tengo que dejar.

Sí, lo sabía bien, no tenías que disculparte por algo que no era tu culpa, por favor, ya pará, y no hagas esto más difícil, no ves que casi no te has comido el caramelo, mejor llénate la boca con él. Era dulce, como te gusta.

Tu me entregaste, una cajita en la mano, que te habías sacado del bolsillo, un estuche con un moño, la última caja...

Cuando llego el autobús, lo último que tuve de ti, fue un gran girasol amarillo, tan bello y vibrante como el que me regalaste la primera vez que hablamos, y me dejaste nombrarte Arabella, el girasol vino junto a un sobre, una carta, y un beso en mi mejilla, un beso cálido y lleno de dolor. No me separé de la parada hasta que no vi que el autobús se me perdía de vista, ya no había vuelta atrás-

Y mientras tú seguías avanzando, yo me quedaba en la lejanía, con un dolor ene el pecho, y un girasol melancólico entre las manos.

Relatos de un demonio sin nombreحيث تعيش القصص. اكتشف الآن