-Pictadura 10-

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Tras la estatua del cisne esperaba Claudia nerviosa. Los pasos ya habían llegado a la estancia y se habían parado en seco. Miró de reojo a la chica encerrada en la jaula del suelo, pero no alcanzaba a verla. Seguía agachada.

De repente, los pasos volvieron a sonar. Cada vez estaban más cerca. Claudia se sintió atrapada en cuestión de segundos, pero una voz rompió el sonido monótono de los pasos:

–¿Con quién se supone que hablabas? –preguntó una voz femenina. Claudia miró de nuevo hacia la celda y pudo verla. Una mujer madura y un poco obesa, cuya única vestimenta eran unas bragas y unos zapatos de tacón, interrogaba a la joven encerrada.

–Con nadie... –respondió a regañadientes la sirvienta encerrada.

–Pobre... tanto tiempo aquí encerrada que seguramente lo estés pasando mal... No me extrañaría que tú, escuchando el placer que destilan estas paredes, sintieras envidia por nosotras y acabases tan loca que tuvieras que hablar con las paredes...

–¡Jamás sentiría envidia de un comportamiento sucio como el vuestro! –gritó levantándose para enfrentarse con la mujer desnuda.

–Maldita cría... –dijo la mujer agachándose y alargando el brazo para tirarla del pelo. La joven se agacho y esquivó los brazos de su captora, que finalmente desistió en su propósito–. Da igual, llegará el día en que salgas o en que no haya nada que te pueda mantener con vida.

La mujer se incorporó y miró a su alrededor. Rápidamente, Claudia se ocultó tras el cisne, temiendo ser descubierta.

A los pocos segundos volvió a escuchar los pasos de la mujer alejándose. Claudia se atrevió y se asomó para ver hacia dónde caminaba. Volvía a perderse por otro de los pasillos que salían de la sala.

Se acercó a la celda del suelo para ver cómo se encontraba la joven pelirroja.

–¿Quién era esa persona? –preguntó Claudia arrodillándose. La presa levantó la mirada y al ver de quién se trataba, sonrió y se puso en pie.

–Es una de mis antiguas compañeras. La pobre... ha cambiado mucho en todo este tiempo. Su cuerpo ya no es el mismo –dijo la joven con mirada perdida.

–Y seguramente no oliera tan... mal –dijo Claudia tapándose la nariz. Allá donde había estado esa mujer había dejado un rastro de olor nauseabundo.

–Exacto. Y tal como has visto a esa compañera, mí señora también ha cambiado. La mayoría de mis compañeras se han convertido en seres desagradables.

–¿Y qué debería hacer yo ahora mismo?

–¿Quieres mi consejo? Huye. Escapa y corre más allá del laberinto de árboles, más allá de los jardines reales, al otro lado de las montañas donde finalizan todos nuestros mapas. Te aseguro que todo eso nos es desconocido, pero con total certeza puedo decir que no será peor que lo que ves aquí. Mi vida no tiene sentido fuera de aquí, pero la tuya seguramente sí.

–Pero yo vine aquí a hacer algo... –dijo Claudia recordando las órdenes de El Mago.

"Tienes que encontrar a las otras personas que se encuentran bajo el influjo del degenerado".

"Has de iniciar el viaje para detener a ese hombre...".

–¿Y qué se supone que debes hacer? –preguntó la pelirroja con aire burlón.

–Ya te lo dije antes de que llegase esa mujer. He venido aquí a salvar a gente de las manos de un degenerado.

Dichas esas palabras, Claudia abandonó a la joven y caminó con decisión en direccón al pasillo por el que se había perdido aquella mujer.

–¿Eh? ¿A dónde se supone que vas? ¿Estás loca? –empezó a gritar la joven presa–. ¡Te matarán! ¡Tú no perteneces a este mundo! ¡Debes huír! ¡Vas directa a la sala del trono!

Pero ya daba igual. Claudia había entrado a través del pasillo y no la escuchaba.

Allí el olor era terrible, pero le serviría como 'pista' para poder seguir a la mujer.

Confiaba en su intuición. Dedujo que si en ese palacio todo era sexo y más sexo, esa mujer no tardaría en tenerlo, y con suerte, sería con la misma "reina" del lugar.

Debía andarse con cuidado. En cualquier momento podía ser descubierta, y sólo Dios sabe lo que podrían hacer con ella.

El pasillo era ancho, y a los lados había colgados una innumerable cantidad de cuadros con diferentes motivos: retratos, bodegones, paisajes, arte abstracto... Claudia se quedó mirando atentamente a uno de ellos, pero para nada se parecían a los cuadros de la residencia de El Mago. Esas pinturas eran inertes, estáticas, llenas de polvo... Eran pinturas de verdad.

Entre cada pareja de cuadros había colgada una cortina de terciopelo rojo, y del techo se desprendían una gran cantidad de lámparas de oro envejecido.

A lo lejos del pasillo pudo ver a la mujer. Caminaba despreocupada, dando cada paso como si tratase de cautivar a cualquier cosa viviente. Parecía una hembra en época de apareamiento.

Claudia empezó a seguirla pegada a una de las paredes. Si la ocasión lo requería se escondería tras una de las cortinas.

Caminó como un gato persiguiendo cautelosamente a un ratón por diez minutos. El pasillo era interminable, y cada vez se arrepentía más de haber tomado esa decisión. Aún no alcanzaba a ver el final del pasillo, y si decidía volver atrás, serían otros diez minutos caminando, en los cuales podría ser descubierta por alguien que entrase.

No había otra opción, debía seguir caminado.

Siguieron caminando, pero en cierto momento la monotonía de los cuadros colgados en las paredes terminó. Unas cortinas largas y rojas eran la única pared que las rodeaba.

A lo lejos, una música sonaba. Era jazz. Un piano, un contrabajo y una batería. La melodía era pegadiza, invitaba a balancearse de un lado otro.

Las caderas de la mujer empezaron a moverse de un lado a otro siguiendo el ritmo de la canción mientras canturreaba de mala manera la melodía.

Claudia mantenía una distancia prudencial. Sólo deseaba que al final del dichoso pasillo se encontrase con la Reina para poder salvarla...

Aunque tenía un "pequeño" problema...

¿Cómo iba a hacerlo una vez la encontrase?

¿No se habría envalentonado demasiado al suponer, por mera intuición, que la señora estaría en dicho pasillo?

Sólo había una forma de saberlo: continuando la historia.

-PICTADURA-Where stories live. Discover now