-Pictadura 9-

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–Rápido, no puedes perder tiempo –dijo El Mago tomándola del brazo y acercándose a uno de los cuadros.

Claudia pudo fijarse que no era sólo uno, sino todos los cuadros los que cobraban vida a su paso. Algunos mostraban paisajes propios de Irlanda o Escocia; otros las famosas Pirámides de Egipto; unos pocos grandes urbes llenas de suciedad. A pesar de haber estado encerrada en el gran cubo blanco, en éstos últimos Claudia pudo distinguir lugares conocidos: Barcelona, Venecia, Nueva York...

–No te entretengas. Fíjate en el cuadro que tenemos enfrente.

La pintura que tenía frente a ella era un óleo de tonos verdes azulados. Se trataba de un paisaje que mostraba la escena desde el interior de un laberinto de arbustos altos. Se perdía hacia el horizonte del paisaje. Si Claudia centraba su mirada, podía llegar a ver moverse las hojas de los arbustos, incluso las nubes en el cielo.

–¿Y qué debo hacer ahora? –preguntó Claudia abriendo los ojos como platos y levantando las cejas de par en par.

–Pues simplemente saltar adentro –Claudia no salió de su asombro–. Ya sé que suena muy de película o cuento de hadas, pero has de creerme. Verás, primero has de meter una pierna, y luego la siguiente.

Claudia miró con desconfianza a El Mago, que con un gesto le animaba a emprender su viaje. Se acercó con cautela al cuadro y trató de tocarlo con la mano.

Increíblemente su mano no tocó la pintura o el lienzo, sino que lo atravesó, o, mejor dicho, entró dentro de él. Llegó a sentir un poco de frío en su interior.

–¿Ves como no es tan difícil? –dijo el joven hombre mientras se despedía con una mano–. Te deseo un buen viaje.

–¿Pero qué se supone que debo hacer ahí dentro? –preguntó la joven asustada.

–Tienes que encontrar a las otras personas que se encuentran bajo el influjo del degenerado –le explicó el chico–. Vamos, no podemos perder más tiempo.

–¿Y por quién pregunto allá adentro? –Claudia señaló al cuadro–. Y es más, ¿cómo voy a distinguir a esas personas?

–¡Preguntas demasiado! ¡No puedo soportarlo!

En un abrir y cerrar de ojos El Mago empujó a Claudia hacia el interior del cuadro.

Claudia cayó de espaldas sobre hierba mojada. Cuando se quiso dar cuenta toda la residencia de El Mago había desaparecido convirtiéndose en un infinito pasillo de arbustos, del cuál, a ambos lados, salían ramificaciones que hacían de aquello un laberinto inmenso.

Pero el cuadro era una especie de atajo que le evitó atravesarlo. Frente a ella había un gran castillo blanco propio de un cuento de hadas. Una gran estructura circular de la que surgían diferentes torres que terminaban en picos dorados.

Un puente de madera le invitaba a entrar a su interior. ¿Qué otra cosa podía hacer allí? El miedo se apoderó de ella, e inconscientemente esperó escuchar la voz del piloto o El Mago aconsejándola a dónde ir.

Pero aquello no funcionaba así. Estaba completamente sola y debía de resolver la cuestión por si misma. Caminó lentamente y con precaución por el puente.

Trató de escuchar algo en su camino hacia la entrada, pero lo único que acertó a oír fueron los lejanos cantos de un pájaron. Había aire, pero no hacía vibrar las hojas de los arbustos. El cielo estaba despejado, y el Sol brillaba con fuerza. Iluminaba pero no quemaba.

Debía de ser primavera, porque a los pies del castillo había innumerables flores.

La inmensa puerta del castillo estaba abierta, pero, temiendo a que un caballero o guardían le prohibiese la entrada, se detuvo en el umbral y observó. No había nadie allí.

-PICTADURA-Where stories live. Discover now