Sentimientos

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Ambos estaban en silencio. Aunque quisieran hablar o decir algo las palabras se quedaban flotando sin rumbo en sus mentes y no salían al exterior.

Mahiru no sabía adónde le llevaba su amigo, que en aquella situación lucía diferente pero "verdadero". Ya no fingía ser otra persona, su antifaz se había evaporado. Dejando únicamente el semblante serio del peliceleste.

—¿A dónde vamos?—logró hablar al fin el castaño después de mucho esfuerzo.

—...—suspiro—... a mi casa...—el ojiverde pareció suavizar su semblante en cuanto escuchó su voz.

El resto del camino nadie fue capaz de volver a hablar. No fueron capaces. Mucho menos el castaño, quien estaba teniendo una lucha interna.

Estaba pensando en que algo debía estar mal con él, saber que tu amigo, al que apenas conoces, acaba de matar a dos personas no estaba siendo fácil de asimilar. Cualquier persona normal y corriente habría huido al tener la oportunidad. Sin embargo el castaño se sentía seguro, a salvo, con el peliceleste bañado en la luz de la luna. El tacto de su mano era relajante para el más joven allí. Y viceversa.

Ambos en ese momento se necesitaban. Uno para relajarse y sentirse seguro después de lo ocurrido y el otro para estabilizarse y calmarse.

Finalmente llegaron a su destino en silencio. En ese momento Kuro soltó la mano del castaño para buscar las llaves de su piso que necesitarían una vez que subieran las escaleras. Mientras un asombrado castaño contemplaba atónito el tamaño de aquel enorme bloque de pisos.

Antes de decir algo una mano volvió a agarrar su mano, entrelazando esta vez sus dedos con los suyos. Mahiru salió de su trance y volvió a la realidad bajo la atenta mirada del peliceleste. Sus ojos se encontraron en un fugaz momento. Sintieron un montón de emociones atrapadas en sus miradas mezcladas. En la mirada del castaño había todavía rastros de haber llorado, mientras que en la del peliceleste no se podía ver nada más allá de una mirada de preocupación.

Mahiru trató de consolarle con la mirada, lo cual calmó notoriamente al ojiverde. Este último le dio la espalda y le guió hasta su casa. Abrió la puerta de esta y entraron sin más. Ya dentro sus manos se separaron.

—Mahiru déjame ver tu herida...—preguntó el de voz ronca.

—...—el castaño quiso decir algo pero las palabras simplemente no salieron. No era que sintiera miedo.

El de cabellera celeste tomó su silencio como un sí y le llevó al sofá donde lo recostó. Mahiru seguía sin decir nada pero de pronto recordó el punto exacto en el que estaba esa herida al sentir un dolor leve en esa zona. Hasta ese momento no había sentido nada, lo cual desconcertó al castaño.

El ojiverde le miró una vez más a sus ojos como queriendo pedir permiso, el cual fue concedido con una muda respuesta.

Cuidadosamente el peliceleste le fue quitando el jersey del castaño. Una vez que pudo ver la herida retiró por completo el jersey del castaño ya que este estaba lleno de sangre que no era únicamente de Mahiru.

El castaño en cuanto se dio cuenta de su desnudez se sonrojó levemente. Mientras el ojiverde se levantó de su lado y fue a buscar algunas gasas y algo para desinfectar la herida.

Aunque que no lo había dicho en voz alta, ver que la herida del castaño era leve y poco profunda, hizo que se relajara. Había estado en tensión todo el camino hasta su casa, no únicamente porque Mahiru le hubiera oído disparar y matar a alguien, sino por la herida que este tenía. Si bien era cierto que tenía miedo de perderlo como amigo, prefería eso a que el castaño muriera. Primero estaba la seguridad del castaño y luego la suya.

—... luego voy a tener que darte puntos...—comentó mirando su abdomen del que no dejaba de salir sangre.

—¿¡Puntos!?—preguntó con miedo el castaño. Lo cual hizo que el peliceleste se sorprendiera de su buen oído.

—Tranquilo... no me refería a ti... MahiMahi...—decir aquel apodo dejó un dulce sabor en la boca del ojiverde.

—Me alegra oírte decir ese nombre...—comentó el castaño con una cálida sonrisa.

En ese momento el castaño sintió que en verdad había algo mal con él. Hablar de esa forma con alguien que era capaz de matar sin piedad...

Mientras el peliceleste limpiaba su herida, en la mente de Mahiru todo terminó por encajar. Las repentinas desapariciones del peliceleste, las heridas de este y su despreocupación ante los asesinatos... ahora todo encajaba...

—Tú eres quien ha estado comentiendo esos asesinatos... ¿verdad?

—...—el peliceleste retrocedió y mostró su asombro al castaño. Él sabía mejor que nadie que tarde o temprano Mahiru se acabaría dando cuenta, pero no esperaba que fuese tan pronto. Aunque eso no era lo único que atormentaba al mayor. Lo que más le atormentaba era perderlo tan pronto. Sin darse cuenta, Mahiru se había vuelto una importante parte de su vida.

—... yo...—dijo el peliceleste aún divagando en su mente.

—No te preocupes no se lo diré a nadie... sea cual tu razón para hacer eso... no estaré de acuerdo... pero tampoco quiero juzgarte por haberme salvado esta noche... hagamos como que no sé nada...—añadió el castaño enfocando sus orbes ambarinos en los aqua del mayor. Mostró una sonrisa melancólica que trataba de calmar al ojiverde.

—Sí...

A pesar de su simple respuesta, para el castaño fue más que suficiente. También lo fue para el peliceleste, quien ahora se sentía mejor y más estable. La sonrisa del menor simpre provocaba eso en el mayor. Nunca le dio importancia a ello pero debía admitir que necesitaba de la presencia del castaño para sentirse más humano.

Las emociones que experimentaba con el castaño era cálidas y acogedoras. Eso le agradaba en demasía.

Al terminar de limpiar la herida del castaño, el cual soltó algún que otro quejido al sentir arder la zona alrededor de la herida, puso una gasa que pegó con algo de cinta. Si bien era cierto que lo mejor sería utilizar una tirita, esta no sería lo suficientemente grande como para cubrir su herida.

Como pudo el ojiverde se levantó. Se alejó de Mahiru y se fue a buscar más vendajes. Volvió con unos cuantos vendajes más y le tendió una camiseta, que encontró en el camino, al castaño.

—¿Y esos vendajes?—tragó saliva al ver que Kuro tenía una aguja con un hilo en su mano—¿Para qué es esa aguja?

—Voy dar un par de puntos a mi herida...—respondió sin darle mucha importancia.

—¿¡Eh!?

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