Y volaron las perdices

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Natalia

¿Qué recuerdo de aquella noche? En verdad, poco.

Al día siguiente me desperté con la ropa aún puesta en mi cama, sin la sábana encima y con todo el cuerpo húmedo. No recordaba como llegué allí, y tenía algunas lagunas en mi cabeza. Por desgracia, la noticia de Alba no era una de ellas.

Aún sentía cada palabra que había salido de sus labios, cada grito de dolor en forma de autocríticas que había ido diciendo en su retaíla de noticias. Noticias que habían acabado conmigo.

Al abrir los ojos, me di cuenta de que había sido culpa mía. Me había enfadado por todo lo que llevaba acumulado. Que Alba no me hubiese llamado, que no supiese aceptar mis sentimientos hacia ella, y sobre todo, haberla juzgado antes de poder conocerla de verdad. Haberla llamado pija ricachona sin pelos en la lengua, y haber destrozado la pequeña confianza que había surgido entre las dos por envidiar una vida que creía perfecta.

Estar con Alba esas semanas me hizo abrirme como nunca había hecho antes, confiar ciegamente en alguien nuevo, alguien que era una brisa fresca. Pero la semana que desapareció, detonó un sentimiento de ira que no había aparecido en mí antes. No fue sólo Alba, sino alguien más que vino a verme en ese periodo.

####

La tarde antes de la cita...

Me encontraba en el parque al lado de la calle principal de la ciudad, tocando algunas canciones con la guitarra para ganar dinero. En unas pocas horas estaría con Alba. Acababa de terminar el turno, pero ya por fin tenía veinte minutos de tiempo libre. Podría prepararme para la cita, pero prefería estar tocando la guitarra.

Era por la tarde, y los rayos que el Sol desprendía eran dorados, ese preciso instante entre la oscuridad y el día. Los árboles me saludaban y las personas que echaban monedas en la funda de mi guitarra también. Monedas de veinte, cincuenta y un euro. Incluso había un billete de cinco.

Entonces, un billete de cincuenta cayó en mi funda. Miré extrañada a la persona que lo había echado, y mis venas se tensaron. Isaac me miraba con una sonrisa de maníaco, con su mano extendida diciéndome de manera insultante que había sido él quien había lanzado el dinero.

Me levanté con furia. Dejé la guitarra en el banco y me planté frente a él. Qué asco sentía hacia él.

—Natalia, mucho gusto —dijo haciendo una reverencia innecesaria.

—Isaac... ¿qué haces aquí?

—No entiendo tu rencor, Natalia —dijo Isaac esbozando una sonrisa con todos sus dientes perfectamente blancos—. No te he hecho nada malo.

—A Alba sí.

—¿Alba? ¿Hablas de la chica que lleva casi una semana sin dar señales de vida?— Quise meterle mi puño por al boca, pero no lo hice, porque en el fondo sabía que tenía razón.

Hacía días que llamaba a Alba, le dejaba mensajes y dejaba su buzón de voz lleno porque no recibía noticias suyas. Y estaba desesperada. Mikel me intentaba buscar explicaciones, a las que yo no prestaba atención.

—Isaac... —respondí como una amenaza.

—Vaya, no me digas que la quieres y la aprecias, ¿es eso? —Repitió con sorna. La gente pasaba y nos miraba con el ceño fruncido.

—Es mi amiga, claro que la aprecio.

—Una buena amiga, claro. ¿Estás segura?

Anillos de Carbón | AlbaliaWhere stories live. Discover now