Marte

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Alba

Pasó una media hora hasta que por fin vi a Natalia salir de casa. Seguramente se habría perdido por los pasillos y habitaciones de casa. Sabía que era un poco cruel haberla dejado deambulando, pero siempre me hace gracia ver a la gente perdida por nuestro gran laberinto de pasillos y estancias. Seguramente Marina le habría ayudado a salir sin problemas, o eso suponía. A mí mi súper ordenador portátil me había mandado un aviso de una "posible pérdida de quinientos euros" de mis ahorros, la cual había ignorado. Mis ojos estaban conectados a él y entonces sabía lo que hacía. Creo que Natalia se dio cuenta de que algo extraño pasaba en mi organismo porque me miró fijamente a los ojos dubitativa. Por suerte pude reaccionar rápido e ignorar el mensaje.

La chica alta volvió sobre sus pasos hasta la verja negra y salió hacia la calle. Pude vislumbrar la ojeada que echó hacia la casa, y estoy casi segura de que intentaba averiguar cual era mi ventana. No podía verme obviamente porque las ventanas estaban tintadas por fuera para evitar la mirada de algunos curiosos y curiosas que se atreviesen a espiar. Se montó en el coche de la familia, y se fue.

El maullido de mi nuevo gato me sacó de mis ensoñaciones. Le había dejado en el baño de la habitación contigua, dentro de la bañera. Había introducido los comandos de lavado a fondo pero relajante en el panel de control, aunque no sabía si serviría para gatos. Agarré una toalla que tenía colgada cerca de la puerta y entré.

La imagen del gato empapado con olor a melocotón era algo que no me habría esperado ni en un millón de años. Por suerte, padre puso los comandos de ducha aptos para animales, o porque le apetecería o porque sabría que en un futuro tendría un animal, quién sabe.

Intenté envolver al gato en la suave toalla de algodón gris, pero sólo conseguí que el animal caminase hacia atrás y con las uñas sacadas. Por mucha tecnología, el odio de los gatos al agua no desaparecería.

Se me ocurrió la brillante idea de utilizar el método infalible para conmover a cualquier ser vivo: por el estómago. Ordené al ordenador de la casa, al que mi padre había llamado Mari, que me enviase comida para gatos, sardinas o cualquier cosa que le gustasen a los gatos. El ordenador en sí hablaba conmigo y el resto de los residentes de la casa únicamente. Hablaba en nuestras mentes gracias a nuestro super microchip en el cerebro. Algunas veces me comparaba con un cyborg para ser sinceros.

¿Para qué quieres una lata de sardinas?

—¿No has visto el gato que tengo en el baño?

Las cosas como son, Mari además de ser un superordenador, era uno de los primeros modelos de inteligencia artificial del mercado, quizás con demasiada inteligencia. También era nuestro sistema de vigilancia. Charlar con ella era bastante placentero, porque te daba respuestas bastante lógicas. Algunas veces parecía mi madre o mi mejor amiga antes que mi "asistenta personal".

Para hablar con ella simplemente tenía que pensar en lo que quería decirla y concentrarme en ella, de tal manera que mis ondas cerebrales actuasen como ondas parecidas a lo que antes era Bluetooth, aunque mucho más potente y eficaz.

Sí, pero lo último que se me ocurriría es que le darías algo que comer. Es callejero y a lo mejor lleva alguna enfermedad.

—Sé perfectamente que no tiene ninguna enfermedad porque me lo habrías dicho nada más entró por la casa cuando le escaneaste unas cien veces, ¿me equivoco?

No, pero a lo mejor estoy equivocada.

—Sólo dices eso para que te diga lo contrario. Anda mándame las sardinas.

El timbre que sonó por la habitación me dio la señal de que había llegado la comida. Dejé la toalla en el suelo del baño durante un momento y cogí la comida del compartimento anexionado a mi habitación.

Anillos de Carbón | AlbaliaWhere stories live. Discover now