VIII: Despedida y plan.

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De nuevo, no podía evitar pensar en el miedo atroz que me daba que se descubriera la verdad sobre mí. Sobre nosotros. ¡Pero más tarde, iba a verle! Y eso me quitaba toda la tristeza que tuviera que ver con Ellie. Al menos, temporalmente.

Un hombre que debía de rondar los sesenta y pico años se nos acercó con una pala en la mano y cara de pocos amigos. Apuntó con esta a mi bisabuelo, a mi hermano, y a mi tío. Mi primo y yo nos quedamos mirando, perplejos.

—Están haciendo mucho ruido, y me da igual que seáis una de las familias más importantes del lugar. Como no paréis, os echo del cementerio antes de que se os acabe la hora alquilada.

Se fue por donde vino, creando un silencio sepulcral, al fin. Vi a mi hermano apretar un puño, probablemente porque se estaba conteniendo un grito o un golpe, y me quitó a la niña para entretenerse con ella a base de caricias y besitos. Era su salvavidas. Su calma.

—¿Vais a decir alguna palabra de despedida? —preguntó Pierre, cruzándose de brazos.

—Yo sí —dije tras la negativa de todos los demás. En parte, lo entendía, puesto que ellos no le habían cogido tanto cariño como yo. Mi hermano, incluso la detestaba. Aunque eso era otro tema. Me puse de cuclillas ante la tumba, con mucho cuidado, y deposité las flores que había traído conmigo sobre a la tierra—. Casi siempre me acompañabas a las ecografías. En mis momentos más irascibles, estabas ahí para mí, ofreciéndome tu sonrisa y tus ánimos. Ambas estábamos tan deseosas de poder conocer a mi niño... Es una pena que no puedas hacerlo, pero, desde el más allá le verás crecer. Eso está bien. Estoy segura de que serás su ángel de la guarda, en las sombras. Gracias por los buenos momentos. Por ser tú. Deseo de corazón que tu muerte sea vengada.

Me reincorporé y miré a mi familia, ahorrándome soltar lagrimitas, aunque era lo que quería.

Ya podíamos irnos.

Ellos lo captaron y no tardaron en dirigirse hacia nuestra limusina verde. Si era sincera, ese color no me gustaba mucho, pero era el que nos distinguía como científicos formales y naturales. Así era mi familia, y así estaba destinada a ser para siempre. Mi bisabuelo apostó que mi hijo sería un gran matemático. Mi tío, en cambio, quería que fuese ginecólogo como él. Mi hermano y mi primo, que rara vez estaban de acuerdo, dijeron que sería matemático, que iba tocando que hubiera uno. A mí me bastaba con que fuera feliz.

Entré en la limusina y miré mi teléfono móvil. No había recibido aún ningún mensaje suyo. Lo comprendía en cierta parte, así que por eso no le di importancia. Tampoco podía pretender que me hablase 24/7. Sería injusto, y algo tóxico. Podía esperar. Aunque... Era innegable que me sentía feliz cada vez que intercambiaba palabras (verbales o textuales) con él. Era el amor de mi vida. Iba a tener un hijo suyo.

—Amelie, cielo.

—¿Uhm? Dime, bisabuelo.

—Es opción tuya aceptar o no, pero, tu tío y yo creemos que es oportuno que faltes a los exámenes de este cuatrimestre. Puedes sacártelo todo en julio.

—Pero tendré un intento menos... Y me sé todo —expresé mi descontento hacia el tema, aun sabiendo que, efectivamente, no me estaban dando a elegir. Que era una orden indirecta que tenía que cumplir.

—Tengo fe en ti. No eres bisnieta mía por azar.

—No entiendo a qué te refieres...

—No le hagas caso, Amelie —se interpuso mi hermano, de mala manera, en medio de la conversación—. Es un viejo. No sabe lo que dice.

Aunque, no le acababa de creer. Evidentemente, por azar no lo era. Yo llevaba su sangre, al igual que mi coeficiente intelectual era similar al de él, y al del resto de mi familia. Todos superábamos el 110 en CI. Todos. No había excepción. Aunque, claro... Cada uno se defendía mejor en uno o dos tipos de inteligencia los doce existentes. ¡Peero eso era lo de menos! Solo el bisabuelo tenía el derecho de conocer en qué nos defendíamos y en qué no.

Muerte en vida. #PGP2019Where stories live. Discover now