III: FAMILIA CORMIER.

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10 de enero de 2019.

La joven castaña observaba con cierto nerviosismo a su ginecólogo, que parecía más serio de lo inusual. Tampoco ayudaba que no dijera ni una mísera palabra, cuando normalmente sí acostumbraba a hacerlo.

¿Quizá algo estaba yendo mal? Pero... Si hasta ahora, no había problema alguno. Su corazón se aceleraba cada vez más y más. Que dijera algo. Que moviera, aunque fuera, un centímetro la ceja que permanecía rectilínea. No podía seguir así, sin saber nada.

Hasta que, finalmente, habló.

—No hay ningún problema con el bebé. Si Dios lo quiere, en cuatro semanas tu hijo nacerá —el médico le pasó un pañuelo a la embarazada para que se limpiase el vientre—. ¿Has pensado ya en un nombre? ¿O en decirnos quién es el padre? No estaría mal saber eso último, Amelie.

—Tío Jean, ya os he dicho mil veces al bisabuelo y a ti que no lo sé... —susurró mientras pasaba con delicadeza lo que le había tendido por su cuerpo—. En cambio, creo que le voy a llamar Adrien.

—Como mi difunto hermano, y tu difunto padre —su tío se quitó los guantes y soltó un suspiro pesado. Amelie pensaba que era porque no la creía del todo. Lo comprendería, de ser así. Pero no era su culpa que el padre de su hijo fuese... En fin—. ¿Se lo has dicho a tu hermano?

—No. A nadie, excepto a ti. Preferiría que fuese sorpresa hasta que el bebé esté en mis brazos... ¿Por favor?

El hombre le dio un beso en la frente a su sobrina antes de alejarse de ella y darle espacio. Amelie no pudo evitar sentirse un poco mal, pero tenía sus motivos. Como siempre. No era de esas personas que dejaban cabos sueltos, por muy mal que le sintiera no hacerlo.

Cuando terminó de limpiarse, se recolocó la camiseta y bajó de la camilla con mucho cuidado. Una vez estuvo de pie, abrazó a su tío a modo de despedida. La ventaja de ser familia y de vivir en la misma casa, era que no tenía que preocuparse por pedir cita.

—Nos vemos para la hora de cenar. Y más te vale ponerte a estudiar para tus exámenes. Vas a ser una gran dentista dentro de tres años.

—Ya. Eso haré, y espero —débil sonrisa desganada le mostró al familiar, antes de acercarse a la puerta y sacudir la mano a modo de despedida—. Hasta después.

Una vez estuvo en la calle, por fin, pudo darse el lujo de poner una mueca larga. Estaba triste. Le daba mucho miedo que su hijo naciera, aunque no fuese a admitirlo. Miedo porque la familia Cormier era famosa por su gran dedicación a la ciencia de la salud en general. Y eso significaba que... Su primo, el médico por excelencia, podría hacer una prueba de ADN que acabaría en... un intento de asesinato del bebé y de ella misma. Sí. Durante los ocho meses que estuvo embarazada, pudieron haberle hecho la prueba de paternidad de todas maneras, pero su tío Jean le prometió que nadie lo intentaría, al menos, hasta después del parto, si le decían quién era el padre.

No podía.

Realmente no podía.

Si tan solo hubiera podido controlar sus sentimientos, eso no habría pasado. Que sí. También tuvo la opción de abortar, ¡pero no quería! No le gustaba aquella práctica, como defensora de la vida en general, aunque respetase que el resto de mujeres sí quisieran. Toda la culpa era de ella. Era tontísima.

De repente, le llegó un mensaje al móvil que provocó que dejara de pensar en sus cosas. Nada más verlo, refunfuñó, molesta. Era de su hermano mayor.

"¿Sabes dónde está la inmunda de Ellie"?

Evidentemente, no. ¿Qué iba a saber ella sobre el paradero de la sirvienta? Aun así, decidió dar una respuesta tranquila. Su hermano tenía muy mal carácter casi siempre, y no le convenía alterarle.

"Te recuerdo que trabaja en más casas aparte de en la nuestra. ¿Hoy le tocaba con nosotros...?"

Su hermano mayor, que estaba metido en el chat y parecía ser que no se saldría hasta que acabaran de hablar, respondió casi al instante.

"Me importa una mierda. Evidentemente, sí. Le tocaba cuidar de mi hija".

... Supuso que no tenía remedio. No era adivina. Si le tocaba con ellos y no estaba, significaba que debía estar ocupada o enferma.

"Yo estoy casi llegando al barrio. Espérame unos minutos, y yo cuidaré de ella".

De todas formas, esa idea no le desagradaba. Le gustaba la niña de dos añitos.

"Está bien. Pero no tardes, porque me enfadaré".

Amelie pasó de responder, y se guardó el móvil con la intención de no sacarlo más de su bolsillo hasta que llegara a casa.

Por unos instantes, le fue imposible pensar en que ambos eran demasiado jóvenes para cuidar de niños, realmente. Ella tenía diecinueve, y él veintiuno. Pero eran cosas que pasaban, y si su bisabuelo (que por la edad que tenía, era muy arcaico en cuanto a ideas), estaba de acuerdo en que cuanto más jóvenes tuviesen descendencia, mejor, no corría el riesgo de acabar en la calle.

Aunque, sí. Ella probablemente fuese desheredada, y su hijo y el padre asesinados.

Nunca nadie dijo que los amores imposibles fuesen fáciles, ¿verdad?

Muerte en vida. #PGP2019Where stories live. Discover now