I: FAMILIA LANCEROTTI.

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8 DE ENERO DE 2019.

Un chico moreno de ojos verdes, pelo rizado y de complexión fuerte caminaba por la calle repleta de adolescentes que volvían del instituto a sus casas. Solo que él... iba en sentido contrario a los demás. Era lo que tenía vivir en el barrio más rico de la ciudad. Todos le conocían. Como para no hacerlo, si su familia tenía mala fama. Aunque no fuese como sus allegados. ¡Ya le incluían en el lote!

No tardó mucho en llegar a una casa pintada de rojo, con el emblema familiar en la puerta. Y al entrar y dejar su mochila en un rincón, ya que su sirviente se encargaría de llevársela a su cuarto en un rato, oyó a su madre gritar.

—¡Chiara, saca a ese chucho de mi vista si no quieres que acabe con una bala en la cabeza!

—¡Atrévete a hacerle eso a Mimi, que yo te destrozaré la habitación! —respondió con la misma intensidad una niña pequeña.

El moreno soltó un gran suspiro desganado y se dirigió a la cocina, donde se encontraban sus dos hermanos mayores. Ambos deberían estar en la universidad, pero debido al trabajo familiar, el de verdad, no podían. Ni siquiera querían.

—Hey, Francesco. ¿Quieres comer ya, o prefieres esperar a los demás? —preguntó el segundo hermano más mayor.

—Sabes que si no esperamos a que papá y mamá estén aquí, se enfadarán... —resopló el mencionado, porque, sabía que su hermano quería que le castigasen—. Además, falta Bianca.

—Bianca no va a comer hoy con nosotros —Francesco miró a su otro hermano con cierta confusión. Este, que estaba poniendo los cubiertos (increíblemente, ya que eso normalmente lo hacía la sirvienta), no tardó en responder al notarlo—. Ha ido con la sirvienta a mirar un vestido para su cumpleaños.

—La niñata va a cumplir quince años y ya va a tener mejor regalo que nosotros tres juntos —se quejó su otro hermano.

Niccolo, su hermano más mayor y que tenía nada más y nada menos que veintiún años, era idéntico a Francesco y a Bianca, la cuarta hermana. Y ellos tres, eran similares a su madre, una mujer que a sus cuarenta años se mantenía bien gracias a operaciones y cuidados intensivos. En cambio, Alessio era idéntico a su padre, y Chiara, la hermana menor de los cinco, parecía adoptada. Pero, no. Era hija biológica de sus padres, pero como tenía solo siete años, a veces la vacilaban diciéndole eso.

Que justo como si la hubieran mencionado a ella y no a su hermana, Chiara entró con un perrito en brazos mientras daba brinquitos. El pobre animal parecía que en cualquier momento, potaría.

—¡Le voy a decir a Bianca que la estáis criticaaaaaaando!

—¿Qué? No estábamos haciendo eso, renacuaja —Alessio silbó, llevándose las manos tras la espalda como si la cosa no fuera con él.

—¡Y voy yo y me lo creo!

—Chiara, ¿aún no sabes que Sio es un envidioso de primera? —se burló Niccolo, dejando, al fin, de colocar cubiertos, para sentarse en su sitio de siempre.

—Pues claro que lo sé. ¡Tengo siete años, no cinco! —se quejó ella, soltando al fin al pobre perro.

—Tampoco hay tanta diferencia de una edad a otra, estúpida.

El sonido de un arma golpeando el marco de la puerta llamó la atención de los cuatro hermanos. Su madre, con un rostro cadavérico, les amenazó en silencio. Y consiguió el efecto que quería, pues dejaron de vociferar y de insultarse entre ellos.

—Vuestro padre no comerá con nosotros hoy.

—¿Por qué? —inquirió Francesco.

No era usual que su padre se saltase las comidas familiares. En las cenas casi nunca estaba, pero esa hora... Era sagrada.

Su madre observó a Niccolo y a Alessio como si ellos dos ya supieran el motivo. Su hermana pequeña y él, en cambio, observaban la situación sin entender nada. O al menos, ella. Francesco, en realidad, creía saberlo.

Y no tardaron en confirmárselo.

—Tu padre te ha encontrado una buena candidata. Es probable que, cuando acabes el instituto, os comprometáis.

—¡Felicidaades, hermanito! Pronto seremos tres comprometidos en la familia.

—Gracias.

No podía compartir la emoción de Alessio. No estaba de acuerdo. Nunca lo estuvo. Él quería casarse con alguien a quien quisiera, no con quien quisieran sus padres. Sus hermanos lo aceptaron con orgullo, pero Francesco no era así. Y teniendo en cuenta que el curso en el que estaba era el último del instituto... Una vez cumpliera dieciocho, ya tendría alguien a quien "querer".

Y no es que odiase a su familia. Francesco los quería con todo su ser, a pesar de sus defectos. Pero, no compartía los métodos que querían inculcarles. Todo por... ¿ser miembro de una de la familia mafiosa más importante del mundo? No. No era justo.

—¡Eso significa que manito Cesco hará su primera misión pronto! —exclamó con ilusión Chiara, que corría, a su vez, tras su perrito.

—El quince de enero.

—Pffft —Alessio se mofó por lo bajini así que Francesco no entendió lo que dijo sobre él. Pero, carraspeó y habló en voz alta—. Como no le den una víctima torpe y facilona, Francesco va a ca-gar-la.

—Yo confío en Cesco —su hermano mayor le sonrió para darle ánimos—. No es tan patoso como quiere hacernos creer.

—Con el arco es buenísimo. Y como francotirador, el mejor que he conocido en mucho tiempo —aseguró su madre, que, por unos momentos, sí parecía estar orgullosa de él.

—Blah, blah, blah. Habladurías. El quince, cuando mate a su primera víctima y se adentre en el mundo de los asesinos, presumid de él todo lo que queráis.

—¡Ánimo, manito!

Francesco no sabía qué hacer, o decir. Sí. Le habían enseñado desde pequeño a manejar armas de fuego y blancas. ¿Y qué? ¿Por qué era el único de su familia que sabía que... estaba mal matar a la gente por dinero? ¿Casar a tus hijos solo para obtener más beneficios económicos? Si se revelaba, le matarían. Siempre se lo dejaron claro. Y quería vivir, pero también quería ser libre.

Si mataba a alguien, fuera quien fuera que le ordenase su padre, sería él quien pudiera elegir qué día casarse. Si fallaba, no solo le castigarían, sino que sería la familia contraria quien tendría que elegir cuándo sería la boda. Era una tradición reciente entre las mafias.

—Me duele un poco el estómago. ¿Puedo ir a mi habitación a descansar, madre?

—Si te duele, sí. No queremos que enfermes para tu gran día. Esperamos mucho de ti.

—Lo sé... No os defraudaré. Hasta luego.

Sus hermanos se despidieron de él con la mano, o le desearon una rápida recuperación mientras se iba a paso lento de ahí. El gran pasillo común, que conectaba la planta baja con las escaleras que llevaban al segundo piso, se le hizo más grande de lo usual. Estaba tan desolado, y tan triste, que incluso tuvo que tomarse su tiempo para llegar a su habitación. Si le oían sollozar, le castigarían. No estaba permitido que ninguno de ellos llorara.

¿No les iba a decepcionar? ¿Estaba realmente seguro de eso? Porque... No podría matar a nadie incluso aunque quisiera. No iba en su naturaleza, esa que, desde crío le habían intentado arrebatar.

Al llegar a su habitación, se tumbó bocarriba en la cama. Alzó la mano estirada hacia el techo, y el otro brazo lo dejó reposar sobre su frente. Si tan solo tuviese un mísero amigo al que pedirle opinión, todo sería más fácil. Pero nadie quería acercársele. Y en ese maldito barrio, las cinco familias restantes y la suya eran enemigos. No podía pedirle consejo a nadie aunque quisiera. Estaba solo. Y siempre lo estaría.

Cerró los ojos con fuerza, y contuvo con todas su ganas un sollozo. Se sentía tan pequeñito en esos instantes, que, incluso se le estaba viniendo a la cabeza por una vez que, la libertad era más importante que la vida.

Muerte en vida. #PGP2019Where stories live. Discover now