Ese fue el inicio de una deuda que solo podía pagarse con sangre.

Ante los ojos del mundo seguían siendo los buenos amigos de siempre, pero cuando nadie los veía... cuando estaban en el refugio de la soledad y se dejaban guiar por sus más puros sentimientos, Henry y William eran del todo el uno para el otro.

De algún modo, siempre se las arreglaban para robarle al tiempo instantes en los que podían ser ellos mismos, sin ocultarse. Y este verano no sería la excepción.

—Hilda quiere casarse contigo.

William miró a Henry a los ojos. Estaban echados en la cama del primero, uno al lado del otro, con las manos entrelazadas como si temieran dejarse ir.

—¿Hablas en serio?

—Cree que si está obligada a contraer matrimonio, preferiría que tú fueras su esposo.

—No puedo casarme con tu hermana, Henry.

Henry arrastró su mano hasta el rostro de William y le acarició con ternura la mejilla.

—Lo sé, William —susurró, le besó la frente y lo atrajo hacia su pecho—. Y no estoy pidiéndote que lo hagas.

—No sería justo para ella ser engañada de esa manera —murmuró contra la camisa de Henry—. Y no sería justo para nosotros.

—También lo sé...

Henry lo sabía. ¿Creía William que nunca lo había pensado? Tal vez conseguirían vivir una vida larga y mantener en secreto su relación, pero jamás serían capaces de casarse con nadie. Porque el matrimonio exigía ciertos aspectos que ellos nunca podrían cumplir. Henry era consciente de que nadie además de William podía ver jamás las marcas en su cuerpo y, sobre todo, sabía que nunca podría tocar a ninguna persona fingiendo un deseo que no le despertaba.

Esta vida era todo lo que tenían hasta que no pudieran tenerla más.

William levantó el rostro hacia Henry y le besó el mentón.

—El verano solo comienza, Henry. Tendremos tiempo para preocuparnos de este asunto. No pensemos en eso, ¿quieres? No ahora.

Luego del almuerzo, Henry salió de paseo con Hilda

Ops! Esta imagem não segue as nossas directrizes de conteúdo. Para continuares a publicar, por favor, remova-a ou carrega uma imagem diferente.

Luego del almuerzo, Henry salió de paseo con Hilda. Caminaron tomados del brazo por los alrededores de la casa de campo, disfrutando del buen clima y la rica vegetación mientras conversaban sobre los cambios que encontraban en Massacott y su gente luego de solo un par de meses de no visitarlos. Hilda comentó que estaba ansiosa por pasarse por la biblioteca del pueblo para conseguir un par de ejemplares nuevos y Henry le prometió que la llevaría.

¿Qué no le prometería si ella se lo pidiera? Henry adoraba a su hermana desde el momento en que sus ojos la contemplaron por primera vez, cuando era solo una bulto demasiado pequeño, frágil y llorón en los brazos de su madre.

Mientras volvían al hogar riendo sobre una anécdota que Hilda había contado, divisaron la llegada de un par de visitantes.

Hilda y Henry compartieron una mirada de sorpresa.

Los Marcados de CantemburgoOnde as histórias ganham vida. Descobre agora