Por un largo tiempo, los dos sufrieron en silencio.

Henry se preguntaba todo el tiempo si estaba mal de la cabeza. ¡Le atraía William! ¡Un hombre! Era una locura. Había escuchado de Los Marcados y le horrorizaba pensar que los sentimientos que albergaba por su amigo lo convertirían en uno de esos hombres.

Los pensamientos de William en aquella época no eran muy distintos.

Entonces, llegaron a Massacott a vacacionar el verano luego de graduarse de la universidad. Y, mientras paseaban a caballo una tarde, encontraron el abandonado río que delimitaba el terreno de los Mainwater. Aquella vez se sentaron a las orillas a conversar como cualquier par de amigos haría, pero en algún punto de la conversación los sentimientos de William fueron detonados.

Guiado por el más puro de sus instintos, el rubio se atrevió a besar a Henry, dejándolo con una frase a medias en los labios. Cuando se apartó de él y se dio cuenta de lo que había hecho, William estaba tan alterado que palideció, se trepó en su caballo sin mediar palabra y huyó hacia su casa de inmediato.

Henry, al principio, estuvo demasiado sorprendido como para reaccionar con presteza a lo ocurrido. Le tomó un buen tiempo aceptar que William Fauxsess lo había besado, que una de sus más prohibidas fantasías se acababa de cumplir.

Cuando por fin logró moverse, con el corazón latiéndole desbocado contra las costillas y los labios hormigueándole, montó su propio equino y fue en busca de William. La casa de la familia de éste último estaba vacía a excepción de los criados, puesto que su padre acababa de fallecer un par de meses atrás y su hermano mayor, desde que se había casado, no tenía tiempo para ir a Massacott.

—El señor Fauxsess no se encuentra de buen humor —le dijo aquella vez la criada—. Nos ha pedido a todos que nos marchemos y le dejemos a solas. No creo que quiera recibir su visita, señor Mainwater.

La mujer, que ya iba de salida con otras dos criadas, se marchó sin decir más y Henry, abatido, permaneció fuera de la casa de los Fauxsess, luchando contra su propia indecisión.

Las manos le temblaban tanto que no estaba seguro de cómo había logrado cabalgar hasta allí. ¿Qué le ocurría? Lo que sentía por su amigo estaba mal, lo que deseaba hacer con él era un delito. Lo mandarían a la horca y el buen nombre de su familia quedaría sumido en la vergüenza.

Henry tendría que haberse ido lo más lejos posible de la tentación que William Fauxsess representaba, pero entonces recordó la sensación de la boca de Will presionada contra la suya, la calidez y suavidad de sus labios, y el corazón le dio un vuelco. Aquello disipó todo lo que le preocupaba y le armó del valor que necesitaba.

Se tomó el atrevimiento de entrar a la casa sin permiso y subió a toda prisa las escaleras hasta la habitación ubicada al fondo del pasillo de la derecha, la del rubio. Cuando abrió la puerta sin llamar primero, William se volvió hacia él con sorpresa. Tenía los ojos color miel enrojecidos, anegados de lágrimas, y se le veía alterado.

—Escucha... escucha, Henry, puedo explic...

El intento de explicación de William fue apagado por Henry cuando caminó hasta él con paso decidido, le sujetó el rostro con ambas manos y selló su boca con un beso.

Ese día ambos dieron un salto al vacío tomados de la mano, la decisión que tomaron en ese momento sería irreversible y así lo descubrirían más tarde, cuando las primeras marcas comenzaran a mostrarse en sus cuerpos.

Deberían haberse sentido aterrados, y quizá en parte lo estaban, pero lo cierto es que podía más el hecho de que nunca antes habían experimentado la felicidad de ser plenamente ellos mismos como en ese momento.

Los Marcados de CantemburgoWhere stories live. Discover now