Capítulo 11: La tumba de Ysgramor

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La Tumba de Ysgramor se encuentra al norte, muy al norte, en los confines de Skyrim, junto al congelado Mar de los Fantasmas. Desde allí se distingue levemente una mancha negra, el colegio de magos, a través de la ventisca. Llegamos de día tras casi una semana de viaje ante un túmulo excavado en la roca, similar al del Hombre Polvoriento. Farkas entra el primero, yo le sigo, y tras de mí van Aela y Vilkas. Bajamos las escaleras hasta una pequeña sala con una estatua de Ysgramor. Es la misma estatua que he visto en ocasiones en pergaminos y libros de Jorrvaskr: Ysgramor, con su armadura, cuando lideraba a los Quinientos, y su escudo a sus pies. Pero le falta su hacha.

Desenvaino a Wuuthrad y, sin necesidad de que nadie diga nada, sé lo que tengo que hacer. Con cuidado, la coloco sobre las manos del Ysgramor de piedra, y se oye cómo el arma encaja como anillo al dedo. Al instante, una puerta oculta en la pared justo detrás de la estatua se abre.

- Excelente – dice Aela. - Vamos.

La Cazadora avanza con la antorcha levantada por el corredor, seguida de Farkas. Yo voy detrás, pero me doy la vuelta al comprobar que Vilkas no me sigue. Se ha quedado quieto junto a la estatua.

- ¿Vilkas? - lo llamo.

Él me mira.

- Este es el lugar de descanso de Ysgramor y de todos aquellos que le fueron leales. Los Quinientos. No debes temerles, solo querrán comprobar si eres digna de entrar en la Tumba. Pero ten cuidado.

Me extraño.

- ¿No vienes? - pregunto, confundida.

Vilkas baja la cabeza y niega despacio.

- Tenías razón – confiesa. - Dejé que la venganza dominara mi corazón. No me arrepiento de nada de lo que hicimos en Sombra Errática, pero no puedo continuar con la mente nublada y el corazón apesadumbrado. Yo no soy digno de entrar en esta Tumba.

Le contemplo, y una extraña calidez invade mi pecho. El ver a Vilkas tan apenado, tan decaído, me despierta una sensación nueva. Avanzo hacia él y tomo su rostro entre mis manos, levantándoselo, y mis ojos dorados se encuentran con sus ojos grises.

- Eres digno... - le digo, con la voz temblorosa por la pena – de entrar en este Túmulo, de portar a Wuuthrad e incluso de liderar a los Quinientos si quisieras.

- Ese es tu papel.

Los ojos se me abren solos.

- Leí el diario antes de marchar – responde Vilkas a mi pregunta interna, e inconscientemente suelto su cara y me separo de él. - Kodlak era mi amigo, era como mi padre, y me conocía. Y como tal, sabía que yo no podría guiar a los Compañeros. No mientras la sangre de lobo corra por mis venas y me nuble el juicio.

Le contemplo. No sé qué decir.

- Ve – me apremia Vilkas. - Estaré aquí esperando. Sé que lo conseguirás.

Asiento. Estoy dispuesta a irme, pero Vilkas me llama.

- Ahrin.

Le miro. Vilkas me contempla.

- Siento mucho lo que te dije en Jorrvaskr. La muerte de Kodlak no fue culpa tuya. Perdóname.

Movida por un súbito impulso, avanzo hacia él y le abrazo. Nuestras armaduras entrechocan y me privan de sentir un mayor contacto con su cuerpo, pero me da igual. Necesitaba oír esas palabras, y más saliendo de su boca. Cuando las dijo, fue como un aguijón envenenado; me han ido consumiendo desde entonces. Noto como los brazos de Vilkas también me envuelven, algo tímidos, pero cariñosos.

Compañeros | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora