Capítulo 8: La maldición de Hircine

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Completar la misión de Aela me lleva más de una semana: ir hasta la Marca de Hjaal, aguantar la nieve, dar con el Fuerte de Martillo Endeble, matar al líder de la Mano de Plata y regresar a Carrera Blanca. No dejo de darle vueltas hasta qué punto esto que estamos haciendo Aela y yo está bien. Lo hacemos a espaldas de Kodlak y del resto del Círculo. A espaldas de Vilkas, a quién todavía no he visto ni con el que todavía he hablado desde mi ingreso en los Compañeros cuando regresé del Túmulo del Hombre Polvoriento.

Cuando cruzo las puertas de Jorrvaskr, noto cómo todos me miran. No hay mucha gente en el salón. Torvar y Ría están sentados en la mesa. Farkas también, a un lado. Nadie dice nada. Saludo con la cabeza, pero ellos no responden. Parecen preocupados. Entonces, Aela aparece del pasillo de las habitaciones y se acerca a mí. Me habla en voz baja.

- He intentado cubrirte, pero Kodlak se ha enterado de nuestra pequeña aventura secreta. Ha solicitado verte.

Miro a Aela con los ojos como platos. Nos han pillado y estoy metida en un lío.

- Tranquila, - me aconseja ella, como si leyera el miedo en mi rostro - eres un miembro del Círculo. Actúa con honestidad, pero no le digas nada que no necesite saber.

- ¿Quieres que le mienta? - pregunto, también en voz baja.

- Recuerda que él no comparte nuestra forma de pensar.

Nuestra forma de pensar... ¿Qué forma de pensar? Acepté hacerme licántropo para ser más fuerte, no para empezar una guerra a muerte contra La Mano de Plata. Frunzo el ceño pero no digo nada. Le doy la espalda a Aela y avanzo hacia las dependencias de Kodlak. Pero, por el camino, me cruzo con Vilkas. Me quedo parada en el sitio y me quedo mirándolo, sin saber qué decir o qué hacer. Él también me mira, pero en sus ojos veo algo que no había visto hasta ahora: decepción. Aparta la mirada y sigue caminando, cruzándose conmigo, sin decir nada. Me giro para verle irse, con el corazón en un puño, deseando pedirle que espere pero sabiendo que no debo hacerlo. Bajo la cabeza, triste, y entro en el cuarto de Kodlak. Como siempre, me espera sentado a la mesa.

- Gracias por venir – me saluda.

- ¿Querías verme? - pregunto, tratando que no se me noten los nervios.

- Sí, Ahrin, siéntate – me ofrece.

Su voz suena calmada, y eso me tranquiliza un poco. Me siento en la otra silla, la que ocupaba Vilkas la primera vez que vine a verle, y espero. Me mira largamente, en silencio.

- Creo que has tenido las manos ocupadas – habla por fin.

No sé muy bien qué contestar. Aela dice que no debo hablar más de lo necesario, pero Kodlak sabe leer en mi interior y estoy segura de que ya sabe más de lo que parece. Además, me siento incapaz de mentirle, no cuando ha confiado tanto en mí.

- Aela y yo tratamos de vengar la muerte de Skjor.

Kodlak asiente.

- Vuestros corazones están llenos de dolor, y el mío llora la pérdida de Skjor. Pero habéis dejado que la venganza os nuble la mente, y os habéis cobrado más vidas de las que exigía el honor. La espiral de venganza se está haciendo ya interminable.

- Yo... - empiezo, intentando justificarme

- Sé en lo que te han convertido Aela y Skjor. - Abro los ojos ante su revelación. ¿Lo sabe? - Confiaba en que tu forma de ver el don de Hircine fuera diferente.

- ¿Hircine? - repito, sin saber a quién se refiere.

- El príncipe daedra de la caza, aquel que nos otorgó la capacidad de convertirnos en bestias - explica el anciano. - ¿Acaso no te contaron de dónde provenía el poder del Círculo cuando te tentaron con él?

Compañeros | CompletaWhere stories live. Discover now