Capítulo 9: Las brujas de Glenmoril

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Los bosques de Falkreath son preciosos. No los veía desde que vine de Cauce Boscoso hace ya más de un año. Llegar hasta la frontera con la Cuenca me toma casi dos días, y encontrar la cueva del Aquelarre, casi medio día más. Sé que está oculta en la montaña, y debo moverme con cuidado para no alertar a ningún oso ni a ninguna de las brujas menores que allí moran. Por fin, cuando el sol está ya muy bajo, distingo la cueva al final de un sendero, pero llegar hasta allí se me hace una auténtica pesadilla. Hay calaveras de ciervos a ambos lados del camino, velas, cabezas de spriggans, raíces nudosas colgando en redes de las ramas de los árboles y manchas de sangre por todas partes. Lo cierto es que el ambiente asusta un poco, pero inspiro profundamente, saco el arco, cargo una flecha y entro con cuidado en la cueva.

Ya me he enfrentado antes a una bruja cuervo, pero era solo una, y aquí no sé con cuántas me voy a encontrar. Me pregunto si estas serán iguales o más poderosas, y si, al tratarse de un aquelarre, atacarán en grupo. Avanzo con cuidado por la caverna hasta llegar a una cavidad amplia, de altos techos y con columnas. Y entonces, escucho los pasos. Me escondo detrás de uno de los pilares y pego la espalda a la roca, con el arco preparado y tratando de no jadear. Escucho la respiración de la bruja, es inconfundible. Una respiración anciana, costosa y nasal. Sé que está al otro lado de la columna, acechante. Espero, ya sea a que se aparte o a que se asome, pero estoy preparada para ambas opciones.

Al cabo de casi un minuto, escucho cómo se aleja. Asomo unos centímetros la cabeza y la veo, rondando por la zona como un ente errante. Es realmente repulsiva. Delgada y encorvada, con la piel arrugada, vestida con harapos decorados con sucias plumas. El pelo sucio, largo, lacio y canoso que le crece desde muy atrás de la cabeza, una nariz tan larga como el pico de un cuervo y, lo peor, sus garras. Las brujas cuervo no tienen manos, tienen garras. Largas garras afiladas, capaces de arrancarte los ojos con solo una caricia.

Tomo aliento un par de veces para darme ánimos, me separo de la columna y avanzo un par de pasos con el arco tensado, apuntando a mi objetivo, que no deja de moverse. No puedo fallar. Si fallo, sabrá que estoy aquí y mis posibilidades de salir viva se verán reducidas casi a cero. Tomo aire una última vez y lo contengo al tiempo que suelto la cuerda. La flecha hiende el aire de la cueva en dirección a la bruja. Pero no llega a impactar en ella. Lo único que hace es rozarle un brazo, alertarla y obligarme a esconderme de nuevo para que no me vea.

La escucho quejarse, con sus gritos de cuervo, y correr en mi dirección. Dudo que me haya visto, pero me está buscando. Y no deja de gritar. Tengo que acabar con ella deprisa antes de que alerte a las demás. Guardo el arco y preparo mi mandoble de Forja de Cielo. Debo atraerla a una trampa, acabar con ella antes de que me vea. Pateo una piedra un poco lejos de mí, haciendo ruido, para que se acerque al lado derecho del pilar. Parece que surte efecto, porque la escucho acercándose. Aprieto con fuerza el mango de mi arma y vuelvo a coger aliento. Y, en el preciso momento que la bruja se asoma, descargo el mandoble con fuerza sobre ella, cortándole la cabeza de un solo golpe. El cuerpo se desploma sin vida, salpicando sangre, y la cabeza rueda hasta el centro de la caverna, acallando los gritos. Suelto el aire que he guardado, envaino el mandoble y me apresuro a coger la cabeza y guardarla en la bolsa.

Pero justo cuando estoy en medio de la sala, desprotegida, a la vista de todos, aparecen las demás. Las preceden sus pisadas, seguidas de sus respiraciones y, por fin, las veo. Cuatro brujas más aparecen de unos pequeños túneles bajos excavados en la roca. Al verme, y al ver la cabeza de su compañera en mis manos, rugen de furia y sus gritos se me clavan en los oídos. Cierro la bolsa rápidamente, con la cabeza ya dentro, me levanto y echo a correr hacia la salida. Pero, de repente, un proyectil de fuego impacta contra el pasillo justo enfrente de mí. La explosión me empuja hacia atrás con fuerza, y caigo al suelo. Siento el calor en el cuerpo, aunque, por suerte, no me han alcanzado las llamas. Me levanto rápidamente y me giro. Una de las brujas porta un bastón que brilla con un color rojo intenso. Es la que ha disparado, y está a punto de volver a hacerlo. Las otras tres brujas se acercan hacia mí. No son muy veloces, pero si la cuarta sigue disparando, no podré salir sin pelear.

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