IX. Honoris Causa

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SNAPE SALTÓ COMO SERPIENTE SOBRE HERMIONE, TOMÁNDOLA DEL cuelo, pero ella le devolvió la mirada con divertida sorna, como diciendo: Haz lo que quieras, pero esta vez te tengo.

Snape no apretó la mano: era rabia contenida; no obstante, no impresionó a Hermione, gozosa en la debacle donde puso a Snape. Ella había hecho presencia de ánimo ante la tortura de abuso que sufría Harry y el impacto de los sonidos en los calabozos; ante la impresión de lo que hacía Ron. Desde que lo presenció, se forzó a seguir caminando tras Snape para no pensar en el horror y el miedo, para mantenerse cuerda y seguir buscando opciones.

Pero la escena del Espejo de Oesed tenía tantas implicaciones como significados y la mayoría tan personales, que era imposible ignorarla. Y el trastabilleo de Snape lo había sacado de su posición dominante.

El rumor erótico de los calabozos llegaba en viento frío, en susurro, por las paredes de roca hasta esta mazmorra de luz espectral.

-¡Niega que me amas! –Hermione le plantó cara, con entendimiento, con poder aunque estuviera atada, frente a Snape atado aunque manejara la correa con que la forzaba.

-¡Niega que me amas! –ella lo desafió con sonrisa implacable, de dolor y verdad- ¡Niégalo, y que tu prepotencia se vuelva absurdo! ¿Cuántas veces has visto ese reflejo en la Cámara de tus Secretos, aunque no lo quieras?

Un resplandor del cono de luz sobre el objeto mágico alcanzó los crueles ojos de Hermione.

-No puedes borrarme del Deseo, ¿verdad? ¡No puedes borrarme de tu anhelo y me odias por eso! –adivinó- ¡Vuelves a la Cámara, continuamente, pero frente a tu Espejo estás solo, siempre solo frente a la imagen de un mundo donde estoy contigo! ¿Te sorprendiste cuando dejó de aparecer Evans? ¿Te aterraste de amor cuando me viste contigo, abrazada por ti? ¡Te miraste conmigo demasiadas veces en el reflejo maldito, y te volviste loco, y quisiste tener!

En cólera, Snape hizo caminar hacia atrás a Hermione, hasta el muro frente a Oesed, pero ella siguió, implacable:

-Lo peor no fue que tu deseo te devorara, lo peor fue que creíste que mi amor por ti era imposible, ¿verdad? Y fuiste un iluso: no era imposible. ¿Qué te ocurrió, Severus? –lo acosó con la mirada, al llegar a la pared– Te vi asomar al Espejo con duda. ¿Tenías la esperanza que si me tratabas como objeto, me ibas a borrar? Al contrario, con tus actos viciosos me has anclado en tu perversidad. ¡Me has entronizado en la fuente de tus deseos malignos! Así, que, ¿qué vas a hacer, si puedes romper el Espejo, pero sabes que tu Deseo no se destruirá?

Él golpeó la piedra con los puños, a los lados de ella, gritando:

-¡Cállate! –ladró- ¡Basta!

Con las manos atadas a la espalda, ella lo empujó con el cuerpo.

-¡Haz que me mire en el Espejo! –vociferó, iracunda; Snape a su pesar dio un paso atrás- ¿Juegas con la idea, verdad? ¡Apártate, déjame frente al Espejo! ¡Ten la esperanza de que me veas con Ron o con Krum, con Draco o hasta con Harry! ¡Y prepárate a suicidarte cuando veas que en el reflejo de mi Deseo apareces tú!

Snape jadeante de ira, no lograba responder, excepto dirigirle una mirada de odio.

-¡No soportarás ver que yo te ame, porque vives inmerso en el odio! ¡Destrúyete con la verdad, ponte la corona de la muerte que regalas a manos llenas! ¡No lo haces porque tienes miedo!

Snape fue a ella, pero Hermione lo desafió adelantado el rostro hacia él:

-Juega conmigo mientras me tengas atada. Úsame como tu muñeca de placer mientras tengas mi alma pendiendo de un hilo, oh, Amo de la Muerte Frívola, ¡pero teme el día que tengas la imagen, y no mi ser!

Sonrió satisfecha al tomar Snape de nuevo la cuerda, fúrico, desbalanceado.

Llevada por la cuerda fue delante y la condujo por la Cámara, por sus complicados túneles de roca oscurecida, por puentes que conectaban mazmorras altas, por pasajes de rejas en niveles superiores, entre largas cadenas colgantes en bóvedas, que chirriaban al balancearse. Salazar Slytherin había creado un espacio más amplio que el visto por el Trío en al pasado. Debió pensar en calabozos para sangresucias. Debió pensar en ejecuciones de traidores a la sangre. Quien sabe cuántos animales fantásticos había dejado ahí, devorados por el basilisco, que murieron con los siglos o de hambre.

Subió por ella en una escalera en el aire, a la derecha con un calabozo abajo, sobre el que se alzaba un arco, y otros arcos y mazmorras a la derecha, en desorden, entre pesadas cadenas colgantes sin propósito aparente.

Alguien viene hacia acá, pensó Hermione. Alguien que porta una veladora fúnebre, andando por estos pasajes olvidados. Y trae el amor y el dolor consigo.

Llegaron a un calabozo amplio, sin reja como los demás. Sillas de madera se apilaban en línea, en una pared, llegando a ellos por cuatro gradas sin razón aparente. Había un lecho de piedra, cadenas, garfios en desorden, una mesa con frascos tal vez de pociones, un potro de tormentos y látigos.

No se necesitaba Lumos, flotaba una luz verdosa, espectral.

Sin más, Snape tomó de la nuca a Hermione, y llevó la mano a una de sus piernas.

La besó en la boca, subiendo la palma por la cara interior de sus piernas, hundiendo la mano entre ellas y apresando el pubis de Hermione.

Ella gimió, para matarlo, no se resistió a que él le frotara la vulva, lo incitó con el beso y sus quejidos, para colocar más eslabones en la cadena de ruina que llevaba a Snape al abismo. Lo amaba, pero también sería bueno para todos que él estuviera muerto. No estaría mal que el crucificado entre el amor y la locura, perdiera la vida. Así como el mismo lo sabía.

Era muy posible que al matarlo, ella también muriera. No podría sobrevivir al asesinato del único que le importaba.

Hermione recargó una pierna en la erección de Snape. La rigidez despertó su deseo y lo besó con necesidad.

Estaban presos en el mismo calabozo. Cautivos de sus deseos. Atrapados en una espiral enfermiza.

Snape se sentó en una silla frente a Hermione. Le alzó la falda y hundió el rostro entre los muslos de ella.

Hermione dejó ir la cabeza de un lado a otro, cerrando los ojos, recibiendo la lengua de el en su clítoris. Las luces fantasmales de los calabozos de Hogwarts le iluminaban el cabello, los pómulos, cambiaban el color de sus cabellos.

Snape no la había acariciado de ese modo, la había tomado. Y ella estaba segura que esto era un paréntesis, que Snape continuaría inmerso en su lujuria y su vicio por la muerte.

Ella tuvo un orgasmo largo, de piernas temblorosas, observando el rostro de Snape entre sus muslos.

Él le acarició los labios de la vagina y poniéndose de pie, le introdujo los dedos en la boca, que ella lamió con sus licores, y Snape también los succionó, húmedos del orgasmo y de la saliva de ella.

Snape la miró a los ojos, tomando su rostro con codicia, observándola como si quisiera morderla. Su mirada de relámpagos demenciales se surcaba de nubes de angustia.

Vivió con la convicción que nadie sentiría nada por él, excepto odio. Estaba la huella de sus crímenes. Y la luz del ángel lo hirió de muerte, pues en sus negras alas, el asesino Snape descubrió, con horror, que Hermione lo amaba.

Calabozos de HogwartsWhere stories live. Discover now