Vigésimo Encuentro

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Vigésimo Encuentro

Estas últimas semanas habían sido extenuantes, pero al mismo tiempo muy satisfactorias. El asunto de las amigas con derechos le había brindado a ambas una excusa para seguir con sus vidas, pero tomando atajos y pequeños descansos en el camino de la rutina. Ninguna había caído en la reincidencia de reclamar nada, simplemente gozaban de los minutos que podían regalarse y del tremendo sexo que tenían. Había dejado de contar sus choques. Llegado cierto punto de esta especie de doble vida, se olvidó de contar nada. Tan rutinario como era no valía la pena, prefería guardarse la impresión del placer que sentía, de toda esa excitación dejándola sin voz o sin respiración.

Perderse para tener encuentros furtivos o escabullirse de casa de sus padres para terminar en la mansión era algo del día sí, día no. No lo podría reprimir ni aunque lo intentase. Mientras, la vida seguía. Ambas buscaban al autor para que la reina tuviera su final feliz e, incluso, hablaban de vez en cuando sobre Robín o Killian. Aunque Emma tenía la sensación de que en cada ocasión que salía el tema, alguna de las dos se ponía considerablemente posesiva. Como aquella noche en la cafetería que, cuando entraba en busca de sus padres para cenar después de haber pasado el día con Killian, fue interceptada por una mano que la arrastró hasta el callejón de detrás. Si ese callejón hablará, todo lo que podría contar era bastante poco decente.

Sería la adrenalina de ser descubiertas o el ímpetu en esos ojos chocolate, pero ¿cómo borrar la mirada felina de Regina arrodillada a sus pies, lamiendo su sexo con devoción? Succionando su clítoris cada tanto y gimiendo mientras lo hacía. ¿Cómo alguien podría olvidar esos labios empapados de su orgasmo y el beso que los unió a los suyos? Ni las risas cómplices al volver al sitio del que había sido arrancada, ni las ganas de dejarse llevar. Y, por supuesto, la cara de su madre al verlas entrar juntas tan agitadas y felices.

Snow White se había contentado con mantenerse apartada por algún tiempo, pero, al parecer, había llegado a cierto límite. Comenzó como una pregunta sutil sobre cómo estás con Regina. Unos días después la transformó en qué clase de relación tienes con ella. Al verlas entrar al sitio de la abuelita, su mirada se estrechó y observó a las dos con inquisición. Regina se unió a cenar pidiendo amablemente permiso para ello, algo que no le fue negado. Al volver a casa, Snow esperó a que David se fuera a su habitación para hablar sin tapujos.

-Emma – la rubia resopló a sabiendas de lo que venía - ¿qué está pasando entre Regina y tú?

-Nada que le incumba a una madre – la sheriff fue cortante – hay cosas en las que es mejor no ahondar, mamá.

Su madre suspiró – desde que éramos amigas, durante la primera maldición, sé que algo las une de manera diferente.

-Ese algo se llama Henry, Mary Margaret.

-No, no hablo de eso – la morena se sentó en el sofá y Emma supo que aquello no acabaría tan pronto como deseaba – las escapadas, las veces que has llegado tarde, todos estos encuentros casuales con Regina – Snow se quedó en silencio un momento – hasta llegué a preguntárselo en el bosque encantado.

Emma abrió los ojos como platos ante esa información. Regina nunca lo había mencionado.

-No pongas esa cara – le dijo su madre – me envió a recoger manzanas, pero no lo negó, ¿sabes? Estoy segura de que ella te ama.

Emma soltó una risilla - ¿estamos hablando de Regina? ¿La misma que estuvo penando por Robín Hood hace unas semanas?

-Me da igual los balones que eches fuera, Emma – Snow la observó seriamente – puede que Regina se conformará con él, pero no fue a él a quién le otorgó recuerdos nuevos y felices cuando se marchó, fue a ti.

"Si te gusta algo, lo tomas"Onde histórias criam vida. Descubra agora