Décimo Encuentro

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Décimo Encuentro

-¿Qué le has hecho? – Emma vociferaba sin ningún pudor frente a Regina.

-¿De qué me está hablando ahora, Swan? – la morena no se iba a dejar amedrentar así nada más y mostró abiertamente su mala gana.

Esta rubia sin educación no solo se presentaba en su casa sin avisar, sino que además lo hacía para reclamarle.

-¿Qué le has hecho a Mary Margaret? – Emma respondió apretando los dientes.

-¿A su madre? – Regina se indignó aún más ante la acusación – yo no le he hecho nada, ella me lo ha hecho a mí – señaló sin apartar la vista de ella – ella mató a mi madre, ¿acaso lo olvida?

¿Cómo habían podido desmadrarse tanto las cosas? Tanto tiempo había pasado desde la última vez que se consumieron las ganas de tocarse, tantas situaciones donde ambas habían olvidado aquel compromiso tácito de no lastimarse, de no mezclar las cosas. Emma se sentía culpable como nunca cada vez que miraba a Regina. En su cama, con los labios sedientos, le había asegurado que fuera la que fuera, ella seguiría deseándola. Aunque no le hubiera jurado lealtad, fue un acuerdo recíproco que ninguna supo cumplir. Ella la primera. Lo intentó, dijo que le creía cuando aseguró que no había matado a Archie, pero cuando vio aquellas imágenes a través de la magia no pudo mantener su palabra. La acusó y acabaron peleando como perro y gato.

Luego llegó Cora y toda su malicia. Regina sucumbió y la distancia se hizo más evidente entre las dos. Y como para terminar de cerrar la ecuación desastrosa, Neal. Neal, nada más ni nada menos que el hijo de Rumplestiltskin. Todavía recordaba la mirada de Regina sobre ella cuando aparecieron en Storybrooke y se enteró de que era el padre de Henry. Todo esto distaba tanto de esa noche en la cama de la morena, viendo amanecer sin dejar de tocarse. Lo malo es que por alguna razón se había dejado arrastrar por el cinismo y el prejuicio de los personajes de cuentos de hadas, de los supuestos héroes. Se había subido a esa máquina y los había dejado lastimar a la ex alcaldesa más de lo deseable, incluso había participado reteniendo a lo que más amaba lejos de ella.

Cuando Regina quemó aquel hechizo en su bola de fuego, quiso cambiar las cosas. De verdad que sí. Hubiera deseado correr hasta ella y abrazarla por ser tan fuerte, por querer cambiar a pesar del dolor que le causaron. Se sentía empática con ella. También había deseado tocarla suavemente, tomarse el tiempo para acariciar sus curvas, sentir su piel. Emma no le quería poner un nombre a lo que le pasaba cuando pensaba en Regina, ni a lo que quería hacer con ella, pero quería hacerlo lento, sin prisas. Lo ansiaba aunque nunca lo asumiera, ni lo consumará.

Una vez más se dejó arrastrar fuera de juego con los supuestos buenos. Llegó a casa y encontró a su madre destrozada, llena de remordimientos y sólo decía su nombre. El nombre de Regina. No pudo más. Tenía que verla y buscaría cualquier excusa para tenerla cerca. Porque si, porque le crispaba los nervios, porque quería comérsela entera y olvidarse quienes eran ellas. Olvidar las obligaciones, los temores y la estupidez sobre la convivencia entre maldad y bondad. La verdad es que Emma quería ser mala y hundir los dedos en la humedad de Regina. Esto de tener que ser la salvadora era muy aburrido.

Era desesperante no tenerla, era tan insoportable reprimirse de follarla. ¿Y por qué se coartaba en primer lugar? ¿Por qué estaban reclamándose cosas cuando podría estar comiéndole el sexo?

-¿Crees que ella no se enteró del daño que te hizo? – Emma se golpeó mentalmente por seguir con la discusión. Estaba perdiendo su personalidad con tanto tonto libro de cuentos.

Regina meneó la cabeza – le recuerdo que usted participó en eso, usted fue cómplice, Emma Swan.

-Estabas fuera de control, Regina – se defendió Emma – sabías que lo que Cora iba a hacer estaba mal y no solo la dejaste sino que la ayudaste, ella te dominó totalmente.

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