Séptimo Encuentro

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Séptimo Encuentro

Mary Margaret siempre fue una buena chica. O eso se imaginaba ella porque no encontraba mucho con lo que comparar. De padres fallecidos y maestra de escuela desde tantos años que no sabría precisarlos. De hecho, si se paraba a pensar, no recordaba festejar tantos cumpleaños ni ir de vacaciones para la edad que se suponía tenía. Lo extraño es que esa carencia de memorias no le inquietaba en lo más mínimo. Todo era igual a lo que siempre había sabido de la vida hasta que Emma apareció en Storybrooke.

Al principio, la acogió en su casa un poco por pena y otro poco por Henry. Es cierto que por razones incomprensibles había renunciado a alguno de sus ahorros para salvarla de la cárcel, pero al final todo había salido a pedir de boca. Se habían hecho amigas y Emma la había ayudado a lidiar con los pesares de un amor que no había tenido un buen comienzo, ni un buen final. Ella, mientras, había sido testigo de cómo las emociones de esa madre biológica por fin brotaban y se hacían fuertes. Se acompañaron en aquellos meses y seguían haciéndolo ahora. Con ella acusada de ser la atacante de la desaparecida Kathryn. Emma era la única que le creía en ese mundo de adultos desarraigados y sin vínculos permanentes los unos con los otros.

La sheriff se llegaba a pelear en duelo abierto con la persona más temida de todo Storybrooke, Regina Mills. Mary Margaret sabía que Emma y Regina tenían una relación tensa y mal manejada, aunque algunas veces había ciertas señales que no parecían condecirse con esa inclinación. Como aquella noche en que Emma llegó a casa de muy mal humor porque Graham se había acostado con la alcaldesa. Mary había pensado que era por él, porque a Emma le gustaba, pero la rubia le dejo claro que no tenía que ver con el hombre. Dijo que le parecía inmoral, pero Emma no parecía tener en su vocabulario esa palabra con frecuencia. Estaba celosa, era evidente. Cuando el sheriff falleció, la maestra pensó que la encontraría hecha un mar de lágrimas, pero no fue así. Estaba contrariada, eso es cierto, pero no dolida por amor. Luego, recordó aquella tarde en que ella y David la vieron entrar a casa de Regina, siguiéndola y empujándola dentro. Incluso, el rubio quiso parar la camioneta e ir a ver qué pasaba, pero ella sintió que no debían inmiscuirse. La espero en casa y cuando regreso, Emma estaba de un humor muy sosegado y alegre. Nada parecido a aquel empujón que le había dado a Regina. Trató de preguntarle cosas, de sondearla, pero Emma sabía silenciarse y cerrar cualquier puerta al diálogo si la situación lo requería.

Mary Margaret sospechó de los vaivenes de aquella relación desde aquel día, pero más todavía una vez que fue acusada de presunto asesinato. Más allá de la situación en la que estaba, notaba como había cosas que no cuadraban en aquel mal tratamiento que Regina y Emma pretendían tener. Y estaba claro que era una pretensión porque ambas disfrutaban abiertamente de las pullas mutuas y del intercambio de adjetivos. Se regocijaban fastidiándose alternativamente y la tensión era tan alta a veces que ambas respiraban con violencia. Parecían a punto de arrasarse.

Todavía recordaba aquel día en que había tenido que comparecer frente a ambas. Regina la había intentado inducir a sentirse culpable y Emma le había solicitado salir. Las vio discutir del otro lado de la habitación hasta quedar boquiabiertas y un poco desencajadas. Luego desaparecieron de su vista. Fue un segundo en que Mary miró sus manos y ya no estaban allí. La maestra espero unos quince minutos, en que se debatía entre salir o quedarse sentada. Cuando se puso de pie, apareció Emma con una sonrisa petulante y, por detrás Regina, agitada y sonrojada.

Entraron y Mary Margaret pestañeó esperando alguna palabra.

-Hemos – Emma pareció buscar una palabra – encontrado un punto medio – dijo.

-Por ahora – respondió la alcaldesa.

-¿Han estado discutiendo por mi causa? – preguntó la maestra.

"Si te gusta algo, lo tomas"Where stories live. Discover now