XXXI

2.2K 115 3
                                    

A Karol no se le había pasado por la cabeza que Ruggero pudiera pensar que otro hombre la había dejado embarazada.

El padre eres tú –declaró ella con voz queda–. Concebí la primera noche que nos acostamos, la noche que fuimos al teatro y luego a la fiesta.

–Me dijiste que estabas tomando la píldora –contestó Ruggero con expresión indescifrable tras un prolongado silencio–. Me fie de ti.

Ruggero sintió un escalofrío al recordar otra ocasión, en el pasado, en el que una mujer le dijo que iba a tener un hijo suyo. Y, como un idiota, había creído a Martina. Pero esta vez no iba a ser tan inocente.

¿Cómo podía haberse tornado tan fría la mirada de Ruggero? No había esperado que se mostrara entusiasmado, pero la frialdad de él se le clavó en el corazón.

–No te mentí –le informó ella con dignidad–. Estaba tomando la píldora; pero debido a que en mi familia todos tenemos la presión alta, estaba tomando una mini píldora, que no es tan eficaz como la normal. No sabía que el ponche de frutas de la fiesta tenía alcohol; de haberlo sabido, no lo habría tomado. Entonces, cuando me puse a vomitar después de acostarme contigo, no sabía que la píldora quizá ya no hiciera efecto.

Ruggero la miró con expresión interrogante.

–Debes admitir que es normal que tenga dudas –comentó él con expresión carente de emoción–. Sin embargo, si realmente he sido yo quien te ha dejado embarazada, ¿Por qué has esperado hasta ahora pare decírmelo? Estamos a finales de octubre... ¿Y concebiste en junio? De eso hace ya cuatro meses.

Ruggero se acercó a ella, le abrió el abrigo y le miró el vientre. Sí, estaba abultado. No cabía duda de que Karol estaba embarazada.

–Mi padre tuvo un accidente en la granja. El tractor se volcó y le aplastó –a Karol le tembló la voz al recordar el cuerpo de su padre atrapado entre las ruedas.

Miguel era un hombre gigantesco que jamás enfermaba. El accidente, casi mortal, había afectado a toda la familia. Miguel había pasado varias semanas en cuidados intensivos y ella, relegando a un segundo plano su embarazo, se había dedicado a prestar apoyo a la familia. Volvió a centrarse en sus asuntos cuando su padre regresó a la granja, ya bastante mejor.

–Comprendo que lo del embarazo te haya sorprendido, a mí me pasó lo mismo –le dijo a Ruggero–. Pero los dos somos adultos y tenemos que aceptar que ningún método anticonceptivo es infalible.

Quiero pruebas de que yo soy el padre.

Karol se mordió los labios.

–Y una vez que tengas pruebas, ¿Me vas a pedir que aborte? Porque desde ahora te digo que, tanto si quieres ser el padre del hijo que voy a tener como si no, no voy a abortar.

–No, no se me había pasado por la cabeza pedirte eso –respondió Ruggero–. Dime, ¿Cómo te sientes tú? ¿Te apetece tener un hijo?

–Sí, mucho –respondió ella al instante–. Aunque también estoy un poco asustada.

Ruggero le dio la espalda y se sirvió más whisky, y se sorprendió al ver que le temblaban las manos. Él tenía la culpa de que Karol se encontrara en esa situación, pensó amargamente. Karol ya había tenido un hijo nacido muerto y este embarazo debía hacerle recordar el pasado y tenerla muy asustada. Necesitaba el apoyo de él, no su ira. Pero él no podía ofrecérselo. Le avergonzaba admitir que también estaba asustado, que tenía miedo de que le hicieran daño, como le había sucedido años atrás.

Karol estaba al borde de la desesperación. De nuevo, un hombre la había dejado embarazada y ese hombre no parecía querer ser padre.

–Eres tú quien me ha dejado embarazada, no otro hombre –Karol posó una mano en su vientre con expresión de orgullo maternal–. Dentro de cinco meses vamos a ser padres, será mejor que te hagas a la idea.

Respiró hondo y añadió:

–Si insistes en que nos sometamos a pruebas de paternidad, no tengo ningún inconveniente –cerró los ojos para contener las lágrimas–. Pero me duele que hayas podido creerme capaz de
engañarte de esa manera, de hacerte creer que eres tú quien me ha dejado embarazada siendo otro.

–No sería la primera vez que me pasa –contestó Ruggero secamente.

–Yo... no sé qué quieres decir.

De repente, sin saber por qué, Karol pensó en la caja que había en la habitación de la abuela de Ruggero, la caja con objetos de un niño.

–Tiene que ver con Ben, ¿Verdad? –supuso ella–. ¿Quién es Ben?

–Yo creía que era mi hijo. Y por ese motivo me casé con su madre. Lo que no era del todo verdad –reconoció Ruggero en silencio.– Estaba enamorado de Martina cuando ella le dijo que iba a ser padre y aprovechó la oportunidad para casarse con ella.

A Karol le temblaron las piernas.

–¿Que has estado casado? No comprendo...

Ruggero vio a Karol tambalearse. Había palidecido y temió que se mareara. Se maldijo a sí mismo porque, en vez de ayudarla a ponerse cómoda, ni siquiera la había invitado a que se quitara el abrigo.

–Siéntate –dijo él.

Ruggero frunció el ceño al ver que Karol no protestaba y la ayudó a quitarse el abrigo antes de empujarla suavemente hasta un sillón. Ella, obediente, se sentó, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.

Ruggero aprovechó la ocasión para observarla. Por primera vez desde que le había dicho que estaba embarazada, pensó en lo que eso significaba. Era más que probable que fuera él quien la había dejado embarazada. Sintió algo en lo más profundo de su ser, pero no sabía qué era. Alargó una mano hacia ella para tocarla el vientre, pero la retiró rápidamente cuando, en ese momento, Karol abrió los ojos.

–¿Te estás cuidando? ¿Comes bien y variado? –preguntó Ruggero.

–Como muchísimo, por eso es por lo que ya se me nota. Me temo que no voy a ser una de esas mujeres que apenas engordan durante el embarazo y poco después del parto se pueden volver a poner los vaqueros que llevaban antes cuando no estaban embarazadas.

–¿Y eso qué importa? –dijo Ruggero, pensando que Karol nunca había estado tan guapa como en ese momento.

Las curvas de ella le parecían increíblemente sensuales, pero había algo en ella que no podía explicar, quizá fuera ese aire de serenidad, de satisfacción, que suavizaba sus hermosos rasgos. Sí, estaba más encantadora que nunca.

Bruscamente, se apartó de ella, volvió al mueble bar y se echó más whisky en el vaso.

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Where stories live. Discover now