XX

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Ruggero le había dicho que era la primera vez que iba a la Toscana desde la muerte de su abuela, y era evidente que sentía la falta de Anetta. A pesar de todo, era consciente de que no podía correr el riesgo de enamorarse de él. Por eso, haciendo acopio de todas sus fuerzas, apartó la boca de la de Ruggero y se separó de él.

–Me parece que debería empezar a preparar la cena, se está haciendo tarde –murmuró ella ruborizada–. Aunque, por lo que he oído, la gente suele cenar tarde en los países mediterráneos –añadió desesperadamente bajo la enervante mirada de él–. De todos modos, debes tener hambre.

–Sí, pero tengo la sensación de que estamos hablando de apetitos diferentes –comentó él irónicamente.

Ruggero no comprendía por qué Karol se había echado atrás, pero la expresión de ella, entre temerosa y defensiva, le obligó a dominarse. Era evidente que Karol tenía problemas emocionales, lo que significaba que era la clase de mujer que él evitaba a toda costa.

En ese caso, ¿Por qué insistía en estar con ella? ¿Por qué la había llevado a Casa di Colombe, su refugio, su santuario?

Y su frustración no era solo sexual, quería saber a qué se debían las ojeras de Karol. Y eso le hizo enfadarse consigo mismo y maldecir su curiosidad porque no quería nada serio con ella. Con controlada impaciencia, dijo:

–Tengo que hacer algunas cosas, ¿Por qué no vas a darte un paseo por la casa? Las empleadas deben haber preparado las habitaciones y supongo que habrán surtido la cocina. Mañana iremos a comprar frutas y verduras en el mercado de Montalcino –Ruggero señaló un pasillo–. Siguiendo el pasillo encontrarás la cocina.

Por fuera, la casa no debía diferir mucho de su aspecto original; sin embargo, por dentro, Casa di Colombe era un hogar moderno y cómodo, pensó Karol mientras se paseaba por las habitaciones de la planta baja, todas ellas soleadas, con suelos de piedra, pálidos colores en las paredes y elegante mobiliario.

Continuó la excursión y se enamoró de la cocina en el momento en que entró. El suelo era de terracota, los muros de piedra, los muebles de roble y contaba con todos los avances modernos que se pudieran imaginar. Era el escenario perfecto para las fotografías del libro de recetas y quería ponerse a trabajar en él de inmediato. La despensa y el frigorífico estaban bien abastecidos, y mientras pensaba en qué preparar para cenar, oyó unas voces que procedían del jardín y se asomó a la ventana.

Ruggero estaba acompañado de una mujer alta, delgada y morocha vestida con unos pantalones cortos que mostraban sus largas y bien formadas piernas. La mujer volvió la cabeza en ese momento y Karol vio que era extraordinariamente guapa. Se le hizo un nudo en el estómago al verlos reír. Resultaba evidente que tenían buenas relaciones.

¿Era la morocha una de sus amantes? Si así era, ¿por qué había insistido en que lo acompañara a la Toscana? ¿Y por qué demonios se había puesto celosa?

Enfadada consigo misma, se marchó a explorar los pisos superiores de la casa. Tenía la maleta en el vestíbulo y la agarró para subirla a la habitación. Había cinco dormitorios en el primer piso, uno de los cuales era el dormitorio principal, el de Ruggero. Al lado de este estaba la habitación para invitados, preparada y lista para ser usada, y supuso que era la suya. Era un bonito dormitorio, con paredes color crema y una colcha amarilla. Las persianas estaban bajadas para combatir el sol estival de la Toscana, Karol tenía demasiado calor con la falda y la chaqueta como para subirlas y permitir que entrara el sol.

Le apeteció darse una ducha, así que abrió la maleta, entró en el cuarto de baño del dormitorio y salió diez minutos después luciendo una falda de algodón con estampado de flores y una camiseta.

Se estaba peinando cuando oyó unos golpes en la puerta y, al darse la vuelta, vio apoyada en el marco a la mujer que había visto en el jardín.
Al verla de cerca, notó que era mayor de lo que había imaginado, debía tener treinta y tantos años. Pero también era más guapa de lo que le había parecido en la distancia. La morocha poseía un cuerpo esbelto tipo modelo, un cabello perfecto y un moreno maravilloso.

–¡Hola! Eres Karol, ¿Verdad? –dijo la mujer con un pronunciado acento americano–. Yo soy Carolina Kopelioff... Perdón, ¡Bernasconi! Hace solo dos años que me casé y no me acuerdo de utilizar el apellido de mi marido. Mi marido Agustín y yo somos amigos de Ruggero desde hace mucho –por fin, Carolina se interrumpió para respirar y le tendió una mano a Karol-. Encantada de conocerte. Ruggero nos dio una sorpresa cuando llamó y nos dijo que venía a la Toscana con compañía. Es la primera vez que viene con alguien.

Carolina volvió a interrumpirse, miró a Karol con gesto interrogante y añadió:

–Supongo que deben ser muy amigos.

Karol enrojeció visiblemente.

–No, yo soy su cocinera –de repente, recordó que había oído ese nombre antes–. Tú eres la fotógrafa, ¿Verdad? Estoy escribiendo un libro de cocina basado en las recetas de mi abuela y Ruggero me comentó que quizá tú pudieras tomar unas fotos de los platos.

Carolina sonrió abiertamente.

–Me encantaría. Trabajaba de fotógrafa en Nueva York, pero Agustín y yo decidimos vivir en Italia y aquí estamos. Ahora tengo que volver ya a casa, en Siena, pero entre mañana y pasado te llamaré para organizar una sesión de fotos, ¿Te parece? –Carolina se dio media vuelta para marcharse, pero antes de hacerlo, se detuvo y volvió la cabeza–. Ah, se me olvidaba decirte que he colgado en el armario la ropa que Ruggero encargó para ti.

Karol la miró sin comprender.

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Where stories live. Discover now