IX

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Si su madre llegara a enterarse de lo que le había costado el vestido, le daría una apoplejía, pensó Karol al día siguiente por la tarde, conteniendo el sentimiento de culpa mientras se vestía para salir con Ruggero.

Aún no comprendía por qué se había gastado ese dineral en ese vestido de seda que, casi con toda seguridad, no tendría ocasión de volver a ponerse. Pero no se arrepentía de haber comprado el vestido.

Había pasado la mañana entera en Oxford Street probándose vestidos de noche que no le sentaban bien. Y eso le había hecho darse cuenta de que escondía su cuerpo, de curvas pasadas de moda, tras el uniforme de cocinera. Por fin, un vestido en un escaparate de Bond Street había llamado su atención. A pesar del precio, la dependienta le había convencido para que se lo probara.

–Es del mismo color que sus ojos –le había dicho la mujer.

En el probador, Karol se había quitado la ropa y la dependienta le había subido la cremallera del vestido.

–No me sienta mal –había comentado ella mirándose al espejo.

–Está deslumbrante –le había asegurado la empleada–. Este vestido parece hecho para usted.

Era la primera vez que alguien le había dicho que estaba deslumbrante, pensó Karol. Pero el vestido le sentaba realmente de maravilla. El diseño tenía sujeción, por lo que no necesitaba sujetador, y el escote era verdaderamente atrevido. Los delicados tirantes tenían unos adornos que brillaban; pero, a parte de eso, el vestido era un sencillo tejido de seda que le acariciaba la forma del cuerpo como las manos de un amante. Enrojeció al pensar en las manos de Ruggero...

Además del vestido, había comprado unas sandalias plateadas de tacón fino y alto, y un bolso de mano haciendo juego. Y después de gastar tanto dinero, había decidido tirar la casa por la ventana y había ido a un salón de belleza para someterse a unos tratamientos que la habían dejado sintiéndose una Karol distinta, una Karol seductora y llena de confianza en sí misma.

Salió del apartamento localizado en el sótano de la casa y comenzó a subir las escaleras, y descubrió que caminar con falda larga y tacones altos era un arte que tendría que aprender a dominar rápidamente. Se detuvo delante de la puerta cerrada del cuarto de estar, vacilante. Por fin, respiró hondo y abrió la puerta.

Ruggero estaba sirviéndose una copa. Le había dicho a Karol que estuviera lista para las siete, pero solo eran las siete menos cinco y suponía que tardaría en aparecer unos quince minutos más. Las mujeres, en su mayoría, se hacían esperar.

Al oír la puerta, sorprendido, alzó los ojos y se quedó atónito.

–¿Karol...?

Durante unos segundos, no pudo creer que la exquisita criatura que tenía delante era su cocinera. Y se quedó hipnotizado cuando ella comenzó a caminar hacia él con fluida gracia en sus movimientos. Al acercarse, notó que sus increíbles ojos esmeralda eran del mismo color que el vestido.

Sí, era Karol. Pero... ¡Qué transformación!

Hasta entonces no la había visto con el pelo suelto, un pelo color chocolate que le caía sedosamente por la espalda. Los párpados estaban difuminados con sombras grises que acentuaban el color de los ojos, y los labios mostraban un brillo rosado. Y el vestido...

Ruggero se llevó el vaso a los labios para refrescarse la garganta. Era como si a Karol la hubieran bañado en seda, una seda que
moldeaba su voluptuosa figura. Al clavar los ojos en las curvas de los senos, el inicio de una repentina erección le hizo contener la respiración. Se sintió desconcertado. No estaba acostumbrado a perder el don de la palabra, pero no sabía qué decir. Solo en una ocasión se había rendido a una mujer; y, al recordarlo, tensó la mandíbula. No quería sentirse atraído por Karol.

El silencio de Ruggero hizo que Karol perdiera los nervios.

–Si el vestido no es apropiado no podré ir al teatro contigo esta noche. No tengo otra cosa que ponerme.

La reacción de Ruggero, o más bien la falta de reacción, la había dejado destrozada. Y también estaba enfadada porque sabía que, en el fondo, había querido impresionarle.

–El vestido es apropiado. Te sienta bien –respondió Ruggero haciendo un esfuerzo. Pero al instante vio desilusión en el rostro de Karol, y se maldijo a sí mismo por haber sido innecesariamente brusco. Entonces, se acercó a ella sonriendo.

–Deberíamos salir ya –murmuró él–. El tráfico es terrible en Shaftesbury Avenue.

Karol asintió con la cabeza y salió de la estancia delante de él.

Ruggero no pudo evitar clavar los ojos en las curvas del cuerpo de Karol. Al cruzar el vestíbulo, tuvo que luchar contra el repentino deseo de tomarla en sus brazos, subir la escalinata y llevarla a su habitación.

Deseos Saciados {Adaptación/Ruggarol}Where stories live. Discover now