7. Profecía de fuego y muerte

Comenzar desde el principio
                                    

Me aclaré la garganta y enderecé mi postura, poniéndome a la defensiva. Todos lucían impecables e inalcanzables a su manera. Por más que portábamos distintas actitudes, podía asegurar que compartíamos un pensamiento. Estábamos a punto de convertirnos en un trofeo por el que se abalanzarían igual que animales hambrientos. Se suponía que debía ser un halago. No lo era.

―¿Creen que notarán si no vamos? ―consultó Cedric con la intención de huir.

―Considerando que somos la razón por la que vinieron, lo notarán ―contestó Diego en un tono humorístico.

―Yo puedo pretender que me desmayo ―se jactó Emery, buscando entre sus opciones.

―Yo podría desmayarme ―repuso Prudence con sinceridad, el cabello recogido y un vestido color plata con unas mangas ajustadas en la parte alta de sus brazos que se abrían en forma de campana y portaban detalles en encaje.

―Son tan dramáticos ―bufó Ivette, pasando las manos por la tela de su ajustado atuendo coral con un escote recto y pedrería que destacaba sus facciones aguzadas junto con un collar con la forma del blasón de su familia.

―Si lo somos, ¿por qué no va usted primero? ―le sugirió Emery, cruzando sus brazos y resaltando su cabello decorado con pequeños accesorios que brillaban como estrellas y su largo vestido azul cobalto con tirantes delgados y un escote en forma de corazón que estaba decorado con unos bonitos apliques.

Ivette puso los ojos en blanco y no se marchó, por lo tanto, Emery agregó lo siguiente:

―Eso pensé.

―Bueno, uno de nosotros debe dar el primer paso en algún momento ―murmuró Finley, apocado, acomodando el pañuelo de seda metido en el bolsillo cerca de la solapa del saco que formaba parte de su traje blanco.

―¿Por qué? Nadie nos dice que hacer ―afirmó Diego con una seguridad extrema.

Negué con la cabeza, rindiéndome, y me adelanté un paso.

―No, tiene razón. Deberíamos ir yendo.

Acto seguido, Diego procedió a contradecirse a sí mismo y avanzó.

―Ya la oyeron. Caminen.

Oí un resoplido y el resto de mis compañeros empezó a trasladarse a su sector. Mis pies sucumbieron al nerviosismo humano que me corroía y me paré un segundo ante el edificio de mi clan.

―¿Inquieta? ―preguntó mi guardaespaldas, viniendo con el mismo uniforme que los demás guardias rojos portaban.

―Esa no es la palabra que usaría ―articulé algo quejumbrosa―. ¿Por qué estás aquí? No me digas que tienes que venir conmigo.

―No, no puedo entrar contigo. Sería lo que otros llamarían un escándalo. Estoy de turno y seré quien te acompañe por el resto de la noche.

Suspiré.

―¡Espléndido!

Una moderada risa nació de él.

―¿Qué?

―Es que no he conocido a muchas personas que hablen así en su día a día ―explicó el guardaespaldas, siendo irreverente―. Tienes que admitir que es un poco raro.

―¿Mis exclamaciones te parecen raras? ―farfullé, indignada―. ¿Qué piensas de "eres un imbécil de mierda"? ¿Te gustó?

―En cierto modo suena más apropiada.

Unos delegados del clan Gray que iban de paso me miraron con extrañeza.

―Y esas caras son las razones por las que me limito a decir cosas como "espléndido".

ConstruidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora