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8. Caer en la trampa

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Apenas había pisado un centímetro fuera de mi cuarto y ya había una horda de personas solicitando hablar conmigo. Maureen, Clara, y cinco delegados estaban de pie allí con la preocupación pintada en sus rostros, lo que indicaba con claridad que empecé el día con el pie izquierdo.

Karma, mi gato, emergió del cuarto y se desplazó por su cuenta por la academia como si fuera el dueño del lugar. Carecía de preocupaciones.

—Si piensan que voy a responder más rápido porque hablan todos juntos, están muy equivocados —expuse, acomodando los extremos de mi flequillo con mis dedos índice para tirar mi cabello suelto hacia atrás, y ellos silenciaron sus palabras—. Gracias por entender. Ahora, si no es tan difícil, hablen uno por uno. Clara, tú primero.

Ella me miró amedrentada.

—Prefiero ir segunda.

Maureen aclaró su garganta, dispuesta a ser la primera.

—Me han encargado que le informara que algunos de sus territorios del Reino Unido han sido invadidos.

Fue como si hubiera perdido todo con una oración.

Mi postura que ya de por sí era más que recta se tornó tensa. Los pretendientes recién vinieron anoche y ya lidiaba con una crisis. No podía ser posible bajo ninguna circunstancia.

—Estas son las misivas de los actuales delegados. Llegaron hace unos minutos y es posible que vengan más en camino —se adelantó a decir Clara, sosteniendo una pila de papeles.

—¿Qué? —se escapó con escepticismo. Activé mi modo amenazante—. Si esto es una broma, voy a enseñarle lo divertida que puedo ser a quien sea que se le ocurrió esta idea.

—No es una broma en absoluto. Es cierto —refutó uno de mis pretendientes y tuve que apretar mis labios para que no se separaran más.

Mi presión arterial subió de golpe a causa del shock. Sufrí de cierta dificultad para respirar con propiedad. No fui capaz de pensar en nada por un segundo, algo inusual para mí. Instintivamente, rasqué las cutículas de mis uñas por los nervios. Nada salía como lo predecía por más que lo intentara.

Aunque mi padre fuera legalmente el concejal y el líder del clan, mis territorios eran míos. Antes habían sido divididos entre William y yo. Cuando murió, todos pasaron a estar bajo mi cuidado y mis responsabilidades incrementaron sin piedad. Por ende, mi trabajo era administrarlos y defenderlos de amenazas así. Los delegados me ayudaban, sin embargo, yo tenía la decisión final. En definitiva, esa no era mi mejor mañana.

—Aparentemente, sucedió anoche durante la fiesta de bienvenida. La usaron como distracción, ya que todos los delegados estamos aquí. No lo vimos venir. Los ataques fueron sincronizados y estratégicos. El atacante espera una respuesta de su parte y nosotros también.

—¿Quién fue? —me limité a preguntar.

—Stone —reveló otro de los delegados.

Una ola de rabia vengativa peregrinó por los recovecos de mi mente. Estuve a punto de reír de incredulidad porque no me salió otra reacción. Mientras los dos estuvimos conversando anoche y bromeando, él estaba ejerciendo su plan en segundo plano. Qué astuto. Pudo haber sido una jugada inteligente, pero quería matarlo. Iba a matarlo. De verdad y no iba a ser para nada bonito.

—¿Dónde está?

—No creo que ir a verlo en este estado sea lo más conveniente —sugirió Clara detrás de Maureen.

—Lo más conveniente es que me digas dónde está —dije, fingiendo serenidad al estar en presencia de un par de delegados.

Si yo me alteraba, ellos lo harían y los políticos jamás tenían permitido mostrar que algo les afectaba.

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