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13. Rojo escarlata

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El terror se infiltró en mis pulmones como si yo hubiera salido de la atmósfera. Imaginé lo peor. Si los guardias rojos me habían descubierto, me arrastrarían de vuelta y tendría que cavar mi propia tumba porque la directora de la academia me haría trizas.

Giré sobre mis talones y sujeté con fuerza el farol que traje para iluminar mi camino, preparándome en caso de emergencia para golpear a quien fuera que rondaba por allí.

Tras oír el sonido de unos pasos que se acercaban, no tuve más alternativa que inspirar hondo e ir a defenderme.

Los dos gritamos a la vez al vernos.

―¡Soy yo! ¡Soy yo! ―repitió él, levantando sus manos para mostrar su inocencia y me analizó con cuidado―. Aunque dudo que eso la detenga a usted.

Desistí y bajé el farol. Cerré los ojos y me tomé un segundo para respirar y recuperarme del susto. Aun así, eso no podía ser bueno.

―Maldita sea, Stone ―exclamé, parpadeando con severidad. Desconfiaba de mis propios ojos―. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Me siguió?

Apenas podía contemplar la silueta de Diego en aquellas penumbras y nuestras voces hacían eco, por ende, mis nervios estaban de punta.

―No, no todo se trata de usted.

Analicé la situación con delicadeza. Dudé de todo. La identidad del individuo que me dejaba esas notas era un misterio sin resolver y sus intenciones no estaban del todo claras. Mas, Diego Stone no podía ser el escritor anónimo, ¿no? Eso carecía de sentido, sin embargo, debía mantener mis opciones abiertas.

―¿Cómo entró aquí?

―Aproveché mi tiempo libre y casualmente fui a su cuarto para conversar con usted. ―Diego limpió los rastros de polvo que le cayeron del techo del túnel y miró horrorizado las paredes―. Ahí vi el acceso a esta especie de pasadizo secreto que, por cierto, le hace falta una limpieza. ¿Por qué hay tantas telarañas?

―¿Qué? ¿Les teme a las arañas?

―No, miedo es una palabra que no tomo a la ligera. No les temo. Me gustaría borrar su existencia de la historia de la humanidad y del planeta.

Moví mi cabeza, procesando sus dichos.

―Entonces, entiende cómo me siento yo respecto a usted.

―Qué hilarante.

―Oh, no es broma ―dije con una sonrisa de incredulidad en cuanto viró para asegurarse de que no hubiera un arácnido cerca de él―. De verdad les teme a las arañas. Creo que ya sé cuál será mi próxima mascota.

―Usted es única en su clase. Dice esas cosas y yo soy el perverso. ¿Acaso nada le da miedo?

Odiaba que mis conversaciones con Diego involucraran emociones. Asumí que sucedería a menudo, considerando su falta de interés respecto a las reglas.

―Sí, a vivir bajo el mismo techo que usted, pero tuve que superarlo a la fuerza.

―¿De veras? ¿Y cómo lo superó? ―preguntó en un tono burlón.

―Me consuela saber que en cualquier momento se le puede subir una araña mientras duerme ―dije con la intención de asustarlo.

Él tragó grueso, espantado.

―¿Cómo puede descansar en las noches?

―Es sencillo. No lo hago.

No obtuve una respuesta y me dispuse a agregar lo siguiente:

―Y no le creo nada. Su excusa no es una buena coartada en absoluto.

―¿La mía? ¿Qué hay de la suya? ―indagó, entrecerrando sus ojos diferentes―. Ni siquiera me ha explicado cómo ha encontrado esto.

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