9. Villanos del reino

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Luchando contra mis ganas de regresar al suelo firme y la agitación producida por el esfuerzo físico que estaba haciendo, continué sin rendirme.

La velocidad fue mi aliada predilecta. Yo era pequeña y ágil, algo bastante útil para ese tipo de actividades. Rápidamente fui ganando terreno. Procuré no meterme en ningún conflicto. Apenas podía con ello, no agregaría más inconvenientes. Mi método funcionaba de maravilla hasta que me encontré cerca de la cima y me atacaron por la espalda.

Una patada en medio de los omóplatos me quitó el aire de los pulmones. No pude respirar por el impacto. El dolor se extendió como una mancha de vino en una alfombra blanca. Mis manos se aflojaron a causa de la pérdida de oxígeno y habría caído al vacío de no ser porque me agarré justo a tiempo, sintiendo el calor provocado por el violento roce con la cuerda a través de mis guantes de protección. Tambaleé y mis piernas casi fracasaron en su misión. Las crucé, sosteniéndome para evitar lo peor. El terror me paralizó, analizando la altura a la que estaba. Agonicé por ello, aun así, tuve que parar para mirar arriba e identificar a mi agresor.

Ivette.

¡Yo sabía que trataría de aniquilarme!

Detesté tener razón.

Una vez que obtuvo lo que quiso, ella reanudó su trayecto hacia arriba. Hundí el ceño, indignada y enfadada. La sed de venganza se convirtió en hambre de poder. Yo iba a ganar sí o sí.

Poniendo mi cuerpo al límite, recuperé mi posición y no me detuve por nada del mundo. Pronto estuve a punto de sobrepasar a Ivette y me preparé para desquitarme. Me balanceé en busca de crear un impulso bien medido y estiré mis piernas para devolverle el golpe. Debido a que ella volteó, no le di en la espalda, sino de frente. En fin, le devolví el favor.

—Debió haberme tomado en serio cuando le dije que me vengaría —bramé, apretando los dientes al respirar fuerte, y no esperé para ver su caída.

Mi versión de defensa personal era la peor de las ofensas.

Diego fue el primero en encaramar el muro. Yo fui la segunda en llegar a la cima. El tramo era angosto. Apenas podía dar cinco pasos sin caer al precipicio. Aspen, quien ya estaba allí, nos preguntó si requeríamos ayuda y los dos nos negamos. Yo me tomé menos de un minuto para recuperar el aliento.

El viento soplaba con fuerza. Mi cabello se agitó. Me gustó. Desde ese punto se veía el panorama entero de la ciudad más importante de Idrysa. Londres era hermoso, incluso con su ajetreo y su tendencia a los días lluviosos. Además, una reducida cantidad de ciudadanos yacían en las calles observándonos maravillados. Del otro lado se extendía el bosque, las torres de la academia y los grupos de los delegados que también nos analizaban en la lejanía mientras transitaban por ahí. Decidí no enfocarme en ellos. Disfruté de la adrenalina de estar en la cima, soltando mi temor.

—Veo que sí llegó —comentó Diego, parándose a mi lado en aquel breve ínterin en el que analizamos el paisaje.

Me humedecí los labios para responderle.

—Qué observador.

—Gracias por notarlo.

—¿Dudo de que yo podría lograr llegar hasta aquí? —inquirí, viéndolo de soslayo.

—No, solo la provoqué para ver qué hace.

Sus palabras sirvieron de incentivo.

Quise empujarlo como prometí con anterioridad, pero si hacía eso, él volvería a la superficie más rápido y ganaría.

—Créame, usted no quiere ver de lo que soy capaz.

Diego, quien lucía como si disfrutara estar a esas alturas, avanzó en mi dirección con sagacidad.

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