21. Perversa (Parte I)

3.2K 258 43
                                    

30 de junio, 2004

Ashley observaba las gotas que crepitaban sobre el pequeño ataúd de caoba oscuro, una tras otra, algunas caían al mismo tiempo, detalle que se había molestado en contemplar para así evitar concentrarse en su alrededor: en el cielo gris, en el viento frío, en todas las personas que rodeaban la tumba aún abierta, vestidos y gabardinas hasta los tobillos de un negro tan profundo como las sombras que la atormentan de día y de noche.

No quería escuchar ningún otro ruido que el de la lluvia débil, el sonido de las ramas de los árboles que rodeaban el perímetro del cementerio y su propia respiración; porque si lo hacía entonces se derrumbaría al escuchar los sollozos sofocados de algunos de los que estaban presente, los desgarradores e incontrolables gritos de agonía y sufrimiento de Suzanne, y las palabras del reverendo que con voz cargada de pesar recitaba un pasaje bíblico.

Sin embargo, había aprendido muy bien el arte de fingir y la capacidad de desconectar su mente de su cuerpo. Estaba allí parada, sola, y lo más alejada de la multitud que su madre le permitió, sobre una lápida con un ángel enorme, que la miraba desde su altura con sus ojos blancos y pálido rostro expresando melancolía.

No era el único que la observaba, además de los vistazos de soslayo que le lanzaba Cecilia de vez en cuando, Anna no le quitaba los ojos de encima.

Pero ella no tenía fuerzas para acercarse más, llevaba toda esa semana sin poder dormir, y su rostro angelical se había ensombrecido, sus bellos ojos cual jade estaban rodeados de violáceas ojeras, y no salía, más que para sus citas con el Dr. Asebio, quien había aceptado volver a iniciar las terapias antes de lo agendado.

Era una verdadera tragedia, hasta donde las sombras la habían hecho llegar. Aún no recuerda con total claridad lo que pasó, era como en ese momento, su mente se había nublado, y era como si las sombras habían tomado el control de ella, de su voluntad y sus acciones, se sintió encerrada dentro de sí misma, gritando y luchando por salir, escuchándolas regodeándose de su plan perverso, de sus deseos malvados y su oscuro propósito.

Ellas siempre le decían que nunca se irían, que estaban con ella por una razón, que debía escucharlas, porque ellas decían saberlo todo, pero Ashley sabía que eran unas mentirosas, lástima que no podía enfrentarlas, eran expertas en torturarla con imágenes de las cosas más atroces que pudiera imaginar, con visiones tan vívidas que podría jurar que eran reales, y prometían lastimarla si no cumplía con lo que le ordenaran, a esas alturas, Ashley ya no veía otra opción.

Ahora, los ojos de Gabe, vacíos y sin vida, la perseguían hasta en sus sueños, su piel translúcida, sus labios azules, su boca abierta mientras el agua entraba a borbotones por su tráquea y quemaba sus pulmones con cada bocanada en la que rogaba por respirar aire. Y se ve a ella, obligándolo a permanecer bajo el agua, sosteniéndolo por la espalda y la cabeza, con la mirada perdida, embelesada en cómo pataleaba y chapoteaba intentando quitársela de encima, hasta que sus movimientos se debilitaron y no hubo más burbujas, hasta que perdió la batalla por su vida.

Por culpa de su abuela Miriam no le permitían salir de casa, lo que más temía ahora era su realidad, estaba sola hasta que tenía su cita con su psiquiatra.

En casa su madre, Cecilia, ponía antipsicóticos en sus bebidas, se dio cuenta cuando los efectos secundarios comenzaron: sueño excesivo, náuseas, resequedad en sus labios y de vez en cuando su vista se volvía borrosa, lo cual la mareaba bastante.

Ahora dormía el triple de lo que antes las pesadillas le permitían, a veces, se queda atrapada por largas horas en espirales de sueños que varían entre extraños y horribles, de los cuales por más que intenta no logra despertar con espanto antes de que se vuelvan peores. Ahora que su doctor aprobó y recetó esos medicamentos, le es imposible escapar.

Pero cuando está despierta, se limita a comer sin quejas su comida aun sabiendo lo que contiene, porque la mayoría de las veces, son sueños en blanco, como si cayera en una nube, entumecida, sin ver ni oír nada. Las sombras no logran alcanzarla en esa nube.

-¿Por qué? —la vocecita ronca de Maddie la sacó de su ensimismamiento, apartó la mirada del ataúd, que pronto enterrarían en el pequeño agujero cavado en la tierra roja mojada.

-¿Disculpa? —le preguntó, dándose cuenta de que su voz también estaba ronca.

Maddie clavó sus profundos ojos en los suyos, que en ese momento parecían un gris oscuro, plomizo, como si estuvieran reflejando el tormentoso cielo sobre sus cabezas.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ashley haciéndola estremecer, pero supo mantener la compostura, ya era una maestra en mantener su rostro inexpresivo, ni siquiera se molestaba ya en fruncir el entrecejo, se limitaba a dejar el semblante serio, relajado, podían pensar que se encontraba de los más serena y nadie se percataría de que su mente era un completo caos.

-Era mi amigo —le reprochó la niña, con la mirada dura y pose acusadora, sus mejillas encendidas y los ojos rojos y brillosos por las lágrimas. Tal vez era muy joven para entender la muerte, pero sabía que su amigo no volvería a despertar, no volvería a verlo, ni a jugar con él, y estaba triste por eso, no quería que se fuera, lo extrañaba mucho.

Ashley apretó los labios antes de contestar, contemplando a esa maldita niña de piel blanca como un fantasma y cabello azabache como la noche más terrible.

-Lo lamento, te prometo que ahora está en un mejor lugar —no, no era cierto. Pero no podía decirle otra cosa, debía ganársela ahora más que nunca, hasta que sea su turno, y las sombras den la orden.

Maddie empezó a llorar otra vez y Anna se acercó a toda prisa hasta ellas, alejándose de Candace, que se encontraba junto a su hermana.

-¿Qué le hiciste? —preguntó arrugando la frente y tomando a Maddie entre sus brazos, pero la pequeña se estremeció liberándose de su agarre y corriendo a los brazos de su madre, Anna seguía siendo su persona menos favorita.

-Nada —se limitó a responder la rubia, con la voz más melodiosa y clara que pudo forzar, lo único que odia más que las sombras era a ese par de pelinegras.

Le sostuvo la mirada a Anna, quien siempre parecía estar molesta.

-Aléjate de ella —le advirtió con la voz más amenazante que le había escuchado hasta ese momento, y eso era decir mucho.

-No veo razón alguna para hacerlo, somos familia –Ashley casi escupe esa última palabra con sarcasmo, pero pudo contenerse, viendo como Anna se ponía roja de furia.

-Eres un peligro andante, te estaré vigilando. Si piensas siquiera en ponerle un dedo encima, estaré ahí para detenerte, ¿me escuchaste?

Ah, el tono amenazante dando paso directo a la amenaza.

Ashley no respondió, se limitó a desviar su mirada hacia Maddie, quien se encontraba en los brazos de Candace llorando.

Anna al ser ignorada se alejó hasta acompañarlas, segura de que al menos el mensaje había quedado claro.

Dejando a su prima atrás, quien conteniéndose, se clavó las uñas en las palmas de las manos hasta que sangre empezó a brotar de ellas y a gotear de sus puños, cayendo sobre los pies desnudos del ángel que custodiaba la tumba sobre la que se encontraba parada.

ANNIE: Mi prima es una psicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora